miércoles, 8 de abril de 2009

Guillermo Dellepiane, el piloto que atacó a Jeremy Moore


La hermandad del honor

La espectacular aventura de Guillermo Dellepiane, un piloto que atacó el campamento inglés en Malvinas, tiró bombas sobre Jeremy Moore y al escapar vivió una odisea de película. Un hombre al que los británicos reconocen y los argentinos ignoran

Por Jorge Fernández Díaz para LA NACION
Domingo 5 de abril de 2009 Publicado en edición impresa

Tenía veinticuatro años, volaba a ras del mar y estaba a punto de bombardear un destructor y una fragata misilística.
Le decían Piano porque se llamaba Guillermo Dellepiane, y era alférez en una fuerza que no tenía héroes ni próceres porque jamás había entrado en combate. Se trataba de la primera misión de su vida y acababa de despegar de Río Gallegos.

Su padre se había muerto sin poder cumplir el sueño de realizar en el terreno de la realidad lo que a lo largo de toda su carrera había simulado hacer: la guerra del aire.
Tan inquietante como entrar en batalla debe de resultar el hecho de consagrar una vida a un acontecimiento que no ocurrirá. Guerreros de la teoría y el entrenamiento, muchos cazadores se reciben, se desarrollan y se retiran sin haber cazado jamás una presa verdadera. El padre de Piano , cerca de la jubilación, había muerto hacía dos años en un accidente absurdo, cuando se derrumbó un ala del edificio Cóndor. Volando hacia el blanco en un A-4B Skyhawk, el hijo venía a cumplir ahora la escena deseada y urdida por el fantasma de su padre.


Era el 12 de mayo de 1982 y una escuadrilla de ocho aviones argentinos avanzaba en silencio de radio hacia dos barcos británicos. Los cuatro primeros iban adelante y dispararían primero. Los cuatro halcones de atrás, a una distancia prudencial, tendrían una segunda oportunidad o entrarían a rematarlos.
Para Piano , era una misión iniciática, la última lección de un profesional de la guerra: la guerra misma. Hasta entonces todo habían sido aprendizajes y pruebas. Alférez es el primer escalafón de los oficiales, y Dellepiane ni siquiera había experimentado el reabastecimiento en vuelo, una compleja operación que en este caso consistía en acercarse volando a un Hércules, encajar la lanza de la trompa del A-4B en la canasta de combustible y cargar tanques para seguir viaje. Muchos fallaban en ese intento: se ponían nerviosos y no podían meter la lanza. "Mirá si yo no puedo, es una vergüenza", se decía.

Estaba más preocupado por ese bochorno que por la muerte. Pero cuando tuvo al Hércules frente a frente no falló, y rápidamente se unió a su jefe, un primer teniente, que ordenó bajar a menos de quince metros de las olas y avanzar a toda máquina. Volaban tan bajo que dejaban estelas en el mar. Evadiendo misiles
Con el alma en vilo escucharon que, cinco minutos antes de llegar al blanco, los primeros cuatro aviones atacaban. En el horizonte no se veía nada pero Piano se dio cuenta en seguida de que a sus compañeros no les había ido muy bien. En dos minutos supieron que tres aviones habían sido alcanzados por la artillería antiaérea y que habían sido derribados en medio de hongos de fuego y estampidos de agua. El cuarto avión regresaba por las suyas.

El sol volvía espléndido un día negro. Negrísimo. Piano vio de repente los buques enemigos. Eran efectivamente dos y les estaban disparando. En ese momento no pensaba en la patria ni en Dios, sólo veía con una cierta incredulidad esa película fantástica y en technicolor. La veía como si él no fuera parte de ella. Era un espectáculo corto y alucinante pero sin ruidos, porque en la cabina no se oía nada. Fueron fracciones de segundos: Piano contuvo el aliento verificando la velocidad y la altura, y en el momento exacto en el que pasaba por encima de uno de los dos barcos, mientras recibía y eludía disparos de todo tipo, apretó el botón y soltó una bomba de mil libras.


Las bombas impactaron en el destructor y le abrieron agujeros horribles y definitivos. Quedó fuera de servicio, pero eso Piano lo supo mucho después porque en ese instante lo único que pudo hacer fue salir rápido de la ratonera evadiendo misiles y huyendo a toda velocidad. Cuando una escuadrilla dispara, los aviones se dispersan y cada uno regresa como puede. El joven alférez se sintió solo unos minutos pero de pronto divisó la nave de su jefe y la alcanzó. No podían hablarse, porque las navegaciones aéreas eran en silencio, pero volaban juntos, como hermanos, a una distancia de doscientos metros uno del otro, con el infierno atrás y el continente adelante.

Habían cumplido y volvían con la gloria; era una extraña y grata sensación.
Hasta que de repente un proyectil rasante surgido de la niebla pegó en un alerón del avión del primer teniente. Fue un golpe mortal a velocidad infinita que le hizo dar una vuelta de campana, pegarse contra la superficie del océano y explotar en mil pedazos. Todo en un pestañeo de ojos. Piano lo vio sin poder creerlo pero sin dejar de apretar el acelerador. Descendió todavía más y prácticamente aró el mar con un gusto metálico en la boca. Dependía emocionalmente de su jefe. Había bajado por un momento la guardia, pensando "me va a llevar a casa", pero ahora estaba solo y desesperado. Ahora dependía únicamente de su propia pericia, o de su suerte.


Voló un rato de esa manera, huyendo del diablo, y luego, cuando estuvo seguro de que no lo seguían, avisó al Hércules C-130, que los cazadores le llaman "La Chancha", e inició el ascenso. "La Chancha" puso la canasta y sin perder el pulso el joven alférez empujó la lanza y recargó combustible. Después voló el último tramo casi a ciegas: el mar había formado una gruesa capa de salitre en el parabrisas del avión.
El salitre de la desolación le nublaba a Piano los ojos. Lo más duro era entrar en la habitación de un compañero muerto, juntar su ropa, hacer su valija y dejarla en el vestíbulo del hotel donde pernoctaba su escuadrón. Ese ritual lo esperaba en Río Gallegos al final de aquel día en el que finalmente había tenido su bautismo de fuego en el Atlántico Sur. Los dioses, como decía la vieja sentencia griega, castigan a los hombres cumpliéndoles los sueños.


En los años sucesivos sólo recordaría esa primera misión. Y la última. En el medio únicamente quedaban vuelos de reconocimiento, incursiones en la zona del Fitz Roy, nervios terribles y más caídos y duelos. También el ánimo de los mecánicos, que siempre despedían a los pilotos de combate con banderas y aclamaciones, y el regreso de la base al hotel que, con éxito o sin éxito, con muertos o sin ellos, hacían en un jeep o en una camioneta Ford F100 cantando canciones contra los ingleses.
No tenían, por supuesto, la menor idea de cómo iba la guerra. Y cuando los trasladaron a San Julián sufrieron cierta tristeza: ocuparon una hostería y anduvieron por esa pequeña ciudad en estado de alerta total.


No eran muy supersticiosos, pero tenían cábalas y de hecho no se sacaban fotos entre ellos porque creían instintivamente que eternizarse en esas imágenes significaba un pasaje directo hacia la desgracia.
Nada pensaron, sin embargo, de aquella misión en día 13: estaba nublado y frío, y a Piano y a sus compañeros les ordenaron partir hacia las islas. Decían que los ingleses habían desembarcado y que se luchaba cuerpo a cuerpo en tierra. Los A-4B llevaban bombas, cohetes y cañones. Piano estaba, como siempre, ansioso. Aunque esa ansiedad solía terminarse cuando lo ataban en la cabina y había que salir al ruedo. Los nervios entonces desaparecían, como el torero que siente un nudo en el estómago hasta que baja a la arena y enfrenta con su capote al toro.


Pero el despegue no fue tan fácil. Se rompieron unos caños de líquido hidráulico y hubo que buscar a mil quinientos metros un avión gemelo. Al alférez lo desesperaba que su escuadrilla partiera sin él, de manera que se subió al otro A-4B y empezó el rodaje sin cargar el sistema Omega, que permitía coordinar y volar con precisión. Piano no quería quedarse en San Julián, y como los suyos ya se habían marchado llamó al jefe de la segunda escuadrilla y le pidió permiso para plegarse a su grupo. Le dieron el visto bueno y despegó sin tener bien configurado el avión. Ascendió y buscó entre las nubes el rumbo, y encontró en un momento al Hércules, que llevaba doce hombres y tenía la orden de no entrar en la zona de la batalla ni quedar al alcance de los misiles enemigos por ningún motivo.


Cargó combustible y siguió a su guía por el norte de las islas Malvinas, luego tomó dirección Este a vuelo rasante y hacia el Sur bajo chaparrones. Y se sorprendió al escuchar que el operador de radar de las islas preguntó si había aviones en vuelo. El jefe de la formación le respondió con un pedido, que les proporcionaran las posiciones de las patrullas de Sea Harriers.
Cuando llegó el informe verbal los pilotos argentinos sintieron un escalofrío. Había cuatro patrullas en el aire y una quinta al norte del estrecho de San Carlos. El cielo estaba infestado de aviones ingleses. Era una trampa mortal, y la lógica indicaba regresar de inmediato al continente.


Pero ya estaban a cinco minutos del objetivo y el día se había despejado, y entonces el guía tomó la resolución de seguir. Después descubrirían que estaban atacando un enorme vivac armado por los ingleses en Monte Dos Hermanas. Más de dos manzanas con carpas, containers y helicópteros, un campamento desde donde dirigía la guerra el general Jeremy Moore.
Todo ocurría en el término de minutos. Los A-4B iban a ochocientos kilómetros por hora y a veinte metros de distancia entre unos y otros. Los pilotos temían que una fragata misilística les cortara el paso antes de llegar al blanco. No llevaban armamento para atacar un buque; las bombas tenían espoletas para objetivos terrestres. Por la gran movilización de helicópteros de esa zona los generales de Puerto Argentino habían conjeturado que allí podía estar el mismísimo centro de operaciones de los británicos. Y no se equivocaban.


Las cartas de vuelo decían que el ataque debía hacerse a las 12.15. Y faltaban dos minutos. Los cazadores pasaron por encima de la bahía San Luis y el operador del radar de Malvinas les advirtió que los Harriers los habían detectado y que ya convergían sobre ellos. Cuando faltaban un minuto y veinte segundos la escuadrilla casi despeinó a un soldado inglés que subía una loma. Ahora los aviones, en la corrida final, volaban pegados al suelo. Más allá de la elevación apareció el campamento. Y Jeremy Moore evacuó su carpa un minuto antes de que le cayeran los obuses.
Dellepiane lanzó sus tres bombas de 250 kilos, provocó destrozos, y percibió que les tiraban con todo lo que tenían. Desde misiles y artillería antiaérea hasta con armas de mano. Era un festival de fuegos artificiales. Y casi todos los pilotos se desprendieron de los tanques de reserva y de los portamisiles e hicieron una curva para regresar por el Norte, cada uno librado a su inteligencia.


Piano voló haciendo maniobras de elusión y acrobacias, y sintió impactos en el fuselaje. Era otra vez un espectáculo increíble y aterrador. A la altura de Monte Kent se topó con un helicóptero Sea King en pleno vuelo y le disparó. Salieron dos proyectiles y se le trabó el cañón, pero una bala pegó en las palas y obligó al piloto inglés a un aterrizaje de emergencia.


Enseguida, por la izquierda, vio que pasaban dos bolas de fuego que iban directamente hacia el avión de su teniente, así que le gritó por la radio "Cierre por derecha" y siguió virando hasta ver que los misiles pasaban de largo y se perdían. Más adelante se topó con otro Sea King y volvió a intentar dispararle, pero también fue en vano: el cañón no se destrababa. Así que en el último instante levantó el Skyhawk y pasó a centímetros de las aspas del helicóptero para evitar que el piloto de casco verde lo liquidara con su gatillo.


Fue más o menos en ese instante cuando se dio cuenta de que estaba sucediendo algo inesperado: se estaba quedando sin combustible. Un proyectil le había perforado el tanque, y tenía sólo 2000 libras. Precisaba más del doble para alcanzar la posición de "La Chancha". Pero no pensaba en ese momento crucial en llegar a ningún lado sino en escapar del acoso de los Harriers. Se desprendió entonces de los portamisiles y siguió volando un trecho pidiéndole al radar de Malvinas que le dijera, sin tecnicismos y con precisión, dónde estaban sus verdugos. Los Harriers volaban a una distancia considerable, así que ya sobre el norte del estrecho San Carlos dudó sobre si debía eyectarse en la isla o tratar de llegar al Hércules. Sus maestros, en las lecciones teóricas, le habían recomendado siempre que en una situación semejante intentara regresar. Eyectarse significaba perder el avión y caer prisionero. Cruzar significaba enfrentar el riesgo de no lograrlo y terminar en el mar. Si caía no podría sobrevivir más de quince minutos en las aguas heladas, y no había posibilidades operativas de que ninguna nave pudiera rescatarlo a tiempo.


Sus compañeros, por radio, trataban de darle consejos y sacarlo del dilema. Pero su jefe tronó: "Déjenlo a Piano que decida". Y entonces Piano decidió. Salió a alta mar, se puso en la frecuencia del Hércules y comenzó a conversar con el piloto que lo comandaba. Dos hombres hicieron ese día caso omiso a las órdenes de los altos mandos: el piloto de "La Chancha" salió de su posición de protección, entró en la zona de peligro y avanzó a toda máquina al encuentro del A-4B de Piano , y un oficial de San Julián tuvo un arrebato, se subió a un helicóptero y se metió doscientas millas en el mar a buscarlo, un vuelo completamente irregular y arriesgado que no ayudaba pero que mostró el coraje suicida del piloto y la desesperación con que se seguía en tierra la suerte de aquel cazador herido de combustible que intentaba volver a casa.


El alférez escuchó "Vamos a buscarte" y trató de mantener el optimismo, pero el liquidómetro le indicaba a cada rato que no conseguiría salir vivo de aquel último viaje. "¿A qué distancia están?" -preguntaba cada tres minutos-. "¿A qué distancia están?" La radio se llenaba de voces: "Dale, pendejo, con fe, con fe que llegás". El alférez sacaba cuentas sobre la cantidad de combustible, que se extinguía dramáticamente, y pronosticaba que se vendría abajo. Y sus oyentes redoblaban los gritos de aliento: "¡Tranquilo, pibe, con eso te alcanza y sobra!" Sabía que le estaban mintiendo. Cuando llegó a 200 libras se dio por perdido.

De un momento a otro el motor se plantaría y se iría directamente al mar. Comida para peces. Cuando llegó a 150 libras recordó que eso equivalía, más o menos, a dos minutos de vuelo. "¡No me abandonen!" -los puteó, porque había silencio en la línea-. De repente el piloto del Hércules C-130 creyó verlo, pero era un compañero. Piano pasó de la euforia a la depresión en quince segundos.
No rezaba en esas instancias, sólo le venían relámpagos del recuerdo de su padre. El fantasma estaba dentro de aquella cabina, metido en sus auriculares. "Dame una mano, viejo", le pedía guturalmente, con las cuerdas vocales y con los ventrículos del corazón.


El liquidómetro marcó entonces cero, y de pronto Piano escuchó que lo habían divisado y vio por fin a "La Chancha". La vio cruzando el cielo, hacia la derecha y bien abajo. Le pidió al piloto que se pusiera en posición y se largó en picada sin forzar los motores, planeando hacia la canasta salvadora. Cuando la tuvo enfrente le dio máxima potencia con una lágrima de combustible en el tanque y al ponerse a tiro pulsó el freno de vuelo y metió la lanza. Todos atronaban de alegría en la radio y se abrazaban en tierra. Piano también gritaba, pero quería abastecerse rápido, retomar el control y regresar a San Julián por su propia cuenta. Pronto descubrieron que eso no era posible. Todo el combustible que entraba, pasaba al tanque y caía por el orificio. "Quedate enganchado", le dijo el piloto del Hércules. No tenían alternativa. Volaron así acoplados el resto del camino, perdiendo combustible y con el riesgo de una explosión o de no llegar a tiempo.


Fue otra carrera dramática hasta que vieron el golfo y luego la base. Entonces el A-4B se desprendió y chorreando líquido letal buscó la pista. Piano intentó bajar el tren de aterrizaje pero la rueda de nariz se resistía. Estaba todo el personal de la base de San Julián esperando, y él dando vueltas, dejando estelas de combustible de avión y tratando de lograr que esa maldita rueda bajara. Finalmente bajó, y el alférez aterrizó, se desató rápido, se quitó el casco, saltó al asfalto y se alejó corriendo del enorme lago de combustible que se formaba a los pies del A-4B.

Medalla al valor


Hubo fiesta hasta tarde y felicidad desenfrenada en San Julián. Como Piano se consideraba vivo de milagro se tomó muchas copas y tuvieron que acompañarlo hasta su habitación: se durmió con una sonrisa y se despertó muy tarde. Era el 14 de junio de 1982 y sus compañeros le informaron que la Argentina se había rendido.
Gracias a una licencia providencial, dos días después ya estaba en Buenos Aires. La ciudad permanecía hundida en la ira y en la depresión. Y también en la indiferencia. Cualquiera que se cruzaba con Piano se le acercaba con precaución y al rato le pedía que contara todo lo que había vivido. Pero Piano no tenía ganas de contar nada. Durante años soñó con aquellas piruetas mortales, aquellos vuelos rasantes, aquellas muertes: insomnio pertinaz y espectros atemorizantes que lo perseguían como Sea Harriers impiadosos.


Le dieron la Medalla al Valor en Combate, y se mantuvo dentro de la Fuerza Aérea haciendo una callada carrera con foja intachable y mucha capacitación profesional. Hace dos años fue enviado como agregado aeronáutico a Londres. Los ingleses lo recibieron como un gran guerrero. En la misma tradición de Wellington y de Napoleón, los ejércitos europeos aún practican el honor para sus antiguos y respetables enemigos.


Las aspas atravesadas del Sea King que había derribado Piano en Monte Kent están en el Museo de la Royal Navy, y el helicopterista que conducía aquel día está vivo pero retirado. Piano consiguió su teléfono y conversó afectuosamente con él. "Me alegra no haberlo matado", se dijo.


Los veteranos ingleses que lucharon en el Atlántico Sur tienen un enorme respeto por los aviadores argentinos. Y sienten nostalgias por aquellos tiempos: "Fue la última guerra convencional -dicen-. Unos frente a los otros por un territorio concreto. Hoy todo se hace a distancia, metidos en terrenos sin fronteras definidas y por causas borrosas, con terrorismos atomizados y combatientes religiosos eternos. Con esos enemigos al final no podemos juntarnos a tomar una cerveza".


Aquel alférez, convertido en comodoro, fue invitado una tarde a entregar un premio en la escuela de aviación de la RAF. Por la noche, los pilotos de guerra recién recibidos y sus señores oficiales cenaban en un salón majestuoso de mesas larguísimas. Piano ocupó un lugar privilegiado, y el director de la escuela pidió silencio y habló del piloto argentino. Se sabía su currículum bélico de memoria y en su discurso mostraba el orgullo de tener esa noche a un hombre que había luchado de verdad contra ellos.


El jueves pasado Guillermo Dellepiane asumió como director de la Escuela de Guerra Aérea en Buenos Aires. Ocupa un despacho en el Edificio Cóndor, donde murió su padre. Piano es ahora un cincuentón bajo y gordito. Se le cayó el pelo, es sumamente cordial y tiene un pensamiento moderno, y por supuesto en la calle nadie lo reconoce. Nadie sabe que forma parte de la hermandad del honor, y que es un héroe imborrable de una guerra maldita.

Kirchner - luchamos y perdimos - versión mejorada

Versión mejorada de la adaptación de película La Caída, al final de los Kirchner.

http://www.youtube.com/watch?v=AT-4Xu-VAyU

jueves, 26 de marzo de 2009

Rosas y los idus de marzo

ROSAS Y LOS IDUS DE MARZO

Nació el 30 de marzo de 1793; se casó un 16 de marzo (1813) y falleció un 14 de marzo (1877). O sea, los tres acontecimientos más importantes de su vida transcurrieron en el mes de marzo, de allí el título metafórico de esta nota.

Paradigmático gobernante de nuestro país, nadie tan polemizado y estigmatizado como él. Prácticamente dividió en dos la enseñanza de nuestra historia. A la caída de su gobierno, sus vencedores intentaron borrarlo de la historia como si nunca hubiera existido, extravagante artilugio que un siglo después se repetiría con Perón con la diferencia que en este último caso se hizo por decreto ley Nº 4161 (5 de junio de 1956).

Lo que elogiaron:

La acendrada defensa de la soberanía nacional, no sólo la territorial sino también la económica aplicando el proteccionismo a través de la Ley de Aduanas de 1835. Valga como gesta emblemática el Combate de la Vuelta de Obligado en el contexto de la guerra del Paraná en donde se enfrentó a las principales potencias de la época –Francia e Inglaterra y Brasil- acción que fue reconocida por el Libertador General San Martín quien le legó su sable corvo.

Derogó las famosas reformas rivadavianas que tanto daño provocaron al país. Creó la Casa de la Moneda, se preocupó por la educación; impuso el orden alejando el fantasma de la anarquía. Alejó el peligro de las tribus salvajes que asolaban nuestro sur con su Campaña al Desierto que no fue de exterminio como la de Roca sino que promovió alianzas con caciques amigos y combatió a los irreductibles.

Realizó una administración de gobierno impecable cuestión demostrada en el hecho que se usaron epítetos de todo calibre para denostarlo pero nadie pudo acusarlo de ladrón ya que no se apropio de un céntimo del erario público. Creó la carrera de Contador público.

La defensa de la fe católica y su religión, restableció las relaciones con la Santa Sede que estaban suspendidas desde 1810.

Lo que le criticaron:

Las sangrientas represiones ejecutadas por sus seguidores aunque justo es decir que la crueldad era moneda corriente en la época: quien perdía una batalla lo perdía todo, incluso la vida. Se fusilaba o degollaba en masa a los vencidos en ambos bandos. La ferocidad que cundía en las luchas civiles del siglo XIX, no eran privativas de Rosas, muchos otros caudillos, tanto unitarios como federales emplearon similar método: José M. Paz; Urquiza; Paunero; Barcalá; Lamadrid, etc.
Se lo acusó del asesinato de Quiroga, vil trama infundada pergeñada por unitarios. No tenía sentido, Rosas había cobijado a Quiroga en Buenos Aires luego de las derrotas de La Tablada y Oncativo.

El fusilamiento de Camila y el cura, medida exigida por Sarmiento, por exiliados y hasta por el propio padre de la Rea.

La demora en sancionar la Constitución con la teoría que primero se necesitaba unificar el país. El tiempo pareció darle la razón ya que en el alumbramiento de la misma, Buenos Aires dividió el territorio nacional segregándose del resto de la Confederación.

El refugiarse en Inglaterra a la que tanto había combatido. La explicación posible es que era el único país que podía ofrecer garantías de vida, no olvidemos que hasta San Martín estuvo a punto de abandonar el exilio francés para trasladarse a Inglaterra ya que aquella dejó de ofrecer seguridad por las convulsiones sociales de la década del 40.

No murió en combate como muchos otros que prefirieron el exilio, quienes murieron con las armas en la mano en la mayoría de los casos no habían elegido ese destino, simplemente, la fatalidad los alcanzó. Hay que reconocer que el lugar elegido favoreció los intereses británicos ya que en su territorio lo neutralizaron totalmente, de haberlo matado lo hubieran convertido en un mártir.

Pero todo lo que se pueda argumentar en contra de Rosas queda opacado por la defección de Urquiza quien no trepidó en aliarse a extranjeros para saciar su codicia.

Caseros fue una victoria brasileña y debió llamarse Morón que fue el lugar en que se enfrentaron los jefes. Se llamó Caseros en homenaje a los brasileños que combatieron en ese lugar ya que la artillería acantonada en el palomar de Caseros al mando de Martiniano Chilavert, bombardeaba al grueso del ejército brasileño. Si hasta esperaron 17 días para realizar el desfile de la victoria el día 20 de febrero para tomarse desquite de la batalla de Ituzaingó.

En Caseros Urquiza pronunció la nefasta frase “Ni vencedores ni vencidos” falaz mendacidad que caería en letra muerta, tal como aconteció un siglo después a la caída de Perón.

Rosas fue el prócer argentino de más compleja psicología y de más intensa ejecutoria. Apreciarlo por aspectos parciales de su acción de gobierno o condenarlo por detalles circunstanciales o episódicos, es desintegrar la historia. Las generaciones que le sucedieron carecieron de aptitud para juzgarlo no sólo por la falta de esa perspectiva que da el tiempo, sino también porque no pudieron percibir, de inmediato, la gravitación de su política, profundamente americanista, reservaba el futuro de la América española y de la Argentina en particular.

El gran timador de la llamada “Historia Oficial” fue Vicente Fidel López y luego Bartolomé Mitre sin olvidar la maniquea “Civilización y Barbarie” de Sarmiento.

Afortunadamente y gracias a Adolfo Saldías, quien accedió a los documentos de gobierno de Rosas, facilitados por Manuelita. Se pudo reconstruir su memoria y esto dio nacimiento a la corriente revisionista en la cual militaron eximios historiadores como Ernesto Quesada; Carlos Ibarguren; Manuel Gálvez; Julio Irazusta; Vicente Sierra; Ernesto Palacio; José María Rosa y muchos otros.

Hasta obtuvo el reconocimiento de Alberdi que lo había combatido y a su regreso del exilio cambió de parecer y hasta acuño esa famosa frase de “Mientras levantamos altares a la memoria de San Martín, su sable descansa en Southampton sobre el féretro de Rosas”. Este giro ideológico está retratado por Juan Pablo Oliver en su obra “El verdadero Alberdi”.

Hoy todo es fruto del pasado, carece de sentido debatirlos con revanchismo, toleremos todas las posiciones, porque además hoy sus restos descansan en nuestra patria, en el cementerio de la Recoleta, panteón de la familia Ortiz de Rozas, su verdadero apellido.

Lic. Carlos Pachá
Presidente
Fundación Historia y Patria

miércoles, 17 de diciembre de 2008

JUDIOS, NEGROS Y POBRES NO DEBEN TENER ARMAS


Por Eleuterio Fernández Huidobro


*"El error más tonto que podríamos cometer sería permitir a las razas sometidas la posesión de armas. La historia demuestra que todos los conquistadores que han permitido a las razas sometidas la tenencia de armas estaban preparando su caída al hacerlo.

De hecho, iría tan lejos como para afirmar que proveer de armas a los perdedores es condición sine qua non para el derrocamiento de toda soberanía" (Adolfo Hitler).

"LOS ALEMANES QUE DESEEN USAR ARMAS DEBERIAN AFILIARSE A LAS SS O A LAS SA. LOS CIUDADANOS ORDINARIOS NO NECESITAN TENER ARMAS, YA QUE LA POSESIÓN DE ARMAS NO RESULTA DE UTILIDAD AL ESTADO" (Heinrich Himler).

"Queda prohibida a los judíos la adquisición, posesión y porte de armas de fuego y de munición, así como de porras y armas punzantes. Aquellos que posean armas y munición han de entregarlas a la autoridad local de policía": Decreto del 11 de noviembre de 1938, redactado por Wilhem Frick, ministro del Interior del III Reich, enjuiciado y debidamente ahorcado (sin alusión alguna) en Nüremberg apenas seis años después.

"Entre las muchas fechorías que el Imperio Británico perpetró en la India, la historia mirará la de privar de armas a toda una nación como la más negra de todas ellas" (Mahatma Gandhi).Casualmente la principal ONG mundial que predica el desarme de los particulares tiene sede en Londres y apoyo financiero del Reino Unido (y de la Fundación Ford, la Rockefeller, la McArthur, etcétera).

"A ningún hombre se le privará del uso de las armas en su territorio o en su hogar" (Thomas Jefferson; Constitución de Virginia).

"Si la oposición se desarma, bien está. Si se opone a ello, la desarmaremos nosotros mismos." (Stalin).

Cabe anotar que entre la oposición citada contábamos anarquistas, socialistas, social-revolucionarios, cristianos de izquierda y la flor y nata del Partido Comunista (prácticamente todo el Comité Central de la Revolución de Octubre); ni qué hablar la llamada Oposición de Izquierda y luego los trotskistas (y Trotsky mismo...).

La reforma del artículo 166 del Código Penal de Turquía (1911) terminó con la "libertad de armas". Dicho "cambio" preparó el genocidio de los armenios, cuyos sobrevivientes llegados a Uruguay pudieron aquí tener armas. Y sus descendientes, como todos los demás orientales, pueden hoy seguir teniéndolas si así lo desean.Stalin liquidó dicha posibilidad definitivamente mediante el artículo 182 incorporado al Código Penal de la URSS en 1929, formando parte "legal" del genocidio que, según cifras (posteriores) del propio Partido Comunista de la URSS, costó unos veinte millones de muertos.

La Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos dice: "Siendo necesaria para la seguridad de un Estado libre una milicia bien organizada, no se deberá coartar el derecho del pueblo a poseer y portar armas" (1789-1791). Obviamente, este derecho se le negó a los negros hasta que luego de la Guerra Civil más cruenta de América (la de Secesión, en la que murieron más estadounidenses que en la II Guerra Mundial y en la que por lo tanto han sufrido más bajas hasta ahora), dicho derecho fue extendido también a los negros por la Enmienda Constitucional número 14 del 9 de julio de 1868. Costó muchísima sangre e iba a costar más todavía.

Podríamos seguir pero sería interminable. Nadie que conozca un poquito de historia puede decir que prohibir la tenencia de armas por los ciudadanos de un país es una idea "progresista" y de "izquierda". Ya Aristóteles nos decía que "los oligarcas y los tiranos desconfían de la gente, y por tanto les privan de sus armas".

Por el contrario, esa siempre fue no sólo una idea sino una meta del racismo, el fascismo, el stalinismo, las tiranías, los imperialismos y, por supuesto, sus sendos cipayos a veces gratuitos.Cuando algunos se incomodan porque tuvimos el "atrevimiento" de decir que el Estado venía siendo superado o había claudicado y resignado espacios, olvidan que hace ya muchos años tanto el "222" como las empresas de seguridad privadas los ocupan.

Rompe los ojos. Es evidente. No necesita prueba demostrativa. Claro: esa "seguridad" es para los que puedan pagarla.Olvidan que además esa población puede poner rejas, alarmas y comprar, criar, alimentar y entrenar perros feroces cuyas mordeduras hoy son plaga nacional (no prohibida).

Luego de añares en los que fue aceptada pacíficamente la legislación uruguaya que permite a los residentes tener armas; y siendo un país pionero y ejemplar en materia de control y registro de las mismas, llegó a nuestras costas, casualmente junto con la pasta base, y también desde el exterior, esta otra flamante y peligrosa "moda".

La dirigente australiana de dicha ONG (Iansa), Rebecca Peters, dijo: "Es posible admitir una sociedad con armas: en Europa la gente caza pero hay fuertes restricciones a la tenencia y portación de armas de puño. Tener armas es un lujo que pueden darse las sociedades donde hay poca pobreza. Pero a una en la que hay pobreza e inequidad social, si le añades armas es crear las condiciones para una explosión." (Argentina, diario La Nación, 25/11/2004).

Pero hagamos justicia: al Reino Unido le debemos el comienzo de la lucha por la Libertad tal como hoy la conocemos. Inventaron, entre otras miles de cosas, el Parlamento moderno. E, increíblemente (para quienes siguen los repentinos consejos de ONG allí domiciliadas), inventaron también el derecho de los ciudadanos a tener armas.

En realidad, ya en el siglo XIII descubrieron (como Tarigo) que no hay, contra el despotismo, Parlamento posible sin armas entre la gente. Ello figura desde el año 1181 en su Derecho (Common Law) y, desde 1689 (otra Revolución) en su Bill of Rights (y por ende en su actual "Constitución" no escrita) que exportó por aquel entonces a los futuros Estados Unidos, desde donde en horas revolucionarias (allá y acá) llegó a nuestras costas.

NOTA PARA BURROS: Charlton Heston no existía en 1791.

* Escritor, senador de la República.

Fuente: La República 5 de diciembre 2008

jueves, 27 de noviembre de 2008

HOMENAJE A LOS HEROES DE LA BATALLA DE VUELTA DE OBLIGADO (1845 - 2008)


Junto a las barrancas del Río Paraná, en el lugar donde se libró la histórica Batalla de Vuelta de Obligado, se llevó a cabo un homenaje a los combatientes de aquella gesta heroica, en que la Confederacion repelía la agresión de las flotas anglo-francesas "que trataban de humillarla", demostrando en aquella fecha heroica que "los interventores habrán visto por este echantillon, que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca" (San Martín).Pese a la derrota parcial por la superioridad numérica del enemigo, aquella jornada fue parte de los hechos que culminaron con el retiro de la flota anglofrancesa, saludando al pabellón nacional con una salva de 21 cañonazos, en un gesta que el propio Libertador General San martín juzgó que "en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España"

Bandera del 2° Batallón de Patricios(Reproducción de la utilizada el 20 de noviembre de 1845)
Banda "Tambor de Tacuarí" del Regimiento de Patricios
Infantes del Regimiento de Patricios(Uniforme de gala de la época)
Grupo de Artillería 1 "Gral Iriarte"En segundo Plano: "Colorados del Monte" y "Gauchos de caballería"
Agrupación Patricios Reservistas y Patricios Vuelta de ObligadoUniforme histórico de gala utilizado en la batalla de Obligado
Infantes del Regimiento de Patricios(Uniforme de gala de la época)
Grupo de Artillería 1 "Gral Iriarte"
Gauchos de agrupación Tradicionalista
Gaucho en el homenaje de Vuelta de Obligado
Salva de fusilería en homenaje a los héroes de Vuelta de Obligado

“...ya sabía la acción de Obligado, donde todos los interventores habrán visto por este echantillon, que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca. A un tal proceder no nos queda otro partido que el de no mirar el porvenir y cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que depare el destino, que por íntima convicción no sería un momento dudoso en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra Patria, si la Naciones europeas triunfan en la contienda, que en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España.

Convencido esta verdad, crea Ud. mi buen amigo, que jamás me he sido tan sensible, no tanto por mi avanzada edad como el estado precario de mi salud, que me priva en esta circunstancia de ofrecer a la Patria mis servicios, no por lo que puedan valer sino para demostrar a nuestros compatriotas, que aquella tenía aún a un viejo servidor cuando se trata de resistir la agresión, la más injusta de la que haya habido ejemplo...” (Carta de San Martín a Guido. 10 de mayo de 1846)

Fuentes:- La Gazeta Federal

JERÓNIMO COSTA

Por el Lic. Carlos Pachá

Nació en Buenos Aires en 1808, hijo del Tte. Cnel. Juan Antonio Costa y de Doña Sabina Villagra. Cursó sus estudios en el Colegio de la Unión del Sud.
El 10/08/25, ingresó como subteniente al batallón de la 1ª compañía del 2º.


Regimiento de Cazadores.

Partió a la guerra contra Brasil como Teniente 1º, el 27/06/26 integrando el 5º. Regimiento de Cazadores que comandaba el Cnel. Félix de Olazábal.
Combatió en la gloriosa batalla de Ituzaingó, el 20/02/27, donde derrochando valor obtuvo el grado de Sargento Mayor.
Al regresar de Brasil y producirse el motín unitario, contra el gobierno de Dorrego, Costa no se plegó. Fue arrestado y dado de baja el 12/12/28, día anterior al fusilamiento de Manuel Dorrego.

Sublevada la provincia de Buenos Aires contra Lavalle, Costa siguió a su jefe Olazábal, aliado a Rosas. El 05/10/29 fue reincorporado como Sargento Mayor en el regimiento “Patricios de Caballería de Buenos Aires”. Posteriormente formó parte de las tropas que combatieron a José María Paz, en Córdoba.

En 1833 realizó la campaña al desierto integrando la columna de la izquierda que conducía el propio Brigadier Gral. Juan Manuel de Rosas, quienes alcanzaron el Río Colorado. En dichas acciones fue ascendido a Teniente Coronel. A partir de allí revistó en la Plana Mayor del ejército de Rosas.

La defensa de la isla Martín García

En 1836 fue nombrado comandante de la isla Martín García, la que fue atacada el 11/10/38 por fuerzas del “Pardejón” Fructuoso Rivera apoyadas por la escuadra francesa, que comandaba el capitán Hipólito Daguenet. Éste lo intimó a rendirse pero a pesar de la desigualdad numérica, Costa y el 2º jefe Juan Bautista Thorne, respondieron “…sólo tengo que decirle que estoy dispuesto a sostener, según es mi deber el honor de la Nación a la que pertenezco…”

Desembarcaron riveristas y franceses, unos 550 hombres y pese a la furiosas resistencia presentada por los argentinos (96 hombres) éstos debieron rendirse. Costa y Thorne fueron hechos prisioneros y solicitaron ser enviados a Buenos Aires, cosa que les fue concedida en mérito a la gallardía desplegada en la defensa y acorde a los códigos éticos de la guerra en aquel entonces. El jefe francés le devolvió a Costa su espada y le envió una nota a Rosas donde afirmaba “He tenido la oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo Coronel Costa y su animosa lealtad hacia el país…” otro tanto expresó sobre la actuación de Thorne. En Buenos Aires fueron recibidos como héroes. Fue designado a comandar el Fuerte “Independencia” en La


Ensenada.

La proficua labor militar de Costa prosigue sin solución de continuidad: En 1839 combate en “Cagancha” a las órdenes de Pascual Echagüe. El 10/04/40 lo hace en “Don Cristóbal” y luego en la batalla de “Sauce Grande” contra las tropas del invasor Lavalle. Incorporado al ejército de Manuel Oribe participó de la importante victoria de “Quebracho Herrado” del 28/11/40, donde se produjo la debacle definitiva de la llamada “Legión Libertadora” que comandaba el Gral. Juan Lavalle y que lo llevaría en viaje sin retorno hacia la muerte.

Costa formó parte, posteriormente, del ejército comandado por el Gral. Ángel Pacheco, que en la batalla de “Rodeo del Medio” batieron a Gregorio Aráoz de Lamadrid el 24/09/41. En esta ocasión Costa con su batallón desplegaron una acción temeraria ya que tomaron a la bayoneta la artillería enemiga del Centro, hecho heroico que produjo numerosas bajas.

Permaneció en Mendoza y San Luis hasta 1842, pacificadas las provincias volvió a ponerse a las órdenes de Oribe en Entre Ríos para luchar contra las invasiones de Fructuoso Rivera en lo que se dio en llamar “La guerra del Paraná” en este nuevo enfrentamiento derrotaron gravemente al enemigo, el 6/12/42 en la batalla de “Arroyo Grande”, combate en el que Rivera huyó deshonrosamente, incluso quitándose la chaquetilla militar y arrojando su espada para no ser reconocido.

El Sitio de Montevideo y Caseros

Desde 1843 hasta 1851 participó del Sitio de Montevideo hasta el pronunciamiento de Urquiza. Cuando Urquiza acosó a los sitiadores, Oribe capituló, pero los jefes argentinos no lo hicieron y la noche anterior al desenlace (7/10/51) se embarcaron hacia Buenos Aires.
Participó en la batalla de Caseros integrando la Plana Mayor y combatió en las filas que debía comandar Pacheco.

Después de la derrota se embarcó con Rosas a Inglaterra, de la que regresó a los pocos meses. Al producirse el nuevo enfrentamiento entre federales y unitarios o liberales, Urquiza lo incorporó con el grado de coronel y comandante en jefe de la Guardia Nacional de Infantería. Acompañó a Urquiza hasta el levantamiento del sitio de Buenos Aires en 1853. Es promovido a coronel mayor de los ejércitos de la Nación y al poco tiempo como General en Jefe del ejército del Norte, con asiento en la ciudad de Rosario. Allí preparó la invasión a Buenos Aires conjuntamente con los jefes Cayetano Laprida; Baldomero Lamela; Hilario Lagos; Ramón Bustos y Juan Francisco Olmos. Éstos chocan con los porteños que mandaba el Gral. Manuel Hornos en los campos de “El Tala” el 8/11/54. Luego de un furioso combate vencieron los porteños y Costa debe refugiarse en la Banda Oriental.

Allí se alía al Gral. José María Flores que proyectó una nueva invasión a Buenos Aires. Flores desembarca en La Ensenada el 25/12/55 pero ante la proximidad de las fuerzas de Buenos Aires se movió hacia el Norte, llegando hasta el límite con Santa Fe desde donde buscaría apoyar el desembarco del Gral. Costa. Éste arribó el 27/1/56 al pueblo de Zárate sin encontrar el apoyo de Flores que estaba muy al norte. Costa ocupó Zárate y se internó hacia “Capilla del Señor”. Hostilizado por las fuerzas del Cnel. Emilio Conesa varió hacia el Sur en dirección a Chascomús.

El ingrato final

A la 1 de la tarde del 1/2/56, el Cnel. Esteban García (a) “El Gato”, lo alcanzó en el partido de La Matanza en el paraje “Villamayor” tomándolo prisionero. Dos días después y sin proceso alguno y por decreto del gobernador de Bs. As. Pastor Obligado, fue fusilado y su cadáver abandonado.
La Sra. Mercedes Rosas de Rivera – hermana de Juan Manuel - se ocupó de darle cristiana sepultura ya que lo buscó y lo llevó al cementerio del Norte (Cementerio de Flores) para su inhumación. En 1877 sus restos junto con los de Ramón Bustos, fueron llevados al cementerio de La Recoleta.

Costa dejaba viuda a su esposa en segundas nupcias, Doña Hipólita Domínguez.

BRIGADIER GENERAL JUAN MANUEL DE ROSAS

Por el Lic Carlos Pachá

Nace el 30 de marzo de 1793, en la casa de su abuelo materno Don Clemente López, situada en la calle Santa Lucía (hoy Sarmiento!!!, a Rosas no le ahorraron agravios). Fueron sus padres el teniente de la 5ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, Don León Ortiz de Rozas y Doña Agustina López de Osornio. Se lo bautizó, como era costumbre en la época, con varios nombres y usando los apellidos compuestos de padre y madre. Resultado de esta práctica fue inscripto como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio. Por propia voluntad y respondiendo a su carácter pragmático sólo uso los nombres de Juan Manuel y el apellido Rosas trocando la zeta por ese.

De niño cursó sus estudios primarios en la escuela privada de Francisco Javier de Argerich. Ya adolescente pasaba la mayor parte del tiempo en la estancia que les había legado su abuelo Clemente López y que se conocía como “Rincón de López”, amaba la vida y las tareas campestres. Allí daba rienda suelta a su impetuoso temperamento: boleando ganado cimarrones; domaba bestias chúcaras y practicaba las diversas tareas que cumplian sus peones, haciendo gala de su destreza.

Se identificó con los gauchos, conoció a fondo a los indios con los que tuvo muchos contactos tanto buenos como negativos ya que la Estancia estaba ubicada en el límite de la civilización y con frecuencia sufrían el azote de los malones. Por ello puso mucho empeño en reclutarlos para su causa, protegerlos y tenerlo por aliados. Un detalle que no es muy difundido es la preocupación de Rosas para que los indios recibieran vacunación antivariólica, ya que esta enfermedad hacía estragos en las tolderías ya que los enfermos no eran atendidos y eran abandonados a su suerte. Por ello se franqueó la amistad de muchos caciques y fue padrino de varios de ellos, algunos de los cuales usaban el apellido de Rosas. En lo señalado como negativo es que tuvo que emprender una campaña al desierto contra algunas tribus irreductibles que estaban soliviantada por muchas tribus agresivas, especialmente de araucanos que cruzaban la cordillera desde Chile.

Bautismos de fuego

Quien posteriormente llegaría a ser el adalid de la defensa de la soberanía, sin ser un militar profesional, incursionó en los campos de batalla en repetidas ocasiones, desmintiendo mendaces versiones de no haber combatido nunca.
Su itinerario bélico se inició teniendo 13 años y fue en el curso de la 1ª invasión inglesa de 1806. Ante la convocatoria a resistir y reconquistar Buenos Aires proclamada por Liniers, se presentó a alistarse y fue destinado a servir una pieza de artillería. Al día siguiente a la Reconquista de Buenos Aires, Santiago de Liniers le llamó para felicitarle y le entregó una misiva para Doña Agustina donde le anoticiaba que “Juan Manuel se había comportado con una bravura digna de la causa que defendía…”

Acto seguido se incorporó en el 4º Escuadrón de Caballería de “Migueletes” que mandaba Alejo Castex, con uniforme punzó que lucía orgulloso y que lo hizo su color preferido. Como “miguelete combatió en la cruenta defensa de Buenos Aires contra la 2ª invasión inglesa, nuevamente trajo a su casa felicitaciones por su comportamiento en combate.

Su vocación las tareas rurales

Su próximo destino será administrar la Estancia de sus padres ya que no quiso ser tendero como era el trabajo honorable de la época, Rosas despreciaba a los comerciantes y mercaderes, creo que algo de razón tenía.
En las tareas rurales imprimió su sello indeleble e imperecedero ya que organizó la Estancia de una manera eficaz y ordenada. Fijo reglas para todo y para todos, hasta él mismo estaba obligado a cumplirlas (existe una famosa anécdota en que infringe la ley de no portar armas dentro del campo. Llevaba un facón en la cintura y obliga a un peón a que lo someta al castigo de 20 latigazos).

No era un hombre de letras pero basado en su fértil experiencia escribió dos obras, digamos técnicas, importantísimas para la época: “Manual de Mayordomos de Estancia” y “Diccionario Quechua”.Impuso un estilo muy particular ya que en la frontera estaba siempre latente el peligro de los malones. Sus peones no sólo tenían que conocer las labores del campo sino, también, ser hábiles en el manejo de armas para la defensa a las que debían hechar mano al primer signo de agresión externa.
Esta situación particular de peones- milicianos, la consiguió en las condiciones que efectuaba el reclutamiento de los mismos.


Estableció que quien se afincaba en sus campos, gozaba de un status especial, ya que no se indagaba sobre sus antecedentes, no se inquiría sobre su pasado ni si tenían cuentas pendientes con la justicia. Rosas acogía a ese gauchaje nómade, discriminado y perseguido pero a condición del cumplimiento estricto de las leyes de la Estancia. Esto devino en que sus hombres le sirvieran con una lealtad incorruptible ya que a él le debían no sólo el conchabo, la seguridad de su protección y no pocos hasta la libertad.

Con el tiempo estos milicianos duchos en las peleas cuerpo a cuerpo se transformaron en el 5º Regimiento de Colorados del Monte. Y en las etapas anárquicas de las primeras décadas de nuestra independencia, sólo Rosas pudo exhibir esto que llamaríamos “tropa propia”. Lo que le valió que siempre fuera considerado como el único hombre capacitado y con fuerza para imponer el orden en momentos políticos aciagos.
Casado con Encarnación Ezcurra abandonó los campos de sus padres y se fue a trabajar por su cuenta. Fundó con Terrero la Estancia “Los Cerrillos” en la Guardia del Monte.

La anarquía del año XX

En la anárquica década del 20 salió a defender el gobierno de Dorrego contra los hermanos Carreras y los santafesinos, pero Dorrego exaltado como siempre se excede en su avance y es derrotado por las tropas de Estanislao López en la batalla de “El Gamonal”. Rosas logrará pacificar la zona e impondrá como gobernador de Buenos Aires, ante la renuncia de Dorrego, al Gral. Martín Rodríguez.
El crecimiento de la figura política de Rosas, aunque no había sido su vocación, figura reflejada en estos versos de Fray Cayetano Rodríguez:

A LOS COLORADOS

Milicianos del sud, bravos campeones
Vestidos de carmín, púrpura y grana
Honorable legión americana
Ordenados, valientes escuadrones;

A la voz de la Ley vuestros pendones
Triunfar hicisteis con heroica hazaña,
Llenándoos de glorias en campaña
Y dando de virtud grandes lecciones;

Grabad por siempre en vuestros corazones
De Rosas la memoria y la grandeza,
Pues restaurando el orden os avisa

Que la Provincia y sus instituciones
Salvas serán: la Ley es vuestra empresa
La bella Libertad vuestra divisa.


El terrible año 1820 convirtió al estanciero de “Los Cerrillos”, muy a pesar de su socio Terrero, en jefe militar que condujo al triunfo a las milicias de campaña, en celebrado restaurador del orden de la ciudad y en pacificador que comprometió la gratitud de la provincia de Santa Fe. Después vendría el desastroso gobierno (como ministro y como presidente) de Bernardino Rivadavia con sus nefastas reformas que Rosas se encargaría de derogar en su segundo gobierno.
Rivadavia renunciaría a la presidencia por ser culpable del reconocimiento de la independencia de la Banda Oriental. Lo gravoso del accionar liberal que Rivadavia encarnaba era que habíamos entrado en guerra contra Brasil porque habían invadido el Uruguay transformándolo en provincia Cisplatina del imperio. En esa guerra derrotamos completamente al Imperio brasileño en las heroicas batallas de Ituzaingó y Juncal, sin embargo Rivadavia mandó hacer la paz a cualquier costo, aún el de perder territorio, porque el conflicto perjudicaba los intereses de sus mentores, los ingleses.
Lo reemplazaría Manuel Dorrego quien terminará pagando los platos rotos, las tropas que regresaban de la guerra no soportaban tamaño dislate: vencedores en el campo de Marte y vencidos en los papeles de las cancillerías. Con el agravante que el jefe de esa expedición era el valeroso Juan Galo de Lavalle un bravo guerrero pero nulo en los quehaceres políticos. Los unitarios aprovecharon la oportunidad y auparon a este “Espadón sin cabeza” que se sublevó el 1º de diciembre de 1820, derrocando al gobernador Dorrego. Éste le pide ayuda a Rosas para sostener su gobierno, Rosas lo apoya pero le aconseja pedirle refuerzos al gobernador santafesino Estanislao López, porque evalúa la desproporción de fuerzas y veteranía que favorecen a los amotinados. Obstinado Dorrego no escucha a Rosas y enfrenta solo a Lavalle que lo derrota en los campos de Navarro.


Posteriormente será capturado el ex gobernador en el puesto “El Clavo” por la defección del Cnel. Escribano y el Mayor Mariano Acha quienes lo entregan a Lavalle que no sabe que hacer con el prisionero. Pero para eso allí están los tenebrosos personajes de la logia unitaria: Julián Segundo de Agüero; Salvador María del Carril; Juan Cruz y Florencio Varela, quienes aconsejan la ejecución del vencido como una manera de sembrar el pánico entre los federales. Se equivocaron de medio a medio. Todo el país reaccionó enfurecido por el absurdo magnicidio.

Rosas encabezó la indignada reacción apoyado por todo el Interior y militarmente por las huestes de E. López, marcharon hacia Buenos Aires y derrotaron a Lavalle en Puente de Márquez. Firmando dos pactos primero el de Cañuelas y al no ser acatado éste por los unitarios, envalentonados con el triunfo de Paz en Córdoba, se firmó el de Barracas que entronizó como gobernador provisorio al Gral. Juan José Viamonte.

Primer Gobierno de Rosas (1829-33)

Exactamente al año de producido el motín, el 1º de diciembre de 1829, asumió Rosas su primer mandato.

El acto más trascendente de este 1er. Gobierno fue la firma del Pacto Federal el 4 de enero de 1831, que sentó las bases del sistema federal de gobierno y sirvió para enfrentar a la coalición que desde Córdoba organizaba el Gral. José María Paz, que había derrocado al más importante gobernador de Córdoba de todo el siglo XIX, me refiero al Gral. Juan Bautista Bustos, en las batallas de San Roque y luego en Tablada y Oncativo junto al mismísimo Facundo Quiroga.

El “Tigre de los Llanos” fue cobijado honrosamente en Buenos Aires por Rosas. Paz disfrutó poco tiempo sus victorias ya que fue aprehendido y encarcelado, primero en Santa Fe y luego Rosas le dio por cárcel la ciudad de Buenos Aires desde donde, Paz, huyó a Montevideo rompiendo un pacto de honor.

Campaña al desierto y la Revolución de los Restauradores

Rosas rechazó su reelección y partió a cumplir una necesaria misión, necesitaba pacificar el sur de los malones indios que agredían permanentemente los pueblos fronterizos. Su campaña al desierto tuvo la particularidad que fue selectiva y no de exterminio como si fue la encarada por Roca a fines de la década del 70. Lo de selectivo se comprende porque sólo se combatía a las tribus irreductibles, inclusive hubo tribus que se aliaron a Rosas y lucharon a su lado. Esto era posible por el gran predicamento que Rosas tenía entre los indígenas.

La campaña que se había planificado en 4 columnas, para desandar la extensa geografía, resultó exitosa, sobretodo, la columna de la izquierda que comandaba Rosas personalmente y que cumplió todos los objetivos pautados. Llegó hasta el Río Colorado, la isla Choele – Choel, etc.

En tanto en Buenos Aires había quedado como gobernador el Gral. Juan Ramón Balcarce que tentado por la política sibilina de los unitarios pergeñaban realizar una fusión contranatura de ambas corrientes.
Esto sublevó a los que se dieron en llamar “Federales Netos” o “Apostólicos”. El detonante fue una ley de imprenta o de censura ante la guerra panfletaria que se había desatado entre ambos bandos. Por la misma se prohibió la publicación del periódico “El Restaurador”. Mediante un juego de palabras se identificó que se quería proscribir a Rosas a quien ya le decían “El Restaurador de las Leyes”.

Se produjo una pueblada en contra del gobierno de Balcarce y de su ministro represor Gral. Enrique Martínez quienes encarnaban la cara visible de lo que dieron en llamar “Cismáticos” o “Lomos Negros”. En ese candente escenario político estalló la llamada “Revolución de los Restauradores”, cuyos impulsores eran la esposa de Rosas, Doña Encarnación Ezcurra en el plano político y los Generales Pinto y Pinedo como cabecillas militares. Renuncia Balcarce, asume nuevamente Viamonte que se aleja sobrepasado por la situación y lo reemplaza interinamente EL Dr. Manuel Vicente Mazza.

Asesinato de Facundo Quiroga en Barranca Yaco

El 16 de febrero de 1835 se produce el bárbaro asesinato de Facundo Quiroga en un paraje de Córdoba conocido como “Barranca Yaco”. Quiroga regresaba del norte donde había cumplido una misión pacificadora que le había encomendado Rosas. Este nuevo crimen absurdo aceleró los tiempos para que Rosas retornara al gobierno de Buenos Aires, esta vez con la Suma del poder público y las Facultades Extraordinarias que antes le habían sido restringidas y no renovadas. Es que el estrépito del atentado producido en Córdoba, presagiaba una nueva anarquía y el único en condiciones de neutralizarla era, una vez más, Juan Manuel de Rosas.

Segundo Gobierno de Rosas (1835-52)

El 2º gobierno de Rosas fue el más fructífero en acciones y el más complejo en conflictos internos que generaban la antipatria para paliar las efectivas medidas propiciadas por Rosas a favor del país. Le costó mucho domeñar a una escabrosa oposición que no trepidaba en aliarse con las potencias extranjeras, que pudieran ayudarles en la consecución de sus mezquinos intereses.

Lo primero que hizo fue juzgar y condenar a los asesinos de Quiroga: al cap. Santos Pérez autor material del hecho y a los hermanos Reinafé que habían impulsado al asesino. Pero las medidas que le granjearon la enemistad de la clase alta, eran de índole económica. La más importante de todas fue la sanción de la Ley de Aduanas de 1835, base fundamental de la política económica de carácter proteccionista. Derogó todas las desatinadas leyes y reformas sancionadas por Rivadavia. Creó la Casa de la Moneda, estatizando el manejo del circulante y el crédito financiero. Aceleró los tribunales de justicia.

La restricción de navegar y comerciar libremente por los ríos interiores a las naves de bandera extranjera le acarreó infinidad de males provocados por los intereses foráneos que atacaba. Francia bloqueó el puerto de Buenos Aires y luego Inglaterra hizo lo propio con el reto, incluso desatando lo que se conoció como la guerra del Paraná, donde contaron con algunos actores extras como el mercenario conocido como “el chacal de los tigres anglo franceses” o simplemente “el chacal pirata”, me refiero al “comendattore” Giuseppe Garibaldi. (Todo un valiente cuando enfrentaba a poblaciones civiles indefensas a las que sometía a saqueo – Gualeguaychú; Coronda; Gualeguay-. Pero cuando cuando enfrentaba a militares como el Almte. Brown; el Gral. Eugenio Garzón o al Gral. Antonio Díaz o a la aguerrida población de Paysandú, el “héroe de dos mundos”, ponía pies en polvorosa.)

En el marco de esa guerra se produjo el emblemático Combate de la Vuelta de Obligado, allí las tropas argentinas derrocharon valor pero fueron vencidos por el número el poderío del armamento del enemigo. No obstante, para los invasores fue una victoria a lo “Pirro”, ya que los argentinos siguieron acosándolos desde las costas y la expedición que remontó el río Paraná hasta Asunción se constituyó en un doble fracaso: No consiguieron el objetivo primordial de abrir una vía comercial y en vez de empañar la figura de Rosas, involuntariamente lograron ensalzar su imagen a nivel internacional.

Hasta el Libertador Gral. San Martín ofreció sus servicios a Rosas para concurrir en defensa de la Patria y como reconocimiento de lo actuado por Rosas le legó su sable corvo que lo había acompañado en todas sus campañas. Desde ese momento el bravo artillero coronel Martiniano Chilavert se puso a disposición de Oribe y Rosas para luchar contra los imperiales.

A pesar de los bloqueos, de los conflictos armados, verb.: La guerra contra la confederación peruano-boliviana del inefable mariscal Andrés Santa Cruz que ambicionaba apoderarse de nuestras provincias del norte contando con el apoyo de los apátridas unitarios; la llamada revolución de los estancieros del sud; el desembarco de Lavalle que arribó fletado por naves francesas y sufrió sus dos definitivas derrotas: “Quebracho Herrado” y “Famaillá”; el levantamiento de los Madariaga en Corrientes, etc. A pesar de toda esta parafernalia bélica. no hubo crisis económica en el país lo que demostró las virtudes del sistema proteccionista implementado por el Restaurador.

La oposición salvaje y la traición de Urquiza

Finalmente en 1851 declarada ya la guerra, nuevamente, contra Brasil, se produce el pronunciamiento de Urquiza, hombre codicioso comprado por brasileños, ingleses y unitarios que le financian una expedición a través de las bancas europeas y la Mauás brasileña (Dinero que el país debe devolver religiosamente, luego de la caída de Rosas).

Integró un ejército multinacional y se enfrentó con Rosas en la mal llamada batalla de Caseros, digo esto porque el nombre de las batallas se componen con el lugar geográfico en donde se enfrentaron los jefes de cada ejército, y en el caso que nos ocupa lo hicieron en Morón. La pregunta lógica surge de inmediato ¿Porqué le pusieron Caseros? y la vergonzosa respuesta es porque allí lucharon los brasileños que enfrentaban al valeroso coronel Chilavert que había acantonado la artillería en el palomar de Caseros y que no escatimaba munición prodigándola al grueso del ejército imperial. O sea se usó esta denominación en homenaje a estos “buenos vecinos” que venían a prestarnos una “ayudita” para liberarnos de la dictadura de Rosas. Pero el bochorno del execrable traidor de Urquiza sería completo ya que postergó, a pedido de sus socios brasileños, el desfile de la victoria para que sus mandantes se tomaran revancha de la batalla de Ituzaingó paseándo pomposamente por las calles de Buenos Aires en un nuevo aniversario de la tunda que le habían propinado nuestras tropas comandadas por Alvear; Lavalle; Paz; Lamadrid; Brown; Necochea; Brandsen; Olavaria; Jerónimo Costa, Olazábal; Iriarte y tantos otros.

Luego de la derrota de la Patria el 3 de febrero de 1852, el pérfido Urquiza proclamó la rimbombante frase de “Ni vencedores ni vencidos”, embuste que no respetó un segundo. Luego de Caseros derramaron ríos de sangre para paliar la sed de venganza de los opositores: Fue vilmente asesinado Martiniano Chilavert; degollado en el atrio de una iglesia Martín Santa Coloma; ahorcados la mayoría de los hombres que se habían rebelado al Cnel. Aquino en “El espinillo” y se habían vuelto con Rosas, sus cuerpos pendían de los árboles de los bosques de Palermo denunciando la feroz represalia de los vencedores.

El revanchismo unitario

Al poco tiempo los unitarios mostraron las uñas y evidenciaron que habían usado del codicioso entrerriano como instrumento de sus maquiavélicos planes. Buenos Aires se segregó del resto de la Confederación.

Poco más de un siglo después, los “gorilas” utilizarían al Gral. E. Lonardi para derrocar al Presidente Perón, el nuevo mandatario repitió la macabra frase de “ni vencedores ni vencidos” que intentó cumplir, pero el diabólico Almte. Isaac F. Rojas (El mismo que había recibido la medalla al mérito de la lealtad peronista) tenía otros planes.

Colofón

Rosas se exilió en Inglaterra en Southampton, donde adquirió una chacra en la que seguía practicando la vida rural. Tuvo un pasar modesto y austero porque le habían confiscado todos sus bienes. Si hasta un poetastro de segunda línea (Mármol) había sentenciado “…ni el polvo de sus huesos la América tendrá…” (Afortunadamente este vaticinio no se cumplió definitivamente ya que sus restos fueron repatriados en la última década del siglo XX. Hoy sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta en el panteón de la familia Ortiz de Rosas. Primer pasillo a mano derecha, cercano al panteón de Dorrego.) Se intentó borrar a Rosas de la historia por chambones mendaces como Vicente Fidel López, que se había alimentado en el plato de Rosas y que dibujó una historia sin ninguna base documental, se basó exclusivamente en tradiciones orales y los otros grandes timadores de nuestra historia fueron los sanguinarios Bartolomé Mitre y Domingo Sarmiento.


Paradójicamente quien sentó las bases de una historia más fidedigna y que dio inicio y sustento al revisionismo histórico, fue un discípulo de Mitre, Adolfo Saldías en su monumental y calificada obra, “Historia de la Confederación Argentina”. Lograda gracias a que accedió a la documentación de gobierno de Rosas, facilitada por Manuelita Rosas. Como Rosas era casi un burócrata en sus actos de gobierno, dejó un registro puntilloso de todas las decisiones y erogaciones que sobrellevó durante su gestión. Por eso a pesar de la avalancha de acusaciones, sospechas y adjetivos con que lo bombardearon, nunca nadie lo acuso de peculado de los caudales públicos, ningún historiador por más acérrimo crítico de Rosas que fuera, se atrevió a llamarlo ladrón.


El epíteto más usual para referirse a Rosas era el de déspota y asesino sin analizar que la crueldad era moneda corriente en la época, que los unitarios también mataban y degollaban a los vencidos. Ubicarse en el tiempo es la tarea más compleja que debe afrontar quien se adentra en los intrincados senderos del pasado.

Hubo, además, algunos célebres resentimientos como el de otro poetastro como fue José Rivera Indarte, al que en Córdoba se lo valora injustamente y sólo por el hecho de ser comprovinciano. Rivera Indarte integraba las ruedas de tertulia en la casa del Restaurador, incluso llegó a escribir el himno a la Mazorca, organización que debe su nombre a la pluma del susodicho vate. En determinado momento hizo conocer su aspiración de desposar a Manuelita, intención que a Rosas no le agradó en lo más mínimo y lo expulsó de su círculo. A partir de ese momento el excluido se transformó en un feroz opositor que escribió el libelo “Tablas de Sangre”, donde pretende hacer un relevamiento de los crímenes de Rosas, claro que sin ningún soporte documental y con algunos nombres absolutamente desconocidos de los que, incluso, se duda de su existencia.

En vida, Rosas tuvo tres mujeres que influyeron mucho en su temperamento y formación: su madre Agustina López de Osornio de quien heredó su tempestuosa naturaleza; su esposa Encarnación Ezcurra que fue un complemento ideal en el decurso del trajinar político y finalmente su hija Manuelita a la que amó incondicionalmente.

Para retratar sus últimos momentos de existencias he decidido transcribir textualmente un párrafo de la espectacular biografía de Rosas que escribió Manuel Gálvez … “Es el 14 de marzo de 1877. A las seis de la mañana, Alice avisa a Manuela que su padre está muy mal. Ella salta de la cama, se instala a su lado y lo besa muchas veces, como hacía siempre. Siente la mano helada. “¿Cómo te va, Tatita?” Él la mira “con la mayor ternura” y le contesta: “No sé, niña…” Y la “niña” de sesenta y un años – cuanta ternura hay en esa palabra”niña”, dirigida a una mujer de su edad y en semejante momento! – sale para ordenar que llamen al médico y al confesor: Y cuando ella vuelve, ya su padre no vive”

Muere de congestión pulmonar a la edad de ochenta y cuatro años…

S A L V E I L U S T R E R E S T A U R A D O R
D E L A S L E Y E S

BRIGADIER GENERAL DON JUAN MANUEL DE ROSAS