jueves, 27 de noviembre de 2008
HOMENAJE A LOS HEROES DE LA BATALLA DE VUELTA DE OBLIGADO (1845 - 2008)
Junto a las barrancas del Río Paraná, en el lugar donde se libró la histórica Batalla de Vuelta de Obligado, se llevó a cabo un homenaje a los combatientes de aquella gesta heroica, en que la Confederacion repelía la agresión de las flotas anglo-francesas "que trataban de humillarla", demostrando en aquella fecha heroica que "los interventores habrán visto por este echantillon, que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca" (San Martín).Pese a la derrota parcial por la superioridad numérica del enemigo, aquella jornada fue parte de los hechos que culminaron con el retiro de la flota anglofrancesa, saludando al pabellón nacional con una salva de 21 cañonazos, en un gesta que el propio Libertador General San martín juzgó que "en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España"
Bandera del 2° Batallón de Patricios(Reproducción de la utilizada el 20 de noviembre de 1845)
Banda "Tambor de Tacuarí" del Regimiento de Patricios
Infantes del Regimiento de Patricios(Uniforme de gala de la época)
Grupo de Artillería 1 "Gral Iriarte"En segundo Plano: "Colorados del Monte" y "Gauchos de caballería"
Agrupación Patricios Reservistas y Patricios Vuelta de ObligadoUniforme histórico de gala utilizado en la batalla de Obligado
Infantes del Regimiento de Patricios(Uniforme de gala de la época)
Grupo de Artillería 1 "Gral Iriarte"
Gauchos de agrupación Tradicionalista
Gaucho en el homenaje de Vuelta de Obligado
Salva de fusilería en homenaje a los héroes de Vuelta de Obligado
“...ya sabía la acción de Obligado, donde todos los interventores habrán visto por este echantillon, que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca. A un tal proceder no nos queda otro partido que el de no mirar el porvenir y cumplir con el deber de hombres libres, sea cual fuere la suerte que depare el destino, que por íntima convicción no sería un momento dudoso en nuestro favor si todos los argentinos se persuadiesen del deshonor que recaerá sobre nuestra Patria, si la Naciones europeas triunfan en la contienda, que en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación de la España.
Convencido esta verdad, crea Ud. mi buen amigo, que jamás me he sido tan sensible, no tanto por mi avanzada edad como el estado precario de mi salud, que me priva en esta circunstancia de ofrecer a la Patria mis servicios, no por lo que puedan valer sino para demostrar a nuestros compatriotas, que aquella tenía aún a un viejo servidor cuando se trata de resistir la agresión, la más injusta de la que haya habido ejemplo...” (Carta de San Martín a Guido. 10 de mayo de 1846)
Fuentes:- La Gazeta Federal
JERÓNIMO COSTA
Por el Lic. Carlos Pachá
Nació en Buenos Aires en 1808, hijo del Tte. Cnel. Juan Antonio Costa y de Doña Sabina Villagra. Cursó sus estudios en el Colegio de la Unión del Sud.
El 10/08/25, ingresó como subteniente al batallón de la 1ª compañía del 2º.
Regimiento de Cazadores.
Partió a la guerra contra Brasil como Teniente 1º, el 27/06/26 integrando el 5º. Regimiento de Cazadores que comandaba el Cnel. Félix de Olazábal.
Combatió en la gloriosa batalla de Ituzaingó, el 20/02/27, donde derrochando valor obtuvo el grado de Sargento Mayor.
Al regresar de Brasil y producirse el motín unitario, contra el gobierno de Dorrego, Costa no se plegó. Fue arrestado y dado de baja el 12/12/28, día anterior al fusilamiento de Manuel Dorrego.
Sublevada la provincia de Buenos Aires contra Lavalle, Costa siguió a su jefe Olazábal, aliado a Rosas. El 05/10/29 fue reincorporado como Sargento Mayor en el regimiento “Patricios de Caballería de Buenos Aires”. Posteriormente formó parte de las tropas que combatieron a José María Paz, en Córdoba.
En 1833 realizó la campaña al desierto integrando la columna de la izquierda que conducía el propio Brigadier Gral. Juan Manuel de Rosas, quienes alcanzaron el Río Colorado. En dichas acciones fue ascendido a Teniente Coronel. A partir de allí revistó en la Plana Mayor del ejército de Rosas.
La defensa de la isla Martín García
En 1836 fue nombrado comandante de la isla Martín García, la que fue atacada el 11/10/38 por fuerzas del “Pardejón” Fructuoso Rivera apoyadas por la escuadra francesa, que comandaba el capitán Hipólito Daguenet. Éste lo intimó a rendirse pero a pesar de la desigualdad numérica, Costa y el 2º jefe Juan Bautista Thorne, respondieron “…sólo tengo que decirle que estoy dispuesto a sostener, según es mi deber el honor de la Nación a la que pertenezco…”
Desembarcaron riveristas y franceses, unos 550 hombres y pese a la furiosas resistencia presentada por los argentinos (96 hombres) éstos debieron rendirse. Costa y Thorne fueron hechos prisioneros y solicitaron ser enviados a Buenos Aires, cosa que les fue concedida en mérito a la gallardía desplegada en la defensa y acorde a los códigos éticos de la guerra en aquel entonces. El jefe francés le devolvió a Costa su espada y le envió una nota a Rosas donde afirmaba “He tenido la oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo Coronel Costa y su animosa lealtad hacia el país…” otro tanto expresó sobre la actuación de Thorne. En Buenos Aires fueron recibidos como héroes. Fue designado a comandar el Fuerte “Independencia” en La
Ensenada.
La proficua labor militar de Costa prosigue sin solución de continuidad: En 1839 combate en “Cagancha” a las órdenes de Pascual Echagüe. El 10/04/40 lo hace en “Don Cristóbal” y luego en la batalla de “Sauce Grande” contra las tropas del invasor Lavalle. Incorporado al ejército de Manuel Oribe participó de la importante victoria de “Quebracho Herrado” del 28/11/40, donde se produjo la debacle definitiva de la llamada “Legión Libertadora” que comandaba el Gral. Juan Lavalle y que lo llevaría en viaje sin retorno hacia la muerte.
Costa formó parte, posteriormente, del ejército comandado por el Gral. Ángel Pacheco, que en la batalla de “Rodeo del Medio” batieron a Gregorio Aráoz de Lamadrid el 24/09/41. En esta ocasión Costa con su batallón desplegaron una acción temeraria ya que tomaron a la bayoneta la artillería enemiga del Centro, hecho heroico que produjo numerosas bajas.
Permaneció en Mendoza y San Luis hasta 1842, pacificadas las provincias volvió a ponerse a las órdenes de Oribe en Entre Ríos para luchar contra las invasiones de Fructuoso Rivera en lo que se dio en llamar “La guerra del Paraná” en este nuevo enfrentamiento derrotaron gravemente al enemigo, el 6/12/42 en la batalla de “Arroyo Grande”, combate en el que Rivera huyó deshonrosamente, incluso quitándose la chaquetilla militar y arrojando su espada para no ser reconocido.
El Sitio de Montevideo y Caseros
Desde 1843 hasta 1851 participó del Sitio de Montevideo hasta el pronunciamiento de Urquiza. Cuando Urquiza acosó a los sitiadores, Oribe capituló, pero los jefes argentinos no lo hicieron y la noche anterior al desenlace (7/10/51) se embarcaron hacia Buenos Aires.
Participó en la batalla de Caseros integrando la Plana Mayor y combatió en las filas que debía comandar Pacheco.
Después de la derrota se embarcó con Rosas a Inglaterra, de la que regresó a los pocos meses. Al producirse el nuevo enfrentamiento entre federales y unitarios o liberales, Urquiza lo incorporó con el grado de coronel y comandante en jefe de la Guardia Nacional de Infantería. Acompañó a Urquiza hasta el levantamiento del sitio de Buenos Aires en 1853. Es promovido a coronel mayor de los ejércitos de la Nación y al poco tiempo como General en Jefe del ejército del Norte, con asiento en la ciudad de Rosario. Allí preparó la invasión a Buenos Aires conjuntamente con los jefes Cayetano Laprida; Baldomero Lamela; Hilario Lagos; Ramón Bustos y Juan Francisco Olmos. Éstos chocan con los porteños que mandaba el Gral. Manuel Hornos en los campos de “El Tala” el 8/11/54. Luego de un furioso combate vencieron los porteños y Costa debe refugiarse en la Banda Oriental.
Allí se alía al Gral. José María Flores que proyectó una nueva invasión a Buenos Aires. Flores desembarca en La Ensenada el 25/12/55 pero ante la proximidad de las fuerzas de Buenos Aires se movió hacia el Norte, llegando hasta el límite con Santa Fe desde donde buscaría apoyar el desembarco del Gral. Costa. Éste arribó el 27/1/56 al pueblo de Zárate sin encontrar el apoyo de Flores que estaba muy al norte. Costa ocupó Zárate y se internó hacia “Capilla del Señor”. Hostilizado por las fuerzas del Cnel. Emilio Conesa varió hacia el Sur en dirección a Chascomús.
El ingrato final
A la 1 de la tarde del 1/2/56, el Cnel. Esteban García (a) “El Gato”, lo alcanzó en el partido de La Matanza en el paraje “Villamayor” tomándolo prisionero. Dos días después y sin proceso alguno y por decreto del gobernador de Bs. As. Pastor Obligado, fue fusilado y su cadáver abandonado.
La Sra. Mercedes Rosas de Rivera – hermana de Juan Manuel - se ocupó de darle cristiana sepultura ya que lo buscó y lo llevó al cementerio del Norte (Cementerio de Flores) para su inhumación. En 1877 sus restos junto con los de Ramón Bustos, fueron llevados al cementerio de La Recoleta.
Costa dejaba viuda a su esposa en segundas nupcias, Doña Hipólita Domínguez.
Nació en Buenos Aires en 1808, hijo del Tte. Cnel. Juan Antonio Costa y de Doña Sabina Villagra. Cursó sus estudios en el Colegio de la Unión del Sud.
El 10/08/25, ingresó como subteniente al batallón de la 1ª compañía del 2º.
Regimiento de Cazadores.
Partió a la guerra contra Brasil como Teniente 1º, el 27/06/26 integrando el 5º. Regimiento de Cazadores que comandaba el Cnel. Félix de Olazábal.
Combatió en la gloriosa batalla de Ituzaingó, el 20/02/27, donde derrochando valor obtuvo el grado de Sargento Mayor.
Al regresar de Brasil y producirse el motín unitario, contra el gobierno de Dorrego, Costa no se plegó. Fue arrestado y dado de baja el 12/12/28, día anterior al fusilamiento de Manuel Dorrego.
Sublevada la provincia de Buenos Aires contra Lavalle, Costa siguió a su jefe Olazábal, aliado a Rosas. El 05/10/29 fue reincorporado como Sargento Mayor en el regimiento “Patricios de Caballería de Buenos Aires”. Posteriormente formó parte de las tropas que combatieron a José María Paz, en Córdoba.
En 1833 realizó la campaña al desierto integrando la columna de la izquierda que conducía el propio Brigadier Gral. Juan Manuel de Rosas, quienes alcanzaron el Río Colorado. En dichas acciones fue ascendido a Teniente Coronel. A partir de allí revistó en la Plana Mayor del ejército de Rosas.
La defensa de la isla Martín García
En 1836 fue nombrado comandante de la isla Martín García, la que fue atacada el 11/10/38 por fuerzas del “Pardejón” Fructuoso Rivera apoyadas por la escuadra francesa, que comandaba el capitán Hipólito Daguenet. Éste lo intimó a rendirse pero a pesar de la desigualdad numérica, Costa y el 2º jefe Juan Bautista Thorne, respondieron “…sólo tengo que decirle que estoy dispuesto a sostener, según es mi deber el honor de la Nación a la que pertenezco…”
Desembarcaron riveristas y franceses, unos 550 hombres y pese a la furiosas resistencia presentada por los argentinos (96 hombres) éstos debieron rendirse. Costa y Thorne fueron hechos prisioneros y solicitaron ser enviados a Buenos Aires, cosa que les fue concedida en mérito a la gallardía desplegada en la defensa y acorde a los códigos éticos de la guerra en aquel entonces. El jefe francés le devolvió a Costa su espada y le envió una nota a Rosas donde afirmaba “He tenido la oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo Coronel Costa y su animosa lealtad hacia el país…” otro tanto expresó sobre la actuación de Thorne. En Buenos Aires fueron recibidos como héroes. Fue designado a comandar el Fuerte “Independencia” en La
Ensenada.
La proficua labor militar de Costa prosigue sin solución de continuidad: En 1839 combate en “Cagancha” a las órdenes de Pascual Echagüe. El 10/04/40 lo hace en “Don Cristóbal” y luego en la batalla de “Sauce Grande” contra las tropas del invasor Lavalle. Incorporado al ejército de Manuel Oribe participó de la importante victoria de “Quebracho Herrado” del 28/11/40, donde se produjo la debacle definitiva de la llamada “Legión Libertadora” que comandaba el Gral. Juan Lavalle y que lo llevaría en viaje sin retorno hacia la muerte.
Costa formó parte, posteriormente, del ejército comandado por el Gral. Ángel Pacheco, que en la batalla de “Rodeo del Medio” batieron a Gregorio Aráoz de Lamadrid el 24/09/41. En esta ocasión Costa con su batallón desplegaron una acción temeraria ya que tomaron a la bayoneta la artillería enemiga del Centro, hecho heroico que produjo numerosas bajas.
Permaneció en Mendoza y San Luis hasta 1842, pacificadas las provincias volvió a ponerse a las órdenes de Oribe en Entre Ríos para luchar contra las invasiones de Fructuoso Rivera en lo que se dio en llamar “La guerra del Paraná” en este nuevo enfrentamiento derrotaron gravemente al enemigo, el 6/12/42 en la batalla de “Arroyo Grande”, combate en el que Rivera huyó deshonrosamente, incluso quitándose la chaquetilla militar y arrojando su espada para no ser reconocido.
El Sitio de Montevideo y Caseros
Desde 1843 hasta 1851 participó del Sitio de Montevideo hasta el pronunciamiento de Urquiza. Cuando Urquiza acosó a los sitiadores, Oribe capituló, pero los jefes argentinos no lo hicieron y la noche anterior al desenlace (7/10/51) se embarcaron hacia Buenos Aires.
Participó en la batalla de Caseros integrando la Plana Mayor y combatió en las filas que debía comandar Pacheco.
Después de la derrota se embarcó con Rosas a Inglaterra, de la que regresó a los pocos meses. Al producirse el nuevo enfrentamiento entre federales y unitarios o liberales, Urquiza lo incorporó con el grado de coronel y comandante en jefe de la Guardia Nacional de Infantería. Acompañó a Urquiza hasta el levantamiento del sitio de Buenos Aires en 1853. Es promovido a coronel mayor de los ejércitos de la Nación y al poco tiempo como General en Jefe del ejército del Norte, con asiento en la ciudad de Rosario. Allí preparó la invasión a Buenos Aires conjuntamente con los jefes Cayetano Laprida; Baldomero Lamela; Hilario Lagos; Ramón Bustos y Juan Francisco Olmos. Éstos chocan con los porteños que mandaba el Gral. Manuel Hornos en los campos de “El Tala” el 8/11/54. Luego de un furioso combate vencieron los porteños y Costa debe refugiarse en la Banda Oriental.
Allí se alía al Gral. José María Flores que proyectó una nueva invasión a Buenos Aires. Flores desembarca en La Ensenada el 25/12/55 pero ante la proximidad de las fuerzas de Buenos Aires se movió hacia el Norte, llegando hasta el límite con Santa Fe desde donde buscaría apoyar el desembarco del Gral. Costa. Éste arribó el 27/1/56 al pueblo de Zárate sin encontrar el apoyo de Flores que estaba muy al norte. Costa ocupó Zárate y se internó hacia “Capilla del Señor”. Hostilizado por las fuerzas del Cnel. Emilio Conesa varió hacia el Sur en dirección a Chascomús.
El ingrato final
A la 1 de la tarde del 1/2/56, el Cnel. Esteban García (a) “El Gato”, lo alcanzó en el partido de La Matanza en el paraje “Villamayor” tomándolo prisionero. Dos días después y sin proceso alguno y por decreto del gobernador de Bs. As. Pastor Obligado, fue fusilado y su cadáver abandonado.
La Sra. Mercedes Rosas de Rivera – hermana de Juan Manuel - se ocupó de darle cristiana sepultura ya que lo buscó y lo llevó al cementerio del Norte (Cementerio de Flores) para su inhumación. En 1877 sus restos junto con los de Ramón Bustos, fueron llevados al cementerio de La Recoleta.
Costa dejaba viuda a su esposa en segundas nupcias, Doña Hipólita Domínguez.
BRIGADIER GENERAL JUAN MANUEL DE ROSAS
Por el Lic Carlos Pachá
Nace el 30 de marzo de 1793, en la casa de su abuelo materno Don Clemente López, situada en la calle Santa Lucía (hoy Sarmiento!!!, a Rosas no le ahorraron agravios). Fueron sus padres el teniente de la 5ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, Don León Ortiz de Rozas y Doña Agustina López de Osornio. Se lo bautizó, como era costumbre en la época, con varios nombres y usando los apellidos compuestos de padre y madre. Resultado de esta práctica fue inscripto como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio. Por propia voluntad y respondiendo a su carácter pragmático sólo uso los nombres de Juan Manuel y el apellido Rosas trocando la zeta por ese.
De niño cursó sus estudios primarios en la escuela privada de Francisco Javier de Argerich. Ya adolescente pasaba la mayor parte del tiempo en la estancia que les había legado su abuelo Clemente López y que se conocía como “Rincón de López”, amaba la vida y las tareas campestres. Allí daba rienda suelta a su impetuoso temperamento: boleando ganado cimarrones; domaba bestias chúcaras y practicaba las diversas tareas que cumplian sus peones, haciendo gala de su destreza.
Se identificó con los gauchos, conoció a fondo a los indios con los que tuvo muchos contactos tanto buenos como negativos ya que la Estancia estaba ubicada en el límite de la civilización y con frecuencia sufrían el azote de los malones. Por ello puso mucho empeño en reclutarlos para su causa, protegerlos y tenerlo por aliados. Un detalle que no es muy difundido es la preocupación de Rosas para que los indios recibieran vacunación antivariólica, ya que esta enfermedad hacía estragos en las tolderías ya que los enfermos no eran atendidos y eran abandonados a su suerte. Por ello se franqueó la amistad de muchos caciques y fue padrino de varios de ellos, algunos de los cuales usaban el apellido de Rosas. En lo señalado como negativo es que tuvo que emprender una campaña al desierto contra algunas tribus irreductibles que estaban soliviantada por muchas tribus agresivas, especialmente de araucanos que cruzaban la cordillera desde Chile.
Bautismos de fuego
Quien posteriormente llegaría a ser el adalid de la defensa de la soberanía, sin ser un militar profesional, incursionó en los campos de batalla en repetidas ocasiones, desmintiendo mendaces versiones de no haber combatido nunca.
Su itinerario bélico se inició teniendo 13 años y fue en el curso de la 1ª invasión inglesa de 1806. Ante la convocatoria a resistir y reconquistar Buenos Aires proclamada por Liniers, se presentó a alistarse y fue destinado a servir una pieza de artillería. Al día siguiente a la Reconquista de Buenos Aires, Santiago de Liniers le llamó para felicitarle y le entregó una misiva para Doña Agustina donde le anoticiaba que “Juan Manuel se había comportado con una bravura digna de la causa que defendía…”
Acto seguido se incorporó en el 4º Escuadrón de Caballería de “Migueletes” que mandaba Alejo Castex, con uniforme punzó que lucía orgulloso y que lo hizo su color preferido. Como “miguelete combatió en la cruenta defensa de Buenos Aires contra la 2ª invasión inglesa, nuevamente trajo a su casa felicitaciones por su comportamiento en combate.
Su vocación las tareas rurales
Su próximo destino será administrar la Estancia de sus padres ya que no quiso ser tendero como era el trabajo honorable de la época, Rosas despreciaba a los comerciantes y mercaderes, creo que algo de razón tenía.
En las tareas rurales imprimió su sello indeleble e imperecedero ya que organizó la Estancia de una manera eficaz y ordenada. Fijo reglas para todo y para todos, hasta él mismo estaba obligado a cumplirlas (existe una famosa anécdota en que infringe la ley de no portar armas dentro del campo. Llevaba un facón en la cintura y obliga a un peón a que lo someta al castigo de 20 latigazos).
No era un hombre de letras pero basado en su fértil experiencia escribió dos obras, digamos técnicas, importantísimas para la época: “Manual de Mayordomos de Estancia” y “Diccionario Quechua”.Impuso un estilo muy particular ya que en la frontera estaba siempre latente el peligro de los malones. Sus peones no sólo tenían que conocer las labores del campo sino, también, ser hábiles en el manejo de armas para la defensa a las que debían hechar mano al primer signo de agresión externa.
Esta situación particular de peones- milicianos, la consiguió en las condiciones que efectuaba el reclutamiento de los mismos.
Estableció que quien se afincaba en sus campos, gozaba de un status especial, ya que no se indagaba sobre sus antecedentes, no se inquiría sobre su pasado ni si tenían cuentas pendientes con la justicia. Rosas acogía a ese gauchaje nómade, discriminado y perseguido pero a condición del cumplimiento estricto de las leyes de la Estancia. Esto devino en que sus hombres le sirvieran con una lealtad incorruptible ya que a él le debían no sólo el conchabo, la seguridad de su protección y no pocos hasta la libertad.
Con el tiempo estos milicianos duchos en las peleas cuerpo a cuerpo se transformaron en el 5º Regimiento de Colorados del Monte. Y en las etapas anárquicas de las primeras décadas de nuestra independencia, sólo Rosas pudo exhibir esto que llamaríamos “tropa propia”. Lo que le valió que siempre fuera considerado como el único hombre capacitado y con fuerza para imponer el orden en momentos políticos aciagos.
Casado con Encarnación Ezcurra abandonó los campos de sus padres y se fue a trabajar por su cuenta. Fundó con Terrero la Estancia “Los Cerrillos” en la Guardia del Monte.
La anarquía del año XX
En la anárquica década del 20 salió a defender el gobierno de Dorrego contra los hermanos Carreras y los santafesinos, pero Dorrego exaltado como siempre se excede en su avance y es derrotado por las tropas de Estanislao López en la batalla de “El Gamonal”. Rosas logrará pacificar la zona e impondrá como gobernador de Buenos Aires, ante la renuncia de Dorrego, al Gral. Martín Rodríguez.
El crecimiento de la figura política de Rosas, aunque no había sido su vocación, figura reflejada en estos versos de Fray Cayetano Rodríguez:
A LOS COLORADOS
Milicianos del sud, bravos campeones
Vestidos de carmín, púrpura y grana
Honorable legión americana
Ordenados, valientes escuadrones;
A la voz de la Ley vuestros pendones
Triunfar hicisteis con heroica hazaña,
Llenándoos de glorias en campaña
Y dando de virtud grandes lecciones;
Grabad por siempre en vuestros corazones
De Rosas la memoria y la grandeza,
Pues restaurando el orden os avisa
Que la Provincia y sus instituciones
Salvas serán: la Ley es vuestra empresa
La bella Libertad vuestra divisa.
El terrible año 1820 convirtió al estanciero de “Los Cerrillos”, muy a pesar de su socio Terrero, en jefe militar que condujo al triunfo a las milicias de campaña, en celebrado restaurador del orden de la ciudad y en pacificador que comprometió la gratitud de la provincia de Santa Fe. Después vendría el desastroso gobierno (como ministro y como presidente) de Bernardino Rivadavia con sus nefastas reformas que Rosas se encargaría de derogar en su segundo gobierno.
Rivadavia renunciaría a la presidencia por ser culpable del reconocimiento de la independencia de la Banda Oriental. Lo gravoso del accionar liberal que Rivadavia encarnaba era que habíamos entrado en guerra contra Brasil porque habían invadido el Uruguay transformándolo en provincia Cisplatina del imperio. En esa guerra derrotamos completamente al Imperio brasileño en las heroicas batallas de Ituzaingó y Juncal, sin embargo Rivadavia mandó hacer la paz a cualquier costo, aún el de perder territorio, porque el conflicto perjudicaba los intereses de sus mentores, los ingleses.
Lo reemplazaría Manuel Dorrego quien terminará pagando los platos rotos, las tropas que regresaban de la guerra no soportaban tamaño dislate: vencedores en el campo de Marte y vencidos en los papeles de las cancillerías. Con el agravante que el jefe de esa expedición era el valeroso Juan Galo de Lavalle un bravo guerrero pero nulo en los quehaceres políticos. Los unitarios aprovecharon la oportunidad y auparon a este “Espadón sin cabeza” que se sublevó el 1º de diciembre de 1820, derrocando al gobernador Dorrego. Éste le pide ayuda a Rosas para sostener su gobierno, Rosas lo apoya pero le aconseja pedirle refuerzos al gobernador santafesino Estanislao López, porque evalúa la desproporción de fuerzas y veteranía que favorecen a los amotinados. Obstinado Dorrego no escucha a Rosas y enfrenta solo a Lavalle que lo derrota en los campos de Navarro.
Posteriormente será capturado el ex gobernador en el puesto “El Clavo” por la defección del Cnel. Escribano y el Mayor Mariano Acha quienes lo entregan a Lavalle que no sabe que hacer con el prisionero. Pero para eso allí están los tenebrosos personajes de la logia unitaria: Julián Segundo de Agüero; Salvador María del Carril; Juan Cruz y Florencio Varela, quienes aconsejan la ejecución del vencido como una manera de sembrar el pánico entre los federales. Se equivocaron de medio a medio. Todo el país reaccionó enfurecido por el absurdo magnicidio.
Rosas encabezó la indignada reacción apoyado por todo el Interior y militarmente por las huestes de E. López, marcharon hacia Buenos Aires y derrotaron a Lavalle en Puente de Márquez. Firmando dos pactos primero el de Cañuelas y al no ser acatado éste por los unitarios, envalentonados con el triunfo de Paz en Córdoba, se firmó el de Barracas que entronizó como gobernador provisorio al Gral. Juan José Viamonte.
Primer Gobierno de Rosas (1829-33)
Exactamente al año de producido el motín, el 1º de diciembre de 1829, asumió Rosas su primer mandato.
El acto más trascendente de este 1er. Gobierno fue la firma del Pacto Federal el 4 de enero de 1831, que sentó las bases del sistema federal de gobierno y sirvió para enfrentar a la coalición que desde Córdoba organizaba el Gral. José María Paz, que había derrocado al más importante gobernador de Córdoba de todo el siglo XIX, me refiero al Gral. Juan Bautista Bustos, en las batallas de San Roque y luego en Tablada y Oncativo junto al mismísimo Facundo Quiroga.
El “Tigre de los Llanos” fue cobijado honrosamente en Buenos Aires por Rosas. Paz disfrutó poco tiempo sus victorias ya que fue aprehendido y encarcelado, primero en Santa Fe y luego Rosas le dio por cárcel la ciudad de Buenos Aires desde donde, Paz, huyó a Montevideo rompiendo un pacto de honor.
Campaña al desierto y la Revolución de los Restauradores
Rosas rechazó su reelección y partió a cumplir una necesaria misión, necesitaba pacificar el sur de los malones indios que agredían permanentemente los pueblos fronterizos. Su campaña al desierto tuvo la particularidad que fue selectiva y no de exterminio como si fue la encarada por Roca a fines de la década del 70. Lo de selectivo se comprende porque sólo se combatía a las tribus irreductibles, inclusive hubo tribus que se aliaron a Rosas y lucharon a su lado. Esto era posible por el gran predicamento que Rosas tenía entre los indígenas.
La campaña que se había planificado en 4 columnas, para desandar la extensa geografía, resultó exitosa, sobretodo, la columna de la izquierda que comandaba Rosas personalmente y que cumplió todos los objetivos pautados. Llegó hasta el Río Colorado, la isla Choele – Choel, etc.
En tanto en Buenos Aires había quedado como gobernador el Gral. Juan Ramón Balcarce que tentado por la política sibilina de los unitarios pergeñaban realizar una fusión contranatura de ambas corrientes.
Esto sublevó a los que se dieron en llamar “Federales Netos” o “Apostólicos”. El detonante fue una ley de imprenta o de censura ante la guerra panfletaria que se había desatado entre ambos bandos. Por la misma se prohibió la publicación del periódico “El Restaurador”. Mediante un juego de palabras se identificó que se quería proscribir a Rosas a quien ya le decían “El Restaurador de las Leyes”.
Se produjo una pueblada en contra del gobierno de Balcarce y de su ministro represor Gral. Enrique Martínez quienes encarnaban la cara visible de lo que dieron en llamar “Cismáticos” o “Lomos Negros”. En ese candente escenario político estalló la llamada “Revolución de los Restauradores”, cuyos impulsores eran la esposa de Rosas, Doña Encarnación Ezcurra en el plano político y los Generales Pinto y Pinedo como cabecillas militares. Renuncia Balcarce, asume nuevamente Viamonte que se aleja sobrepasado por la situación y lo reemplaza interinamente EL Dr. Manuel Vicente Mazza.
Asesinato de Facundo Quiroga en Barranca Yaco
El 16 de febrero de 1835 se produce el bárbaro asesinato de Facundo Quiroga en un paraje de Córdoba conocido como “Barranca Yaco”. Quiroga regresaba del norte donde había cumplido una misión pacificadora que le había encomendado Rosas. Este nuevo crimen absurdo aceleró los tiempos para que Rosas retornara al gobierno de Buenos Aires, esta vez con la Suma del poder público y las Facultades Extraordinarias que antes le habían sido restringidas y no renovadas. Es que el estrépito del atentado producido en Córdoba, presagiaba una nueva anarquía y el único en condiciones de neutralizarla era, una vez más, Juan Manuel de Rosas.
Segundo Gobierno de Rosas (1835-52)
El 2º gobierno de Rosas fue el más fructífero en acciones y el más complejo en conflictos internos que generaban la antipatria para paliar las efectivas medidas propiciadas por Rosas a favor del país. Le costó mucho domeñar a una escabrosa oposición que no trepidaba en aliarse con las potencias extranjeras, que pudieran ayudarles en la consecución de sus mezquinos intereses.
Lo primero que hizo fue juzgar y condenar a los asesinos de Quiroga: al cap. Santos Pérez autor material del hecho y a los hermanos Reinafé que habían impulsado al asesino. Pero las medidas que le granjearon la enemistad de la clase alta, eran de índole económica. La más importante de todas fue la sanción de la Ley de Aduanas de 1835, base fundamental de la política económica de carácter proteccionista. Derogó todas las desatinadas leyes y reformas sancionadas por Rivadavia. Creó la Casa de la Moneda, estatizando el manejo del circulante y el crédito financiero. Aceleró los tribunales de justicia.
La restricción de navegar y comerciar libremente por los ríos interiores a las naves de bandera extranjera le acarreó infinidad de males provocados por los intereses foráneos que atacaba. Francia bloqueó el puerto de Buenos Aires y luego Inglaterra hizo lo propio con el reto, incluso desatando lo que se conoció como la guerra del Paraná, donde contaron con algunos actores extras como el mercenario conocido como “el chacal de los tigres anglo franceses” o simplemente “el chacal pirata”, me refiero al “comendattore” Giuseppe Garibaldi. (Todo un valiente cuando enfrentaba a poblaciones civiles indefensas a las que sometía a saqueo – Gualeguaychú; Coronda; Gualeguay-. Pero cuando cuando enfrentaba a militares como el Almte. Brown; el Gral. Eugenio Garzón o al Gral. Antonio Díaz o a la aguerrida población de Paysandú, el “héroe de dos mundos”, ponía pies en polvorosa.)
En el marco de esa guerra se produjo el emblemático Combate de la Vuelta de Obligado, allí las tropas argentinas derrocharon valor pero fueron vencidos por el número el poderío del armamento del enemigo. No obstante, para los invasores fue una victoria a lo “Pirro”, ya que los argentinos siguieron acosándolos desde las costas y la expedición que remontó el río Paraná hasta Asunción se constituyó en un doble fracaso: No consiguieron el objetivo primordial de abrir una vía comercial y en vez de empañar la figura de Rosas, involuntariamente lograron ensalzar su imagen a nivel internacional.
Hasta el Libertador Gral. San Martín ofreció sus servicios a Rosas para concurrir en defensa de la Patria y como reconocimiento de lo actuado por Rosas le legó su sable corvo que lo había acompañado en todas sus campañas. Desde ese momento el bravo artillero coronel Martiniano Chilavert se puso a disposición de Oribe y Rosas para luchar contra los imperiales.
A pesar de los bloqueos, de los conflictos armados, verb.: La guerra contra la confederación peruano-boliviana del inefable mariscal Andrés Santa Cruz que ambicionaba apoderarse de nuestras provincias del norte contando con el apoyo de los apátridas unitarios; la llamada revolución de los estancieros del sud; el desembarco de Lavalle que arribó fletado por naves francesas y sufrió sus dos definitivas derrotas: “Quebracho Herrado” y “Famaillá”; el levantamiento de los Madariaga en Corrientes, etc. A pesar de toda esta parafernalia bélica. no hubo crisis económica en el país lo que demostró las virtudes del sistema proteccionista implementado por el Restaurador.
La oposición salvaje y la traición de Urquiza
Finalmente en 1851 declarada ya la guerra, nuevamente, contra Brasil, se produce el pronunciamiento de Urquiza, hombre codicioso comprado por brasileños, ingleses y unitarios que le financian una expedición a través de las bancas europeas y la Mauás brasileña (Dinero que el país debe devolver religiosamente, luego de la caída de Rosas).
Integró un ejército multinacional y se enfrentó con Rosas en la mal llamada batalla de Caseros, digo esto porque el nombre de las batallas se componen con el lugar geográfico en donde se enfrentaron los jefes de cada ejército, y en el caso que nos ocupa lo hicieron en Morón. La pregunta lógica surge de inmediato ¿Porqué le pusieron Caseros? y la vergonzosa respuesta es porque allí lucharon los brasileños que enfrentaban al valeroso coronel Chilavert que había acantonado la artillería en el palomar de Caseros y que no escatimaba munición prodigándola al grueso del ejército imperial. O sea se usó esta denominación en homenaje a estos “buenos vecinos” que venían a prestarnos una “ayudita” para liberarnos de la dictadura de Rosas. Pero el bochorno del execrable traidor de Urquiza sería completo ya que postergó, a pedido de sus socios brasileños, el desfile de la victoria para que sus mandantes se tomaran revancha de la batalla de Ituzaingó paseándo pomposamente por las calles de Buenos Aires en un nuevo aniversario de la tunda que le habían propinado nuestras tropas comandadas por Alvear; Lavalle; Paz; Lamadrid; Brown; Necochea; Brandsen; Olavaria; Jerónimo Costa, Olazábal; Iriarte y tantos otros.
Luego de la derrota de la Patria el 3 de febrero de 1852, el pérfido Urquiza proclamó la rimbombante frase de “Ni vencedores ni vencidos”, embuste que no respetó un segundo. Luego de Caseros derramaron ríos de sangre para paliar la sed de venganza de los opositores: Fue vilmente asesinado Martiniano Chilavert; degollado en el atrio de una iglesia Martín Santa Coloma; ahorcados la mayoría de los hombres que se habían rebelado al Cnel. Aquino en “El espinillo” y se habían vuelto con Rosas, sus cuerpos pendían de los árboles de los bosques de Palermo denunciando la feroz represalia de los vencedores.
El revanchismo unitario
Al poco tiempo los unitarios mostraron las uñas y evidenciaron que habían usado del codicioso entrerriano como instrumento de sus maquiavélicos planes. Buenos Aires se segregó del resto de la Confederación.
Poco más de un siglo después, los “gorilas” utilizarían al Gral. E. Lonardi para derrocar al Presidente Perón, el nuevo mandatario repitió la macabra frase de “ni vencedores ni vencidos” que intentó cumplir, pero el diabólico Almte. Isaac F. Rojas (El mismo que había recibido la medalla al mérito de la lealtad peronista) tenía otros planes.
Colofón
Rosas se exilió en Inglaterra en Southampton, donde adquirió una chacra en la que seguía practicando la vida rural. Tuvo un pasar modesto y austero porque le habían confiscado todos sus bienes. Si hasta un poetastro de segunda línea (Mármol) había sentenciado “…ni el polvo de sus huesos la América tendrá…” (Afortunadamente este vaticinio no se cumplió definitivamente ya que sus restos fueron repatriados en la última década del siglo XX. Hoy sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta en el panteón de la familia Ortiz de Rosas. Primer pasillo a mano derecha, cercano al panteón de Dorrego.) Se intentó borrar a Rosas de la historia por chambones mendaces como Vicente Fidel López, que se había alimentado en el plato de Rosas y que dibujó una historia sin ninguna base documental, se basó exclusivamente en tradiciones orales y los otros grandes timadores de nuestra historia fueron los sanguinarios Bartolomé Mitre y Domingo Sarmiento.
Paradójicamente quien sentó las bases de una historia más fidedigna y que dio inicio y sustento al revisionismo histórico, fue un discípulo de Mitre, Adolfo Saldías en su monumental y calificada obra, “Historia de la Confederación Argentina”. Lograda gracias a que accedió a la documentación de gobierno de Rosas, facilitada por Manuelita Rosas. Como Rosas era casi un burócrata en sus actos de gobierno, dejó un registro puntilloso de todas las decisiones y erogaciones que sobrellevó durante su gestión. Por eso a pesar de la avalancha de acusaciones, sospechas y adjetivos con que lo bombardearon, nunca nadie lo acuso de peculado de los caudales públicos, ningún historiador por más acérrimo crítico de Rosas que fuera, se atrevió a llamarlo ladrón.
El epíteto más usual para referirse a Rosas era el de déspota y asesino sin analizar que la crueldad era moneda corriente en la época, que los unitarios también mataban y degollaban a los vencidos. Ubicarse en el tiempo es la tarea más compleja que debe afrontar quien se adentra en los intrincados senderos del pasado.
Hubo, además, algunos célebres resentimientos como el de otro poetastro como fue José Rivera Indarte, al que en Córdoba se lo valora injustamente y sólo por el hecho de ser comprovinciano. Rivera Indarte integraba las ruedas de tertulia en la casa del Restaurador, incluso llegó a escribir el himno a la Mazorca, organización que debe su nombre a la pluma del susodicho vate. En determinado momento hizo conocer su aspiración de desposar a Manuelita, intención que a Rosas no le agradó en lo más mínimo y lo expulsó de su círculo. A partir de ese momento el excluido se transformó en un feroz opositor que escribió el libelo “Tablas de Sangre”, donde pretende hacer un relevamiento de los crímenes de Rosas, claro que sin ningún soporte documental y con algunos nombres absolutamente desconocidos de los que, incluso, se duda de su existencia.
En vida, Rosas tuvo tres mujeres que influyeron mucho en su temperamento y formación: su madre Agustina López de Osornio de quien heredó su tempestuosa naturaleza; su esposa Encarnación Ezcurra que fue un complemento ideal en el decurso del trajinar político y finalmente su hija Manuelita a la que amó incondicionalmente.
Para retratar sus últimos momentos de existencias he decidido transcribir textualmente un párrafo de la espectacular biografía de Rosas que escribió Manuel Gálvez … “Es el 14 de marzo de 1877. A las seis de la mañana, Alice avisa a Manuela que su padre está muy mal. Ella salta de la cama, se instala a su lado y lo besa muchas veces, como hacía siempre. Siente la mano helada. “¿Cómo te va, Tatita?” Él la mira “con la mayor ternura” y le contesta: “No sé, niña…” Y la “niña” de sesenta y un años – cuanta ternura hay en esa palabra”niña”, dirigida a una mujer de su edad y en semejante momento! – sale para ordenar que llamen al médico y al confesor: Y cuando ella vuelve, ya su padre no vive”
Muere de congestión pulmonar a la edad de ochenta y cuatro años…
S A L V E I L U S T R E R E S T A U R A D O R
D E L A S L E Y E S
BRIGADIER GENERAL DON JUAN MANUEL DE ROSAS
Nace el 30 de marzo de 1793, en la casa de su abuelo materno Don Clemente López, situada en la calle Santa Lucía (hoy Sarmiento!!!, a Rosas no le ahorraron agravios). Fueron sus padres el teniente de la 5ª Compañía del 2º Batallón del Regimiento de Infantería de Buenos Aires, Don León Ortiz de Rozas y Doña Agustina López de Osornio. Se lo bautizó, como era costumbre en la época, con varios nombres y usando los apellidos compuestos de padre y madre. Resultado de esta práctica fue inscripto como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio. Por propia voluntad y respondiendo a su carácter pragmático sólo uso los nombres de Juan Manuel y el apellido Rosas trocando la zeta por ese.
De niño cursó sus estudios primarios en la escuela privada de Francisco Javier de Argerich. Ya adolescente pasaba la mayor parte del tiempo en la estancia que les había legado su abuelo Clemente López y que se conocía como “Rincón de López”, amaba la vida y las tareas campestres. Allí daba rienda suelta a su impetuoso temperamento: boleando ganado cimarrones; domaba bestias chúcaras y practicaba las diversas tareas que cumplian sus peones, haciendo gala de su destreza.
Se identificó con los gauchos, conoció a fondo a los indios con los que tuvo muchos contactos tanto buenos como negativos ya que la Estancia estaba ubicada en el límite de la civilización y con frecuencia sufrían el azote de los malones. Por ello puso mucho empeño en reclutarlos para su causa, protegerlos y tenerlo por aliados. Un detalle que no es muy difundido es la preocupación de Rosas para que los indios recibieran vacunación antivariólica, ya que esta enfermedad hacía estragos en las tolderías ya que los enfermos no eran atendidos y eran abandonados a su suerte. Por ello se franqueó la amistad de muchos caciques y fue padrino de varios de ellos, algunos de los cuales usaban el apellido de Rosas. En lo señalado como negativo es que tuvo que emprender una campaña al desierto contra algunas tribus irreductibles que estaban soliviantada por muchas tribus agresivas, especialmente de araucanos que cruzaban la cordillera desde Chile.
Bautismos de fuego
Quien posteriormente llegaría a ser el adalid de la defensa de la soberanía, sin ser un militar profesional, incursionó en los campos de batalla en repetidas ocasiones, desmintiendo mendaces versiones de no haber combatido nunca.
Su itinerario bélico se inició teniendo 13 años y fue en el curso de la 1ª invasión inglesa de 1806. Ante la convocatoria a resistir y reconquistar Buenos Aires proclamada por Liniers, se presentó a alistarse y fue destinado a servir una pieza de artillería. Al día siguiente a la Reconquista de Buenos Aires, Santiago de Liniers le llamó para felicitarle y le entregó una misiva para Doña Agustina donde le anoticiaba que “Juan Manuel se había comportado con una bravura digna de la causa que defendía…”
Acto seguido se incorporó en el 4º Escuadrón de Caballería de “Migueletes” que mandaba Alejo Castex, con uniforme punzó que lucía orgulloso y que lo hizo su color preferido. Como “miguelete combatió en la cruenta defensa de Buenos Aires contra la 2ª invasión inglesa, nuevamente trajo a su casa felicitaciones por su comportamiento en combate.
Su vocación las tareas rurales
Su próximo destino será administrar la Estancia de sus padres ya que no quiso ser tendero como era el trabajo honorable de la época, Rosas despreciaba a los comerciantes y mercaderes, creo que algo de razón tenía.
En las tareas rurales imprimió su sello indeleble e imperecedero ya que organizó la Estancia de una manera eficaz y ordenada. Fijo reglas para todo y para todos, hasta él mismo estaba obligado a cumplirlas (existe una famosa anécdota en que infringe la ley de no portar armas dentro del campo. Llevaba un facón en la cintura y obliga a un peón a que lo someta al castigo de 20 latigazos).
No era un hombre de letras pero basado en su fértil experiencia escribió dos obras, digamos técnicas, importantísimas para la época: “Manual de Mayordomos de Estancia” y “Diccionario Quechua”.Impuso un estilo muy particular ya que en la frontera estaba siempre latente el peligro de los malones. Sus peones no sólo tenían que conocer las labores del campo sino, también, ser hábiles en el manejo de armas para la defensa a las que debían hechar mano al primer signo de agresión externa.
Esta situación particular de peones- milicianos, la consiguió en las condiciones que efectuaba el reclutamiento de los mismos.
Estableció que quien se afincaba en sus campos, gozaba de un status especial, ya que no se indagaba sobre sus antecedentes, no se inquiría sobre su pasado ni si tenían cuentas pendientes con la justicia. Rosas acogía a ese gauchaje nómade, discriminado y perseguido pero a condición del cumplimiento estricto de las leyes de la Estancia. Esto devino en que sus hombres le sirvieran con una lealtad incorruptible ya que a él le debían no sólo el conchabo, la seguridad de su protección y no pocos hasta la libertad.
Con el tiempo estos milicianos duchos en las peleas cuerpo a cuerpo se transformaron en el 5º Regimiento de Colorados del Monte. Y en las etapas anárquicas de las primeras décadas de nuestra independencia, sólo Rosas pudo exhibir esto que llamaríamos “tropa propia”. Lo que le valió que siempre fuera considerado como el único hombre capacitado y con fuerza para imponer el orden en momentos políticos aciagos.
Casado con Encarnación Ezcurra abandonó los campos de sus padres y se fue a trabajar por su cuenta. Fundó con Terrero la Estancia “Los Cerrillos” en la Guardia del Monte.
La anarquía del año XX
En la anárquica década del 20 salió a defender el gobierno de Dorrego contra los hermanos Carreras y los santafesinos, pero Dorrego exaltado como siempre se excede en su avance y es derrotado por las tropas de Estanislao López en la batalla de “El Gamonal”. Rosas logrará pacificar la zona e impondrá como gobernador de Buenos Aires, ante la renuncia de Dorrego, al Gral. Martín Rodríguez.
El crecimiento de la figura política de Rosas, aunque no había sido su vocación, figura reflejada en estos versos de Fray Cayetano Rodríguez:
A LOS COLORADOS
Milicianos del sud, bravos campeones
Vestidos de carmín, púrpura y grana
Honorable legión americana
Ordenados, valientes escuadrones;
A la voz de la Ley vuestros pendones
Triunfar hicisteis con heroica hazaña,
Llenándoos de glorias en campaña
Y dando de virtud grandes lecciones;
Grabad por siempre en vuestros corazones
De Rosas la memoria y la grandeza,
Pues restaurando el orden os avisa
Que la Provincia y sus instituciones
Salvas serán: la Ley es vuestra empresa
La bella Libertad vuestra divisa.
El terrible año 1820 convirtió al estanciero de “Los Cerrillos”, muy a pesar de su socio Terrero, en jefe militar que condujo al triunfo a las milicias de campaña, en celebrado restaurador del orden de la ciudad y en pacificador que comprometió la gratitud de la provincia de Santa Fe. Después vendría el desastroso gobierno (como ministro y como presidente) de Bernardino Rivadavia con sus nefastas reformas que Rosas se encargaría de derogar en su segundo gobierno.
Rivadavia renunciaría a la presidencia por ser culpable del reconocimiento de la independencia de la Banda Oriental. Lo gravoso del accionar liberal que Rivadavia encarnaba era que habíamos entrado en guerra contra Brasil porque habían invadido el Uruguay transformándolo en provincia Cisplatina del imperio. En esa guerra derrotamos completamente al Imperio brasileño en las heroicas batallas de Ituzaingó y Juncal, sin embargo Rivadavia mandó hacer la paz a cualquier costo, aún el de perder territorio, porque el conflicto perjudicaba los intereses de sus mentores, los ingleses.
Lo reemplazaría Manuel Dorrego quien terminará pagando los platos rotos, las tropas que regresaban de la guerra no soportaban tamaño dislate: vencedores en el campo de Marte y vencidos en los papeles de las cancillerías. Con el agravante que el jefe de esa expedición era el valeroso Juan Galo de Lavalle un bravo guerrero pero nulo en los quehaceres políticos. Los unitarios aprovecharon la oportunidad y auparon a este “Espadón sin cabeza” que se sublevó el 1º de diciembre de 1820, derrocando al gobernador Dorrego. Éste le pide ayuda a Rosas para sostener su gobierno, Rosas lo apoya pero le aconseja pedirle refuerzos al gobernador santafesino Estanislao López, porque evalúa la desproporción de fuerzas y veteranía que favorecen a los amotinados. Obstinado Dorrego no escucha a Rosas y enfrenta solo a Lavalle que lo derrota en los campos de Navarro.
Posteriormente será capturado el ex gobernador en el puesto “El Clavo” por la defección del Cnel. Escribano y el Mayor Mariano Acha quienes lo entregan a Lavalle que no sabe que hacer con el prisionero. Pero para eso allí están los tenebrosos personajes de la logia unitaria: Julián Segundo de Agüero; Salvador María del Carril; Juan Cruz y Florencio Varela, quienes aconsejan la ejecución del vencido como una manera de sembrar el pánico entre los federales. Se equivocaron de medio a medio. Todo el país reaccionó enfurecido por el absurdo magnicidio.
Rosas encabezó la indignada reacción apoyado por todo el Interior y militarmente por las huestes de E. López, marcharon hacia Buenos Aires y derrotaron a Lavalle en Puente de Márquez. Firmando dos pactos primero el de Cañuelas y al no ser acatado éste por los unitarios, envalentonados con el triunfo de Paz en Córdoba, se firmó el de Barracas que entronizó como gobernador provisorio al Gral. Juan José Viamonte.
Primer Gobierno de Rosas (1829-33)
Exactamente al año de producido el motín, el 1º de diciembre de 1829, asumió Rosas su primer mandato.
El acto más trascendente de este 1er. Gobierno fue la firma del Pacto Federal el 4 de enero de 1831, que sentó las bases del sistema federal de gobierno y sirvió para enfrentar a la coalición que desde Córdoba organizaba el Gral. José María Paz, que había derrocado al más importante gobernador de Córdoba de todo el siglo XIX, me refiero al Gral. Juan Bautista Bustos, en las batallas de San Roque y luego en Tablada y Oncativo junto al mismísimo Facundo Quiroga.
El “Tigre de los Llanos” fue cobijado honrosamente en Buenos Aires por Rosas. Paz disfrutó poco tiempo sus victorias ya que fue aprehendido y encarcelado, primero en Santa Fe y luego Rosas le dio por cárcel la ciudad de Buenos Aires desde donde, Paz, huyó a Montevideo rompiendo un pacto de honor.
Campaña al desierto y la Revolución de los Restauradores
Rosas rechazó su reelección y partió a cumplir una necesaria misión, necesitaba pacificar el sur de los malones indios que agredían permanentemente los pueblos fronterizos. Su campaña al desierto tuvo la particularidad que fue selectiva y no de exterminio como si fue la encarada por Roca a fines de la década del 70. Lo de selectivo se comprende porque sólo se combatía a las tribus irreductibles, inclusive hubo tribus que se aliaron a Rosas y lucharon a su lado. Esto era posible por el gran predicamento que Rosas tenía entre los indígenas.
La campaña que se había planificado en 4 columnas, para desandar la extensa geografía, resultó exitosa, sobretodo, la columna de la izquierda que comandaba Rosas personalmente y que cumplió todos los objetivos pautados. Llegó hasta el Río Colorado, la isla Choele – Choel, etc.
En tanto en Buenos Aires había quedado como gobernador el Gral. Juan Ramón Balcarce que tentado por la política sibilina de los unitarios pergeñaban realizar una fusión contranatura de ambas corrientes.
Esto sublevó a los que se dieron en llamar “Federales Netos” o “Apostólicos”. El detonante fue una ley de imprenta o de censura ante la guerra panfletaria que se había desatado entre ambos bandos. Por la misma se prohibió la publicación del periódico “El Restaurador”. Mediante un juego de palabras se identificó que se quería proscribir a Rosas a quien ya le decían “El Restaurador de las Leyes”.
Se produjo una pueblada en contra del gobierno de Balcarce y de su ministro represor Gral. Enrique Martínez quienes encarnaban la cara visible de lo que dieron en llamar “Cismáticos” o “Lomos Negros”. En ese candente escenario político estalló la llamada “Revolución de los Restauradores”, cuyos impulsores eran la esposa de Rosas, Doña Encarnación Ezcurra en el plano político y los Generales Pinto y Pinedo como cabecillas militares. Renuncia Balcarce, asume nuevamente Viamonte que se aleja sobrepasado por la situación y lo reemplaza interinamente EL Dr. Manuel Vicente Mazza.
Asesinato de Facundo Quiroga en Barranca Yaco
El 16 de febrero de 1835 se produce el bárbaro asesinato de Facundo Quiroga en un paraje de Córdoba conocido como “Barranca Yaco”. Quiroga regresaba del norte donde había cumplido una misión pacificadora que le había encomendado Rosas. Este nuevo crimen absurdo aceleró los tiempos para que Rosas retornara al gobierno de Buenos Aires, esta vez con la Suma del poder público y las Facultades Extraordinarias que antes le habían sido restringidas y no renovadas. Es que el estrépito del atentado producido en Córdoba, presagiaba una nueva anarquía y el único en condiciones de neutralizarla era, una vez más, Juan Manuel de Rosas.
Segundo Gobierno de Rosas (1835-52)
El 2º gobierno de Rosas fue el más fructífero en acciones y el más complejo en conflictos internos que generaban la antipatria para paliar las efectivas medidas propiciadas por Rosas a favor del país. Le costó mucho domeñar a una escabrosa oposición que no trepidaba en aliarse con las potencias extranjeras, que pudieran ayudarles en la consecución de sus mezquinos intereses.
Lo primero que hizo fue juzgar y condenar a los asesinos de Quiroga: al cap. Santos Pérez autor material del hecho y a los hermanos Reinafé que habían impulsado al asesino. Pero las medidas que le granjearon la enemistad de la clase alta, eran de índole económica. La más importante de todas fue la sanción de la Ley de Aduanas de 1835, base fundamental de la política económica de carácter proteccionista. Derogó todas las desatinadas leyes y reformas sancionadas por Rivadavia. Creó la Casa de la Moneda, estatizando el manejo del circulante y el crédito financiero. Aceleró los tribunales de justicia.
La restricción de navegar y comerciar libremente por los ríos interiores a las naves de bandera extranjera le acarreó infinidad de males provocados por los intereses foráneos que atacaba. Francia bloqueó el puerto de Buenos Aires y luego Inglaterra hizo lo propio con el reto, incluso desatando lo que se conoció como la guerra del Paraná, donde contaron con algunos actores extras como el mercenario conocido como “el chacal de los tigres anglo franceses” o simplemente “el chacal pirata”, me refiero al “comendattore” Giuseppe Garibaldi. (Todo un valiente cuando enfrentaba a poblaciones civiles indefensas a las que sometía a saqueo – Gualeguaychú; Coronda; Gualeguay-. Pero cuando cuando enfrentaba a militares como el Almte. Brown; el Gral. Eugenio Garzón o al Gral. Antonio Díaz o a la aguerrida población de Paysandú, el “héroe de dos mundos”, ponía pies en polvorosa.)
En el marco de esa guerra se produjo el emblemático Combate de la Vuelta de Obligado, allí las tropas argentinas derrocharon valor pero fueron vencidos por el número el poderío del armamento del enemigo. No obstante, para los invasores fue una victoria a lo “Pirro”, ya que los argentinos siguieron acosándolos desde las costas y la expedición que remontó el río Paraná hasta Asunción se constituyó en un doble fracaso: No consiguieron el objetivo primordial de abrir una vía comercial y en vez de empañar la figura de Rosas, involuntariamente lograron ensalzar su imagen a nivel internacional.
Hasta el Libertador Gral. San Martín ofreció sus servicios a Rosas para concurrir en defensa de la Patria y como reconocimiento de lo actuado por Rosas le legó su sable corvo que lo había acompañado en todas sus campañas. Desde ese momento el bravo artillero coronel Martiniano Chilavert se puso a disposición de Oribe y Rosas para luchar contra los imperiales.
A pesar de los bloqueos, de los conflictos armados, verb.: La guerra contra la confederación peruano-boliviana del inefable mariscal Andrés Santa Cruz que ambicionaba apoderarse de nuestras provincias del norte contando con el apoyo de los apátridas unitarios; la llamada revolución de los estancieros del sud; el desembarco de Lavalle que arribó fletado por naves francesas y sufrió sus dos definitivas derrotas: “Quebracho Herrado” y “Famaillá”; el levantamiento de los Madariaga en Corrientes, etc. A pesar de toda esta parafernalia bélica. no hubo crisis económica en el país lo que demostró las virtudes del sistema proteccionista implementado por el Restaurador.
La oposición salvaje y la traición de Urquiza
Finalmente en 1851 declarada ya la guerra, nuevamente, contra Brasil, se produce el pronunciamiento de Urquiza, hombre codicioso comprado por brasileños, ingleses y unitarios que le financian una expedición a través de las bancas europeas y la Mauás brasileña (Dinero que el país debe devolver religiosamente, luego de la caída de Rosas).
Integró un ejército multinacional y se enfrentó con Rosas en la mal llamada batalla de Caseros, digo esto porque el nombre de las batallas se componen con el lugar geográfico en donde se enfrentaron los jefes de cada ejército, y en el caso que nos ocupa lo hicieron en Morón. La pregunta lógica surge de inmediato ¿Porqué le pusieron Caseros? y la vergonzosa respuesta es porque allí lucharon los brasileños que enfrentaban al valeroso coronel Chilavert que había acantonado la artillería en el palomar de Caseros y que no escatimaba munición prodigándola al grueso del ejército imperial. O sea se usó esta denominación en homenaje a estos “buenos vecinos” que venían a prestarnos una “ayudita” para liberarnos de la dictadura de Rosas. Pero el bochorno del execrable traidor de Urquiza sería completo ya que postergó, a pedido de sus socios brasileños, el desfile de la victoria para que sus mandantes se tomaran revancha de la batalla de Ituzaingó paseándo pomposamente por las calles de Buenos Aires en un nuevo aniversario de la tunda que le habían propinado nuestras tropas comandadas por Alvear; Lavalle; Paz; Lamadrid; Brown; Necochea; Brandsen; Olavaria; Jerónimo Costa, Olazábal; Iriarte y tantos otros.
Luego de la derrota de la Patria el 3 de febrero de 1852, el pérfido Urquiza proclamó la rimbombante frase de “Ni vencedores ni vencidos”, embuste que no respetó un segundo. Luego de Caseros derramaron ríos de sangre para paliar la sed de venganza de los opositores: Fue vilmente asesinado Martiniano Chilavert; degollado en el atrio de una iglesia Martín Santa Coloma; ahorcados la mayoría de los hombres que se habían rebelado al Cnel. Aquino en “El espinillo” y se habían vuelto con Rosas, sus cuerpos pendían de los árboles de los bosques de Palermo denunciando la feroz represalia de los vencedores.
El revanchismo unitario
Al poco tiempo los unitarios mostraron las uñas y evidenciaron que habían usado del codicioso entrerriano como instrumento de sus maquiavélicos planes. Buenos Aires se segregó del resto de la Confederación.
Poco más de un siglo después, los “gorilas” utilizarían al Gral. E. Lonardi para derrocar al Presidente Perón, el nuevo mandatario repitió la macabra frase de “ni vencedores ni vencidos” que intentó cumplir, pero el diabólico Almte. Isaac F. Rojas (El mismo que había recibido la medalla al mérito de la lealtad peronista) tenía otros planes.
Colofón
Rosas se exilió en Inglaterra en Southampton, donde adquirió una chacra en la que seguía practicando la vida rural. Tuvo un pasar modesto y austero porque le habían confiscado todos sus bienes. Si hasta un poetastro de segunda línea (Mármol) había sentenciado “…ni el polvo de sus huesos la América tendrá…” (Afortunadamente este vaticinio no se cumplió definitivamente ya que sus restos fueron repatriados en la última década del siglo XX. Hoy sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta en el panteón de la familia Ortiz de Rosas. Primer pasillo a mano derecha, cercano al panteón de Dorrego.) Se intentó borrar a Rosas de la historia por chambones mendaces como Vicente Fidel López, que se había alimentado en el plato de Rosas y que dibujó una historia sin ninguna base documental, se basó exclusivamente en tradiciones orales y los otros grandes timadores de nuestra historia fueron los sanguinarios Bartolomé Mitre y Domingo Sarmiento.
Paradójicamente quien sentó las bases de una historia más fidedigna y que dio inicio y sustento al revisionismo histórico, fue un discípulo de Mitre, Adolfo Saldías en su monumental y calificada obra, “Historia de la Confederación Argentina”. Lograda gracias a que accedió a la documentación de gobierno de Rosas, facilitada por Manuelita Rosas. Como Rosas era casi un burócrata en sus actos de gobierno, dejó un registro puntilloso de todas las decisiones y erogaciones que sobrellevó durante su gestión. Por eso a pesar de la avalancha de acusaciones, sospechas y adjetivos con que lo bombardearon, nunca nadie lo acuso de peculado de los caudales públicos, ningún historiador por más acérrimo crítico de Rosas que fuera, se atrevió a llamarlo ladrón.
El epíteto más usual para referirse a Rosas era el de déspota y asesino sin analizar que la crueldad era moneda corriente en la época, que los unitarios también mataban y degollaban a los vencidos. Ubicarse en el tiempo es la tarea más compleja que debe afrontar quien se adentra en los intrincados senderos del pasado.
Hubo, además, algunos célebres resentimientos como el de otro poetastro como fue José Rivera Indarte, al que en Córdoba se lo valora injustamente y sólo por el hecho de ser comprovinciano. Rivera Indarte integraba las ruedas de tertulia en la casa del Restaurador, incluso llegó a escribir el himno a la Mazorca, organización que debe su nombre a la pluma del susodicho vate. En determinado momento hizo conocer su aspiración de desposar a Manuelita, intención que a Rosas no le agradó en lo más mínimo y lo expulsó de su círculo. A partir de ese momento el excluido se transformó en un feroz opositor que escribió el libelo “Tablas de Sangre”, donde pretende hacer un relevamiento de los crímenes de Rosas, claro que sin ningún soporte documental y con algunos nombres absolutamente desconocidos de los que, incluso, se duda de su existencia.
En vida, Rosas tuvo tres mujeres que influyeron mucho en su temperamento y formación: su madre Agustina López de Osornio de quien heredó su tempestuosa naturaleza; su esposa Encarnación Ezcurra que fue un complemento ideal en el decurso del trajinar político y finalmente su hija Manuelita a la que amó incondicionalmente.
Para retratar sus últimos momentos de existencias he decidido transcribir textualmente un párrafo de la espectacular biografía de Rosas que escribió Manuel Gálvez … “Es el 14 de marzo de 1877. A las seis de la mañana, Alice avisa a Manuela que su padre está muy mal. Ella salta de la cama, se instala a su lado y lo besa muchas veces, como hacía siempre. Siente la mano helada. “¿Cómo te va, Tatita?” Él la mira “con la mayor ternura” y le contesta: “No sé, niña…” Y la “niña” de sesenta y un años – cuanta ternura hay en esa palabra”niña”, dirigida a una mujer de su edad y en semejante momento! – sale para ordenar que llamen al médico y al confesor: Y cuando ella vuelve, ya su padre no vive”
Muere de congestión pulmonar a la edad de ochenta y cuatro años…
S A L V E I L U S T R E R E S T A U R A D O R
D E L A S L E Y E S
BRIGADIER GENERAL DON JUAN MANUEL DE ROSAS
GARIBALDI
Por el Lic Carlos Pacha
En el mes de julio y debido al bicentenario del nacimiento del marino italiano Giuseppe Garibaldi, parte de la comunidad italiana de Córdoba erigió un busto a su memoria en los predios de nuestro Parque Sarmiento. Este acto contó con la autorización respectiva de la Secretaria de Cultura de la Municipalidad de Córdoba, en un expediente en el que los peticionantes no agregan considerandos a los efectos de avalar su solicitud ni el Ente oficial se los solicitó, este último se limita a preguntar a la Dirección de Parques y Paseos si existe lugar para colocar la mencionada escultura, (pregunta obvia si las hay) y se la ubica a metros del mástil de ingreso, privilegio que le negaron a nuestro gran prócer y gobernador de Córdoba (1820-1829) Brigadier General Don Juan Bautista Bustos.
Nuestra principal objeción obedece al siniestro recuerdo que Garibaldi dejó al invadir las costas litoraleñas de nuestro país a mediados del siglo XIX, hechos que le ganaron el mote de “Chacal pirata” o el de “Chacal de los tigres anglofranceses”, para quienes trabajaba. Para demostrarlo no hay más que remitirse a la documentación de los protagonistas y a los escritos de los verdaderos historiadores.
Su accionar en nuestras tierras discurre con diversos intervalos ya que de acuerdo a la suerte de las armas saqueaba poblaciones o emprendía una veloz huída hacia zonas más desprotegidas y por lo tanto más seguras para el pillaje. Este llamado “héroe de dos mundos” por el liberalismo masónico que pululaba en la época, inicia su raid “libertario” en Río Grande Do Sul, apoyando a la llamada revolución de los “farrapos” contra el poder constituido en Brasil, de ese Estado cismático obtiene patente de corso para, digamos, piratear legalmente.
Luego de enfrentarse con Brasil, lucha a su favor apoyando la invasión a la Banda Oriental, defendiendo el llamado Sitio de Montevideo. En el marco de esos acontecimientos rapiñaba en nuestras costas con la excusa de romper el sitio y abastecer a Montevideo. Sus aparentes dotes militares sólo prosperaban ante poblaciones inermes, cuando tuvo que vérselas contra militares profesionales o cuando no contaba con el apoyo de las escuadras anglo-francesas sus hazañas se esfumaban en rauda fuga. Para citar uno de los ejemplos mencionamos la batalla de Costa Brava (15-08-42), en donde lo enfrentó el ilustre Almirante Guillermo Brown quien le propinó una soberana paliza. Retornó a su patria y volvió exiliado y con pedido de captura por bandidaje, de él decían sus connacionales contemporáneos “Rozzo e di scarsa cultura”, Mitre, en cambio lo consideraba poco menos que un estadista.
Fue herido en el cuello y le salvaron la vida en Gualeguay, curándolo y dándole por cárcel la ciudad, huyó, lo pescaron y finalmente Rosas le concedió la libertad, craso error que trajo más conflictos a la zona ya que como buen pirata carecía de ética y prosiguió en su accionar depredador. Entre otra de sus “hazañas” recordamos la invasión a Colonia a la que intíma rendición, pero el defensor de la plaza Jaime Montoro se resiste. Garibaldi llegaba acompañado por sus “padrinos”, ingleses y franceses. En Colonia robó, asesinó, incendió e incluso agraviaron a Doña Ana Monterroso (descendiente de italianos), esposa del insigne General Don Juan Antonio de Lavalleja. Después le tocó el turno a la isla de Martín García que era defendida por una exigua dotación, donde acometió con los desmanes a los que los tenía acostumbrados, con el plus que se dio el gusto de arriar nuestro pabellón nacional.
Acto seguido asaltó Gualeguaychú, durante dos días pasó a saqueo la población, sobre todo avanzó sobre los comercios a los que despojó, aún cuando la mayoría eran extranjeros y muchos italianos como el “libertador” Garibaldi. En sus partes de batalla el Gral. Eugenio Garzón que marchó a reprimirlo escribía: “ La escuadrilla salvaje del pirata Garibaldi no ha pasado de Fray Bentos pero ha hecho un asalto al territorio entrerriano en el que ha cometido el bárbaro atentado de saquear un pueblo indefenso, que no ofreció ninguna resistencia…” Hasta los partidarios de Fructuoso Rivera consideraban que la escandalosa conducta de Garibaldi los desacreditaba. En todo ese año 1845 prosiguió con sus perversas incursiones, arribó a Paysandú donde fue rechazado por las fuerzas al mando del general Antonio Díaz. El 29 de Setiembre fue a Concordia donde lo alcanzó Garzón rechazándolo, siguió hasta Salto donde algunos desavisados consideran que obtuvo una clamorosa victoria, sólo porque llenó sus alforjas con el botín del saqueo.
Garzón afirma que sus buques navegaban a ras del agua por el peso de las mercancías expoliadas. Era tan grande el estrépito del bochornoso accionar de Garibaldi que el Barón de Mareuil, encargado de negocios de Francia, le pidió a nuestro canciller, Felipe Arana, condiciones para tratar la paz. Acuerdo al que se arribó satisfactoriamente aunque de manera efímera ya que se aproximaba el Combate de la Vuelta de Obligado, del que el accionar del mencionado filibustero había producido sus prolegómenos.
La simpatía por la figura de Garibaldi la instauró en nuestro país el gran timador de nuestra historia que fue Bartolomé Mitre quien no escatimó elogios a la trayectoria de Don Giuseppe o “Pane” que era el nombre con que se lo conocía en las sectas masónicas de Mazzini que integraba. Todo ese panegírico lo justificaba Mitre, sólo porque había luchado contra Rosas, eso lo convertía de facto en un libertador (todo un precursor de Bush). Antes y después de enfrentar a Rosas, Garibaldi luchó en Perú, en México, en la guerra Austro-Prusiana, en Tánger al servicio de Hussein Bey, vendía armas en Canton ( China), recorría Nueva York, Inglaterra, etc. De allí sus apodos de “Héroe de dos mundos” o “Romántico aventurero”, elegante eufemismo con el que se trata de enmascarar su condición de mercenario. Ya que en la misma Italia al comienzo luchaba como republicano y luego se alió a la monarquía.
En fin no quiero agraviar a la colectividad italiana a la que nuestro país le debe tanto por su esfuerzo laborioso para nuestro desarrollo, pero no olvidemos que todos los descendientes de inmigrantes somos grandes deudores de esta Patria generosa que nos cobijó. Los inmensos aportes de la cultura italiana a la civilización universal no deben ser opacados resaltando estas figuras de dudosos antecedentes o al menos son dueños de erigirle cientos de monumentos, pero creo que por ética no deberían emplazarlos en nuestro país, y menos con placas escritas en italiano, ya que hieren nuestros sentimientos históricos, y no deberían olvidar que el principal monumento de nuestro paseo es el de Dante Alighieri, quien verdaderamente es un orgullo para nuestra civilización.
Tampoco deseo malquistarme con las autoridades municipales ya que este tipo de errores también se producen en el orden nacional: En la cámara de diputados de la Nación se aprobó una declaración de adhesión al dicho bicentenario, tramitado mediante expediente No. 2838-D-2007, impulsado por tres representantes de la U.C. Radical de la pcia. de Buenos Aires, los diputados Vilma Baragiola, Patricia Panzoni y Ricardo Jano, con los remanidos considerandos inspirados en B. Mitre. También contó con la adhesión de la cámara de senadores de la Nación, mediante Exp. S-651/07, propulsada por el Senador Pedro Salvatori del Movimiento Popular Neuquino quien en sus considerandos expresa una reflexión realmente desopilante en donde afirma “…sus ideales se convirtieron en una doctrina de vida para muchos italianos inmigrantes…(sic)!!!”
En fin, reflexionemos que nuestro país está huérfano de radares y de controles no sólo en el ámbito aéreo o aduanero sino también carecemos de “radares” culturales ya que las dependencias de los organismos pertinentes suelen estar ocupadas por políticos desvalidos de la instrucción requerida para desempeñar tan trascendentes tareas.
Lic. Carlos Pachá
Fundación Historia y Patria
fundhispa@arnet.com.ar
En el mes de julio y debido al bicentenario del nacimiento del marino italiano Giuseppe Garibaldi, parte de la comunidad italiana de Córdoba erigió un busto a su memoria en los predios de nuestro Parque Sarmiento. Este acto contó con la autorización respectiva de la Secretaria de Cultura de la Municipalidad de Córdoba, en un expediente en el que los peticionantes no agregan considerandos a los efectos de avalar su solicitud ni el Ente oficial se los solicitó, este último se limita a preguntar a la Dirección de Parques y Paseos si existe lugar para colocar la mencionada escultura, (pregunta obvia si las hay) y se la ubica a metros del mástil de ingreso, privilegio que le negaron a nuestro gran prócer y gobernador de Córdoba (1820-1829) Brigadier General Don Juan Bautista Bustos.
Nuestra principal objeción obedece al siniestro recuerdo que Garibaldi dejó al invadir las costas litoraleñas de nuestro país a mediados del siglo XIX, hechos que le ganaron el mote de “Chacal pirata” o el de “Chacal de los tigres anglofranceses”, para quienes trabajaba. Para demostrarlo no hay más que remitirse a la documentación de los protagonistas y a los escritos de los verdaderos historiadores.
Su accionar en nuestras tierras discurre con diversos intervalos ya que de acuerdo a la suerte de las armas saqueaba poblaciones o emprendía una veloz huída hacia zonas más desprotegidas y por lo tanto más seguras para el pillaje. Este llamado “héroe de dos mundos” por el liberalismo masónico que pululaba en la época, inicia su raid “libertario” en Río Grande Do Sul, apoyando a la llamada revolución de los “farrapos” contra el poder constituido en Brasil, de ese Estado cismático obtiene patente de corso para, digamos, piratear legalmente.
Luego de enfrentarse con Brasil, lucha a su favor apoyando la invasión a la Banda Oriental, defendiendo el llamado Sitio de Montevideo. En el marco de esos acontecimientos rapiñaba en nuestras costas con la excusa de romper el sitio y abastecer a Montevideo. Sus aparentes dotes militares sólo prosperaban ante poblaciones inermes, cuando tuvo que vérselas contra militares profesionales o cuando no contaba con el apoyo de las escuadras anglo-francesas sus hazañas se esfumaban en rauda fuga. Para citar uno de los ejemplos mencionamos la batalla de Costa Brava (15-08-42), en donde lo enfrentó el ilustre Almirante Guillermo Brown quien le propinó una soberana paliza. Retornó a su patria y volvió exiliado y con pedido de captura por bandidaje, de él decían sus connacionales contemporáneos “Rozzo e di scarsa cultura”, Mitre, en cambio lo consideraba poco menos que un estadista.
Fue herido en el cuello y le salvaron la vida en Gualeguay, curándolo y dándole por cárcel la ciudad, huyó, lo pescaron y finalmente Rosas le concedió la libertad, craso error que trajo más conflictos a la zona ya que como buen pirata carecía de ética y prosiguió en su accionar depredador. Entre otra de sus “hazañas” recordamos la invasión a Colonia a la que intíma rendición, pero el defensor de la plaza Jaime Montoro se resiste. Garibaldi llegaba acompañado por sus “padrinos”, ingleses y franceses. En Colonia robó, asesinó, incendió e incluso agraviaron a Doña Ana Monterroso (descendiente de italianos), esposa del insigne General Don Juan Antonio de Lavalleja. Después le tocó el turno a la isla de Martín García que era defendida por una exigua dotación, donde acometió con los desmanes a los que los tenía acostumbrados, con el plus que se dio el gusto de arriar nuestro pabellón nacional.
Acto seguido asaltó Gualeguaychú, durante dos días pasó a saqueo la población, sobre todo avanzó sobre los comercios a los que despojó, aún cuando la mayoría eran extranjeros y muchos italianos como el “libertador” Garibaldi. En sus partes de batalla el Gral. Eugenio Garzón que marchó a reprimirlo escribía: “ La escuadrilla salvaje del pirata Garibaldi no ha pasado de Fray Bentos pero ha hecho un asalto al territorio entrerriano en el que ha cometido el bárbaro atentado de saquear un pueblo indefenso, que no ofreció ninguna resistencia…” Hasta los partidarios de Fructuoso Rivera consideraban que la escandalosa conducta de Garibaldi los desacreditaba. En todo ese año 1845 prosiguió con sus perversas incursiones, arribó a Paysandú donde fue rechazado por las fuerzas al mando del general Antonio Díaz. El 29 de Setiembre fue a Concordia donde lo alcanzó Garzón rechazándolo, siguió hasta Salto donde algunos desavisados consideran que obtuvo una clamorosa victoria, sólo porque llenó sus alforjas con el botín del saqueo.
Garzón afirma que sus buques navegaban a ras del agua por el peso de las mercancías expoliadas. Era tan grande el estrépito del bochornoso accionar de Garibaldi que el Barón de Mareuil, encargado de negocios de Francia, le pidió a nuestro canciller, Felipe Arana, condiciones para tratar la paz. Acuerdo al que se arribó satisfactoriamente aunque de manera efímera ya que se aproximaba el Combate de la Vuelta de Obligado, del que el accionar del mencionado filibustero había producido sus prolegómenos.
La simpatía por la figura de Garibaldi la instauró en nuestro país el gran timador de nuestra historia que fue Bartolomé Mitre quien no escatimó elogios a la trayectoria de Don Giuseppe o “Pane” que era el nombre con que se lo conocía en las sectas masónicas de Mazzini que integraba. Todo ese panegírico lo justificaba Mitre, sólo porque había luchado contra Rosas, eso lo convertía de facto en un libertador (todo un precursor de Bush). Antes y después de enfrentar a Rosas, Garibaldi luchó en Perú, en México, en la guerra Austro-Prusiana, en Tánger al servicio de Hussein Bey, vendía armas en Canton ( China), recorría Nueva York, Inglaterra, etc. De allí sus apodos de “Héroe de dos mundos” o “Romántico aventurero”, elegante eufemismo con el que se trata de enmascarar su condición de mercenario. Ya que en la misma Italia al comienzo luchaba como republicano y luego se alió a la monarquía.
En fin no quiero agraviar a la colectividad italiana a la que nuestro país le debe tanto por su esfuerzo laborioso para nuestro desarrollo, pero no olvidemos que todos los descendientes de inmigrantes somos grandes deudores de esta Patria generosa que nos cobijó. Los inmensos aportes de la cultura italiana a la civilización universal no deben ser opacados resaltando estas figuras de dudosos antecedentes o al menos son dueños de erigirle cientos de monumentos, pero creo que por ética no deberían emplazarlos en nuestro país, y menos con placas escritas en italiano, ya que hieren nuestros sentimientos históricos, y no deberían olvidar que el principal monumento de nuestro paseo es el de Dante Alighieri, quien verdaderamente es un orgullo para nuestra civilización.
Tampoco deseo malquistarme con las autoridades municipales ya que este tipo de errores también se producen en el orden nacional: En la cámara de diputados de la Nación se aprobó una declaración de adhesión al dicho bicentenario, tramitado mediante expediente No. 2838-D-2007, impulsado por tres representantes de la U.C. Radical de la pcia. de Buenos Aires, los diputados Vilma Baragiola, Patricia Panzoni y Ricardo Jano, con los remanidos considerandos inspirados en B. Mitre. También contó con la adhesión de la cámara de senadores de la Nación, mediante Exp. S-651/07, propulsada por el Senador Pedro Salvatori del Movimiento Popular Neuquino quien en sus considerandos expresa una reflexión realmente desopilante en donde afirma “…sus ideales se convirtieron en una doctrina de vida para muchos italianos inmigrantes…(sic)!!!”
En fin, reflexionemos que nuestro país está huérfano de radares y de controles no sólo en el ámbito aéreo o aduanero sino también carecemos de “radares” culturales ya que las dependencias de los organismos pertinentes suelen estar ocupadas por políticos desvalidos de la instrucción requerida para desempeñar tan trascendentes tareas.
Lic. Carlos Pachá
Fundación Historia y Patria
fundhispa@arnet.com.ar
EL COMBATE DE LA VUELTA DE OBLIGADO
A pesar de la masacre perpetrada y de haber forzado el paso, los invasores cosecharon un grave revés en Obligado. Llegaron con su escuadra hasta Paraguay, pero no lograron el objetivo de abrir la zona al libre comercio.
Por Carlos Pachá Licenciado en Historia. Presidente de la Fundación Historia y Patria
Se conmemora hoy el 162° aniversario de la batalla conocida como “Combate de la Vuelta de Obligado”. En esta casi ignota acción bélica, las tropas argentinas trataron de impedir el paso de la escuadra anglo-francesa, que pretendía forzar la posición y navegar los ríos interiores a los efectos de practicar el comercio directo con las poblaciones ribereñas y , especialmente, abrir una vía mercantil con el Paraguay.
Los unitarios acompañaron la empresa extranjera, obnubilados por su odio a Rosas y buscando su caída y asegurándoles a los invasores que serían recibidos como libertadores. Nada más lejos de la realidad. En febrero de 1843, Oribe sitió Montevideo, intentando recuperar la presidencia del país oriental, que le había usurpado Fructuoso Rivera. El bloqueo de Montevideo perjudicaba los intereses comerciales de Inglaterra y Francia.
En 1845 llegaron a Buenos Aires los representantes de Francia e Inglaterra, con la misión de solucionar el conflicto “por la diplomacia o por la fuerza”. Como Rosas se mostró irreductible a los derechos de Oribe y a la soberanía argentina de sus ríos interiores, los interventores optaron por la fuerza, lanzaron su armada a la conquista del río Uruguay y apañaron las correrías del aventurero italiano Garibaldi, quien asalta las poblaciones costeras cometiendo toda suerte de tropelías en ellas. Rosas rompe relaciones con Francia e Inglaterra el 17 de setiembre. Al día siguiente, los representantes imperialistas declaran el bloqueo de todos los puertos argentinos.
Desde Francia, el general San Martín ofrecía sus servicios en defensa de la independencia amenazada. A la altura de San Pedro, el Paraná forma un recodo, cuya extremidad saliente se conoce como “punta o vuelta de Obligado”. Allí, el Paraná tiene cerca de 700 metros de ancho. En ese punto levantó sus principales baterías el jefe del departamento del Norte, general Mansilla. Además, hizo tender de costa a costa, tres gruesas cadenas montadas sobre 24 lanchones fondeados en mitad del río. Montó cuatro baterías; la primera, con seis cañones, llamada “Restaurador Rosas”, mandada por el mayor Alsogaray; la segunda, con cinco, llamada “General Brown”, al mando de Eduardo Brown (hijo del almirante); la tercera, con tres cañones mandada por Felipe Palacio; y la cuarta, llamada “Manuelita”, tenía siete cañones de marina y era comandada por Thorne. Servían estas baterías 160 artilleros y 60 de reserva.
Guarnecían a éstos, en primera línea, 500 milicianos de infantería mandados por Ramón Rodríguez; a la izquierda de éste, cuatro pequeños cañones dirigidos por el teniente Serezo; casi en el centro, 100 milicianos mandados por Gainza; en el centro mismo, 200 milicianos comandados por Virto; 200 milicianos de San Nicolás mandados por Barreda y dos pequeños cañones de Anzoátegui y de Maurice. A 100 pasos, apostados entre un monte, 600 infantes y dos escuadrones de caballería al mando de Julián del Río y del teniente Quiroga (hijo de Facundo); todos bajo las órdenes de Cortina; a retaguardia, los jueces de paz de San Pedro, Baradero y San Antonio con 300 vecinos, con la escolta del general Mansilla, integrada por 70 hombres a cargo de Cañete. Y la participación del bergantín “Republicano” con pequeños cañones, capitaneada por Craig.
Es decir, una fuerza heterogénea y débil que debió enfrentar a la poderosa flota imperialista. La batalla. A las 8.30 del 20 de noviembre de 1845, echa a andar la escuadra enemiga, Mansilla expide su proclama. A las 9 de la mañana, la vanguardia anglo-francesa rompe el fuego... la banda del batallón Patricios ejecuta el Himno Nacional Argentino. El general Mansilla, de pie sobre el merlón de la primera batería, invita a gritar ¡Viva la Patria! En las primeras horas, los cañones franceses hacen estragos en las primeras baterías argentinas. Sin embargo las de tierra logran poner fuera de combate a varias naves. A la 1 de la tarde, Craig dispara su último cartucho y desciende a seguir combatiendo en tierra. Finalmente, los anglofranceses rompen las cadenas. A las 3 de la tarde apenas quedan municiones. En la destrozada “Manuelita”, Thorne está rodeado de cadáveres, a las 5 de la tarde hace su último disparo cuando una granada enemiga lo voltea... “No ha sido nada” dice, pero ha quedado con un brazo roto y un golpe que le provocará la sordera.
A las 18, desembarcan los primeros botes con más de 300 hombres. Los defensores los esperan, aunque sólo pueden emplear armas blancas. Mansilla al frente de los Patricios, las milicias de San Nicolás y el batallón Norte cargan a la bayoneta y consigue arrollar a los ingleses y correrlos hasta los botes. Mansilla es herido en el estómago. El coronel Crespo lo sustituye y consigue mantenerse. El coronel Ramón Rodríguez con el batallón de Patricios realiza proezas, pero continúa el desembarco, son las 8 de la noche... Obligado ha caído.- Las bajas argentinas resultaron cuantiosas dado el heroísmo puesto de manifiesto: 250 muertos y 400 heridos sobre 2.160 combatientes. Los aliados perdieron 150 hombres y quedaron con serias averías varios buques. A pesar de la masacre perpetrada y de haber forzado el paso, los invasores cosecharon un grave revés en Obligado.
Llegaron con su escuadra hasta Paraguay, pero no lograron el objetivo de abrir al libre comercio la zona. Tuvieron graves problemas para evacuar el Paraná, porque fueron hostigados desde las costas. Rosas se prestigió por esa acción, incluyendo el reconocimiento del Libertador San Martín, que en su testamento le legó su sable corvo.
© La Voz del Interior
JUNIN LA BATALLA SIN HUMO
No hubo disparos de arma de fuego; fue una encarnizada lucha a sable y lanza.
Por Carlos Pachá Licenciado, Presidente de Fundación Historia y Patria
El 6 de agosto de 1824 se desarrolló el penúltimo enfrentamiento armado en pos de la independencia hispanoamericana. A pesar de que Perú había proclamado su independencia el 28 de julio de 1821, los españoles no tenían la menor intención de abandonar el otrora esplendoroso virreinato.
A esa altura de los acontecimientos, ya se había realizado la entrevista de Guayaquil, en la cual San Martín renunció a su gloria personal (abandonado por Buenos Aires y la nefasta política de Bernardino Rivadavia) a manos del ambicioso Simón Bolívar, a quien le puso a disposición tropas del glorioso regimiento de Granaderos a Caballo. Bolívar logró reunir un ejército de ocho mil hombres y los realistas, uno de 18 mil. Pero la sublevación de Pedro Olañeta en el Alto Perú obligó al virrey del Perú a distraer gran parte de sus fuerzas. En dicha circunstancia, Bolívar decide marchar hacia el sur del Perú a combatir al general realista José de Canterac.
Ambos ejércitos chocan ese día en la pampa de Junín, a más de cuatro mil metros de altura. Canterac en persona manda la caballería de los Húsares de Fernando VII y Dragones de la Unión y del Perú. El primero en lanzarse al ataque es el bravo general Mariano Necochea, con seis escuadrones de Granaderos montados y Húsares de Colombia y del Perú, y al grito de “¡Adentro, Granaderos!” acomete contra el grueso de las fuerzas realistas. Pero es un esfuerzo inútil: es el primero en caer, con las manos mutiladas y más de 14 heridas, algunas muy graves. Será capturado, al igual que el mayor José Valentín de Olavarría.
Eran las 4 de la tarde. La fuerza del número y la mejor disposición estratégica favorecieron a los realistas, que arrasaron a los dos primeros escuadrones patriotas, en feroz lucha, e hicieron volver grupas a los demás, que abandonaron en desorden el campo de batalla. El general Miller no pudo actuar, porque su caballería se había dispersado sin combatir. Entre los primeros que se retiraron se contó a Bolívar, quien “cruzó como un relámpago la distancia que los separaba de la infantería”. Los realistas trataron de aprovechar al máximo su ventaja y persiguieron a los que fugaban de manera tan desordenada como ellos y sin tomar la precaución de mantener la retaguardia cubierta por ninguna unidad de reserva.
En ese instante trascendental de la lucha, surgirá el verdadero héroe de esa jornada memorable: el teniente coronel Manuel Isidoro Suárez, argentino, quien comandaba el primer escuadrón de Húsares del Perú, que había quedado de reserva, y mandó atacar a la retaguardia y el flanco izquierdo de las fuerzas perseguidoras. El factor sorpresa fue decisivo, ya que provocó el desconcierto de los realistas y los patriotas se reanimaron y pasaron de fugitivos a perseguidores y, en enérgica contraofensiva, sablearon y lancearon sin cuartel al enemigo. Mágica victoria. De manera inesperada, la derrota se había transformado casi en mágica victoria por imperio del heroísmo de Suárez, quien además rescató y salvó la vida del sangrante Necochea y de Olavarría.
Las heridas de Necochea fueron... ¡14!: cuatro sablazos en la cabeza; dos que le quebraron el brazo izquierdo, que debieron amputarle; una en la mano derecha que le inutilizó los tres últimos dedos; dos lanzazos en el costado izquierdo, uno de los cuales le perforó el pulmón, a raíz de lo que sufrió una concusión y falleció 25 años después; una estocada en el vientre y cuatro heridas más en los brazos.
Los cronistas de la época contabilizan las bajas de esa singular batalla de armas blancas de la siguiente manera: 248 muertos y heridos y 80 prisioneros para el bando realista y 143 muertos y heridos en las filas patrióticas. Bolívar los rebautizó como Húsares de Junín y hoy funge como Regimiento Escolta del Presidente de la República del Perú. Después de esto y de engoladas proclamas en donde Bolívar se acredita la victoria en una batalla que mal había dirigido, y luego de condecorar a Suárez, lo acusó de complotar en su contra junto a otros argentinos, cosa que nunca pudo demostrar, lo que provocó el destierro del verdadero hacedor de la victoria de Junín.
Junín tuvo mucha importancia, ya que el inesperado desenlace de la batalla desmoralizó a las fuerzas realistas, cuyos integrantes comenzaron a desertar y allanaron así el camino para la definitiva victoria patriota, materializada en la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre del mismo año. Este triunfo lo acreditó el brillante Antonio José de Sucre, quien derrotó al virrey José de la Serna y al mismo Canterac.
El recuerdo, en Córdoba. En nuestra nomenclatura cartográfica, una importante calle de la ciudad de Córdoba rememoraba el decisivo hecho de armas; era el bulevar Junín, devenido en bulevar Illia en el centro y De la Plaza en San Vicente y 1° de Mayo, aunque mantiene aquel nombre en barrio Paladini, en el este de la ciudad. En tanto, ninguna calle recuerda al insigne Isidoro Suárez ni a José de Olavarría. Sólo registramos una calle Necochea en barrio Santa Catalina, sector lindante con barrio Oña y Villa Revol.
La ciudad y provincia de Buenos Aires, en cambio, le rinden honores designando ciudades y calles con sus nombres. Hasta el tango les ofrenda circunstancial homenaje, que verificamos en la letra del excepcional poeta Enrique Cadícamo en un fragmento del tema Tres amigos, cuando expresa: “Donde andará Pancho Alsina, donde andará Balmaceda, yo los espero en la esquina de Suárez y Necochea...” ¿Por qué en Córdoba omitimos los méritos de estos libertadores? ¿Será porque eran porteños? No lo creo, porque Bartolomé Mitre y Bernardino Rivadavia también lo eran y a ellos no se les mezquinaron halagos y ditirambos.
Por Carlos Pachá Licenciado, Presidente de Fundación Historia y Patria
El 6 de agosto de 1824 se desarrolló el penúltimo enfrentamiento armado en pos de la independencia hispanoamericana. A pesar de que Perú había proclamado su independencia el 28 de julio de 1821, los españoles no tenían la menor intención de abandonar el otrora esplendoroso virreinato.
A esa altura de los acontecimientos, ya se había realizado la entrevista de Guayaquil, en la cual San Martín renunció a su gloria personal (abandonado por Buenos Aires y la nefasta política de Bernardino Rivadavia) a manos del ambicioso Simón Bolívar, a quien le puso a disposición tropas del glorioso regimiento de Granaderos a Caballo. Bolívar logró reunir un ejército de ocho mil hombres y los realistas, uno de 18 mil. Pero la sublevación de Pedro Olañeta en el Alto Perú obligó al virrey del Perú a distraer gran parte de sus fuerzas. En dicha circunstancia, Bolívar decide marchar hacia el sur del Perú a combatir al general realista José de Canterac.
Ambos ejércitos chocan ese día en la pampa de Junín, a más de cuatro mil metros de altura. Canterac en persona manda la caballería de los Húsares de Fernando VII y Dragones de la Unión y del Perú. El primero en lanzarse al ataque es el bravo general Mariano Necochea, con seis escuadrones de Granaderos montados y Húsares de Colombia y del Perú, y al grito de “¡Adentro, Granaderos!” acomete contra el grueso de las fuerzas realistas. Pero es un esfuerzo inútil: es el primero en caer, con las manos mutiladas y más de 14 heridas, algunas muy graves. Será capturado, al igual que el mayor José Valentín de Olavarría.
Eran las 4 de la tarde. La fuerza del número y la mejor disposición estratégica favorecieron a los realistas, que arrasaron a los dos primeros escuadrones patriotas, en feroz lucha, e hicieron volver grupas a los demás, que abandonaron en desorden el campo de batalla. El general Miller no pudo actuar, porque su caballería se había dispersado sin combatir. Entre los primeros que se retiraron se contó a Bolívar, quien “cruzó como un relámpago la distancia que los separaba de la infantería”. Los realistas trataron de aprovechar al máximo su ventaja y persiguieron a los que fugaban de manera tan desordenada como ellos y sin tomar la precaución de mantener la retaguardia cubierta por ninguna unidad de reserva.
En ese instante trascendental de la lucha, surgirá el verdadero héroe de esa jornada memorable: el teniente coronel Manuel Isidoro Suárez, argentino, quien comandaba el primer escuadrón de Húsares del Perú, que había quedado de reserva, y mandó atacar a la retaguardia y el flanco izquierdo de las fuerzas perseguidoras. El factor sorpresa fue decisivo, ya que provocó el desconcierto de los realistas y los patriotas se reanimaron y pasaron de fugitivos a perseguidores y, en enérgica contraofensiva, sablearon y lancearon sin cuartel al enemigo. Mágica victoria. De manera inesperada, la derrota se había transformado casi en mágica victoria por imperio del heroísmo de Suárez, quien además rescató y salvó la vida del sangrante Necochea y de Olavarría.
Las heridas de Necochea fueron... ¡14!: cuatro sablazos en la cabeza; dos que le quebraron el brazo izquierdo, que debieron amputarle; una en la mano derecha que le inutilizó los tres últimos dedos; dos lanzazos en el costado izquierdo, uno de los cuales le perforó el pulmón, a raíz de lo que sufrió una concusión y falleció 25 años después; una estocada en el vientre y cuatro heridas más en los brazos.
Los cronistas de la época contabilizan las bajas de esa singular batalla de armas blancas de la siguiente manera: 248 muertos y heridos y 80 prisioneros para el bando realista y 143 muertos y heridos en las filas patrióticas. Bolívar los rebautizó como Húsares de Junín y hoy funge como Regimiento Escolta del Presidente de la República del Perú. Después de esto y de engoladas proclamas en donde Bolívar se acredita la victoria en una batalla que mal había dirigido, y luego de condecorar a Suárez, lo acusó de complotar en su contra junto a otros argentinos, cosa que nunca pudo demostrar, lo que provocó el destierro del verdadero hacedor de la victoria de Junín.
Junín tuvo mucha importancia, ya que el inesperado desenlace de la batalla desmoralizó a las fuerzas realistas, cuyos integrantes comenzaron a desertar y allanaron así el camino para la definitiva victoria patriota, materializada en la batalla de Ayacucho el 9 de diciembre del mismo año. Este triunfo lo acreditó el brillante Antonio José de Sucre, quien derrotó al virrey José de la Serna y al mismo Canterac.
El recuerdo, en Córdoba. En nuestra nomenclatura cartográfica, una importante calle de la ciudad de Córdoba rememoraba el decisivo hecho de armas; era el bulevar Junín, devenido en bulevar Illia en el centro y De la Plaza en San Vicente y 1° de Mayo, aunque mantiene aquel nombre en barrio Paladini, en el este de la ciudad. En tanto, ninguna calle recuerda al insigne Isidoro Suárez ni a José de Olavarría. Sólo registramos una calle Necochea en barrio Santa Catalina, sector lindante con barrio Oña y Villa Revol.
La ciudad y provincia de Buenos Aires, en cambio, le rinden honores designando ciudades y calles con sus nombres. Hasta el tango les ofrenda circunstancial homenaje, que verificamos en la letra del excepcional poeta Enrique Cadícamo en un fragmento del tema Tres amigos, cuando expresa: “Donde andará Pancho Alsina, donde andará Balmaceda, yo los espero en la esquina de Suárez y Necochea...” ¿Por qué en Córdoba omitimos los méritos de estos libertadores? ¿Será porque eran porteños? No lo creo, porque Bartolomé Mitre y Bernardino Rivadavia también lo eran y a ellos no se les mezquinaron halagos y ditirambos.
MARTINIANO CHILAVERT - PARADIGMA DE HEROE
Carlos Pachá Licenciado en Historia. Presidente de la Fundación Historia y Patria
Martiniano Chilavert nació en Buenos Aires en 1801 y, después de unos años, su familia regresa a España. El joven Chilavert retorna a Buenos Aires en 1812 junto con San Martín, Alvear y Zapiola. En Europa había realizado estudios matemáticos que prosigue en Buenos Aires incorporándose posteriormente, como cadete, al Regimiento de Granaderos de Infantería.
A comienzos de 1821, con la conclusión de los conflictos de la anarquía de los años ’20, Chilavert obtiene la baja del Ejército, retorna a los estudios siendo ayudante de la cátedra de Matemáticas del prestigioso Felipe Senillosa. Se recibe de ingeniero en 1824. Cuando Brasil declara la guerra a las Provincias Unidas, Chilavert se incorpora rápidamente al Ejército en 1825, ascendiendo a capitán al año siguiente, en el Primer Escuadrón del Regimiento de Artillería Ligera. Sirvió en la Batalla de Ituzaingó a las órdenes del coronel Tomás de Iriarte. En dicha acción de guerra, Chilavert es ascendido a sargento mayor en el mismo campo de batalla.
Al regresar a Buenos Aires ya se había producido el motín unitario de diciembre y el asesinato de Manuel Dorrego. Chilavert se adhiere al bando unitario que comandaba Lavalle, derrotado por Rosas y Estanislao López en Puente de Márquez. Marchó al destierro a la Banda Oriental. Al producirse la sublevación de Fructuoso Rivera contra Manuel Oribe, presidente de la Banda Oriental, se alista con el grado de coronel del ejército de Rivera.
En 1839, Chilavert llega a Montevideo, siendo reclutado por la emigración argentina en pleno desarrollo de la guerra contra Rosas. Chilavert llegaba enojado y decepcionado con Rivera por la incapacidad militar y desmanejos del caudillo oriental. En la sangrienta Batalla de Arroyo Grande (1842), Chilavert manda la artillería prodigándose y combatiendo con valor, pero el bravo ejército federal obtiene una trascendente victoria. Chilavert cae prisionero junto con el parque, bagajes y caballada.
En esa acción, Rivera huye cobardemente, arrojando su chaqueta bordada, su espada y sus pistolas para no ser reconocido. José María Paz comandó la defensa de Montevideo designándolo jefe de la artillería. Pero chocaba constantemente con los jefes de la plaza, especialmente con el general Pacheco y Obes, cuyas medidas de guerra comentaba y censuraba públicamente, por lo que lo arrestaron, pero a los pocos días logró fugarse, emigrando al Brasil.
“El cañón de Obligado”. En esa época tomó conocimiento del combate de la Vuelta de Obligado, donde las fuerzas argentinas enfrentaron a la poderosa escuadra anglo-francesa. Esto produjo una reacción inmediata en Chilavert. En mayo de 1846, Chilavert se dirigía al general Manuel Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes: “El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante, un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella...”. En diciembre de 1846, el general Oribe le contestó pidiéndole que se traslade a Cerro Largo.
A principios de 1847, Chilavert llegó a Buenos Aires y Rosas lo designó al mando de la artillería, para combatir el levantamiento de Urquiza. Chilavert ubicó su artillería en el palomar de Caseros, donde emplazó 30 cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas provocándoles numerosas bajas. Chilavert resistió hasta la última munición; con 300 artilleros, “aguantó” durante toda la contienda a casi 12 mil brasileños, hasta que la superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.
Al ser hecho prisionero por el capitán José Alaman, éste tomó de la rienda el caballo que montaba. Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues busco a un oficial superior a quien entregar mis armas”. Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro y, al verlo, Chilavert expresó: “Señor comandante o coronel, me tiene usted a su disposición”. Conducido a Palermo, fue reconvenido por Urquiza por su “defección”, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”. Esto desató la ira de Urquiza. “Vaya nomás...”, le dijo, pero ordenó que le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que se propinaba a cobardes y traidores.
Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego, mirando al pelotón, les gritó: “¡Tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó, su rostro se cubrió de sangre pero manteniéndose de pie les repitió : “¡Tirad, tirad al pecho!”. Se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león.
Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aun ademán de llevarse la mano al pecho. Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la Batalla de Caseros, y desmentían la frase “ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos. Francisco Castellote y su hijo Pedro, suegro y cuñado de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza por la vida del sentenciado. Pero Urquiza fue insensible e, incluso, le negó cristiana sepultura. Sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.
Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe; corajudo, talentoso, patriota y eximio profesional, fue un artillero excepcional. Mas la historia “oficial” o liberal lo borró de su memoria. Actualmente, sus restos descansan en el Cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello.
© La Voz del Interior
Martiniano Chilavert nació en Buenos Aires en 1801 y, después de unos años, su familia regresa a España. El joven Chilavert retorna a Buenos Aires en 1812 junto con San Martín, Alvear y Zapiola. En Europa había realizado estudios matemáticos que prosigue en Buenos Aires incorporándose posteriormente, como cadete, al Regimiento de Granaderos de Infantería.
A comienzos de 1821, con la conclusión de los conflictos de la anarquía de los años ’20, Chilavert obtiene la baja del Ejército, retorna a los estudios siendo ayudante de la cátedra de Matemáticas del prestigioso Felipe Senillosa. Se recibe de ingeniero en 1824. Cuando Brasil declara la guerra a las Provincias Unidas, Chilavert se incorpora rápidamente al Ejército en 1825, ascendiendo a capitán al año siguiente, en el Primer Escuadrón del Regimiento de Artillería Ligera. Sirvió en la Batalla de Ituzaingó a las órdenes del coronel Tomás de Iriarte. En dicha acción de guerra, Chilavert es ascendido a sargento mayor en el mismo campo de batalla.
Al regresar a Buenos Aires ya se había producido el motín unitario de diciembre y el asesinato de Manuel Dorrego. Chilavert se adhiere al bando unitario que comandaba Lavalle, derrotado por Rosas y Estanislao López en Puente de Márquez. Marchó al destierro a la Banda Oriental. Al producirse la sublevación de Fructuoso Rivera contra Manuel Oribe, presidente de la Banda Oriental, se alista con el grado de coronel del ejército de Rivera.
En 1839, Chilavert llega a Montevideo, siendo reclutado por la emigración argentina en pleno desarrollo de la guerra contra Rosas. Chilavert llegaba enojado y decepcionado con Rivera por la incapacidad militar y desmanejos del caudillo oriental. En la sangrienta Batalla de Arroyo Grande (1842), Chilavert manda la artillería prodigándose y combatiendo con valor, pero el bravo ejército federal obtiene una trascendente victoria. Chilavert cae prisionero junto con el parque, bagajes y caballada.
En esa acción, Rivera huye cobardemente, arrojando su chaqueta bordada, su espada y sus pistolas para no ser reconocido. José María Paz comandó la defensa de Montevideo designándolo jefe de la artillería. Pero chocaba constantemente con los jefes de la plaza, especialmente con el general Pacheco y Obes, cuyas medidas de guerra comentaba y censuraba públicamente, por lo que lo arrestaron, pero a los pocos días logró fugarse, emigrando al Brasil.
“El cañón de Obligado”. En esa época tomó conocimiento del combate de la Vuelta de Obligado, donde las fuerzas argentinas enfrentaron a la poderosa escuadra anglo-francesa. Esto produjo una reacción inmediata en Chilavert. En mayo de 1846, Chilavert se dirigía al general Manuel Oribe, pidiendo el honor de servir a su patria, en los términos siguientes: “El cañón de Obligado contestó a tan insolentes provocaciones. Su estruendo resonó en mi corazón. Desde ese instante, un solo deseo me anima: el de servir a mi patria en esta lucha de justicia y de gloria para ella...”. En diciembre de 1846, el general Oribe le contestó pidiéndole que se traslade a Cerro Largo.
A principios de 1847, Chilavert llegó a Buenos Aires y Rosas lo designó al mando de la artillería, para combatir el levantamiento de Urquiza. Chilavert ubicó su artillería en el palomar de Caseros, donde emplazó 30 cañones que apuntaban directamente a las fuerzas brasileñas provocándoles numerosas bajas. Chilavert resistió hasta la última munición; con 300 artilleros, “aguantó” durante toda la contienda a casi 12 mil brasileños, hasta que la superioridad numérica y el agotamiento de las municiones rindieron al bravo coronel.
Al ser hecho prisionero por el capitán José Alaman, éste tomó de la rienda el caballo que montaba. Chilavert le apuntó con su pistola y le dijo: “Si me toca , señor oficial, le levanto la tapa de los sesos, pues busco a un oficial superior a quien entregar mis armas”. Poco después llegó el coronel Cayetano Virasoro y, al verlo, Chilavert expresó: “Señor comandante o coronel, me tiene usted a su disposición”. Conducido a Palermo, fue reconvenido por Urquiza por su “defección”, a lo que Chilavert respondió “Mil veces lo volvería a hacer”. Esto desató la ira de Urquiza. “Vaya nomás...”, le dijo, pero ordenó que le pegaran cuatro tiros por la espalda, ejecución infamante que se propinaba a cobardes y traidores.
Llevado al paredón y cuando un oficial quiso ponerlo de espaldas para cumplir las órdenes de Urquiza, lo rechazó de un violento bofetón y luego, mirando al pelotón, les gritó: “¡Tirad, tirad aquí, que así mueren los hombres como yo!”. Sonó un tiro y Chilavert tambaleó, su rostro se cubrió de sangre pero manteniéndose de pie les repitió : “¡Tirad, tirad al pecho!”. Se produjo una lucha salvaje, espantosa: las bayonetas, las culatas y la espada fueron los instrumentos de martirio que finalmente vencieron a aquel león.
Envuelto en su sangre, con la cabeza partida de un hachazo y todo su cuerpo convulsionado por la agonía, hizo aun ademán de llevarse la mano al pecho. Esto sucedió el 4 de febrero de 1852, al otro día de la Batalla de Caseros, y desmentían la frase “ni vencedores ni vencidos” que tan mendazmente había proclamado Urquiza, quien no ahorró sangre de los vencidos. Francisco Castellote y su hijo Pedro, suegro y cuñado de Chilavert, fueron a implorar a Urquiza por la vida del sentenciado. Pero Urquiza fue insensible e, incluso, le negó cristiana sepultura. Sólo después de unos días les entregó el cadáver destrozado del heroico artillero.
Martiniano Chilavert fue un paradigma de héroe; corajudo, talentoso, patriota y eximio profesional, fue un artillero excepcional. Mas la historia “oficial” o liberal lo borró de su memoria. Actualmente, sus restos descansan en el Cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, en una bóveda de la familia del coronel Argüello.
© La Voz del Interior
AHORA SON NUESTROS LOS FERROCARRILES
Carlos Pachá Licenciado en Historia. Presidente de la Fundación Historia y Patria
"Ahora son nuestros los ferrocarriles"
Esto anunciaba la cartelería en Buenos Aires y en algunas ciudades del interior, el 1º de marzo de 1948. Ese día en plaza Retiro, en un acto multitudinario, se hacía pública la toma de posesión de los ferrocarriles. La nacionalización abarcaba, además, a otras empresas de comunicaciones, depósitos bancarios, recuperación de los créditos externos, etcétera. Refiriéndonos exclusivamente al Ferrocarril, digamos que las negociaciones habían comenzado a principios de la década de 1940 pero sin resultados.
En 1946 se inician tratativas más firmes que apuntaban a una compañía mixta a través del pacto Eady-Bramuglia, pero a esto se opusieron los sectores nacionalistas del peronismo, destacándose Raúl Scalabrini Ortiz, integrante de Forja, optándose entonces por la compra directa. En diciembre de 1946 se adquirieron las empresas de capital francés. Había entrado en escena Miguel Miranda, ministro de Economía, empresario nacional que (afortunadamente) no había estudiado en Harvard. Los ingleses valuaban el ferrocarril en tres mil millones de pesos, Miranda respondió que el obsoleto material rodante no valía más de mil.
Finalmente, el 13 de febrero de 1947 se firma el contrato entre Montague Eddy, presidente de la empresa y Miranda. Argentina compra seis empresas importantes y cinco secundarias en 1.800 millones de pesos y otros activos y propiedades (empresas de transportes: Villalonga-Furlong y otras; puertos Dock Sud, Ingeniero White y otros; empresas eléctricas; hoteles (Alta Gracia); frigoríficos; aguas corrientes; edificios y terrenos en todo el país) por 190 millones de pesos. En total se pagaron 2.002 millones de pesos, o sea 150 millones de libras esterlinas. Muchas de las cuales se cubrieron con los fondos bloqueados que teníamos en Gran Bretaña y que gracias al plan Marshall que recibió Inglaterra, la libra no perdió convertibilidad. Además, estaba latente la idea de que Estados Unidos podría embargar los ferrocarriles como garantía del dicho crédito. Brama la oposición. Los opositores al gobierno lanzaron todo tipo de diatribas.
El embuste más difundido y más efectivo fue decir que la concesión estaba a punto de caducar. Esto es falso. Las concesiones eran a perpetuidad; lo que vencía el 1º de enero de 1947 era el privilegio inglés de no pagar aduana por los productos que importaban, tanto maquinarias como combustible. Precisamente, cuando nuestro país descubre petróleo, los ingleses se niegan a tender vías hacia la Patagonia porque implicaba una competencia a la importación de su carbón. Las leoninas facultades que tenían los concesionarios habían sido concedidas por el Congreso Nacional mediante la Ley 5.315, también llamada Ley Mitre. El 5 de agosto de 1907, el ingeniero Emilio Mitre, diputado, presentó un proyecto de 21 artículos que comenzó a debatirse el 11 de setiembre. El 25 lo aprueba Diputados y en cinco días lo promulga el Senado.
El pretexto de esta ley fue unificar las concesiones pero, en realidad, se apuntaba a ampliar el plazo de exenciones impositivas que gozaban las empresas. Luego de la nacionalización, algunos memoriosos desavisados, argüían que en la época de los ingleses los trenes llegaban a horario y eran cómodos y limpios. Esa era una parte de la verdad porque no cualquiera podía viajar en ellos por las onerosas tarifas que imponían las empresas, a las que les habían otorgado la facultad de diseñar nuestro mapa económico y tarifario. Tanto es así que en 1920, siendo gobernador de Buenos Aires José Camilo Crotto, mediante el decreto 3/1920, autoriza a los peones rurales a viajar gratis en los trenes cargueros, legalizando a los “polizontes”. Desde entonces, el término “croto” pasó a denominar en forma despectiva a los carecientes. El lucro económico dejó de ser el objetivo principal del ferrocarril, que se enfocó en la promoción comercial de los pueblos del interior del país.
Por donde pasaba el ferrocarril, crecían pueblos y donde se levantaban ramales, morían. Pero todo es efímero en la vida, luego apareció alguien que había leído la doctrina peronista al revés y los volvió a privatizar porque producían una pérdida de un millón de dólares diarios. Hoy los pocos que circulan generan la misma pérdida y ya no son nuestros...
© La Voz del Interior
"Ahora son nuestros los ferrocarriles"
Esto anunciaba la cartelería en Buenos Aires y en algunas ciudades del interior, el 1º de marzo de 1948. Ese día en plaza Retiro, en un acto multitudinario, se hacía pública la toma de posesión de los ferrocarriles. La nacionalización abarcaba, además, a otras empresas de comunicaciones, depósitos bancarios, recuperación de los créditos externos, etcétera. Refiriéndonos exclusivamente al Ferrocarril, digamos que las negociaciones habían comenzado a principios de la década de 1940 pero sin resultados.
En 1946 se inician tratativas más firmes que apuntaban a una compañía mixta a través del pacto Eady-Bramuglia, pero a esto se opusieron los sectores nacionalistas del peronismo, destacándose Raúl Scalabrini Ortiz, integrante de Forja, optándose entonces por la compra directa. En diciembre de 1946 se adquirieron las empresas de capital francés. Había entrado en escena Miguel Miranda, ministro de Economía, empresario nacional que (afortunadamente) no había estudiado en Harvard. Los ingleses valuaban el ferrocarril en tres mil millones de pesos, Miranda respondió que el obsoleto material rodante no valía más de mil.
Finalmente, el 13 de febrero de 1947 se firma el contrato entre Montague Eddy, presidente de la empresa y Miranda. Argentina compra seis empresas importantes y cinco secundarias en 1.800 millones de pesos y otros activos y propiedades (empresas de transportes: Villalonga-Furlong y otras; puertos Dock Sud, Ingeniero White y otros; empresas eléctricas; hoteles (Alta Gracia); frigoríficos; aguas corrientes; edificios y terrenos en todo el país) por 190 millones de pesos. En total se pagaron 2.002 millones de pesos, o sea 150 millones de libras esterlinas. Muchas de las cuales se cubrieron con los fondos bloqueados que teníamos en Gran Bretaña y que gracias al plan Marshall que recibió Inglaterra, la libra no perdió convertibilidad. Además, estaba latente la idea de que Estados Unidos podría embargar los ferrocarriles como garantía del dicho crédito. Brama la oposición. Los opositores al gobierno lanzaron todo tipo de diatribas.
El embuste más difundido y más efectivo fue decir que la concesión estaba a punto de caducar. Esto es falso. Las concesiones eran a perpetuidad; lo que vencía el 1º de enero de 1947 era el privilegio inglés de no pagar aduana por los productos que importaban, tanto maquinarias como combustible. Precisamente, cuando nuestro país descubre petróleo, los ingleses se niegan a tender vías hacia la Patagonia porque implicaba una competencia a la importación de su carbón. Las leoninas facultades que tenían los concesionarios habían sido concedidas por el Congreso Nacional mediante la Ley 5.315, también llamada Ley Mitre. El 5 de agosto de 1907, el ingeniero Emilio Mitre, diputado, presentó un proyecto de 21 artículos que comenzó a debatirse el 11 de setiembre. El 25 lo aprueba Diputados y en cinco días lo promulga el Senado.
El pretexto de esta ley fue unificar las concesiones pero, en realidad, se apuntaba a ampliar el plazo de exenciones impositivas que gozaban las empresas. Luego de la nacionalización, algunos memoriosos desavisados, argüían que en la época de los ingleses los trenes llegaban a horario y eran cómodos y limpios. Esa era una parte de la verdad porque no cualquiera podía viajar en ellos por las onerosas tarifas que imponían las empresas, a las que les habían otorgado la facultad de diseñar nuestro mapa económico y tarifario. Tanto es así que en 1920, siendo gobernador de Buenos Aires José Camilo Crotto, mediante el decreto 3/1920, autoriza a los peones rurales a viajar gratis en los trenes cargueros, legalizando a los “polizontes”. Desde entonces, el término “croto” pasó a denominar en forma despectiva a los carecientes. El lucro económico dejó de ser el objetivo principal del ferrocarril, que se enfocó en la promoción comercial de los pueblos del interior del país.
Por donde pasaba el ferrocarril, crecían pueblos y donde se levantaban ramales, morían. Pero todo es efímero en la vida, luego apareció alguien que había leído la doctrina peronista al revés y los volvió a privatizar porque producían una pérdida de un millón de dólares diarios. Hoy los pocos que circulan generan la misma pérdida y ya no son nuestros...
© La Voz del Interior
JUAN BAUTISTA BUSTOS
En memoria de Juan Bautista Bustos
Carlos Pachá Licenciado en Historia. Fundación Historia y Patria (fundhispa@arnet.com.ar)
Juan Bautista Bustos nació en Punilla, provincia de Córdoba, el 29 de agosto de 1779, hijo de Don Pedro León Bustos de Lara y de Tomasa Puebla y Vélez, oriundos de Castilla La Vieja. Llegó a Buenos Aires en clase de capitán de milicias, del contingente tercio de Arribeños, con el que contribuyó su provincia natal para rechazar la invasión inglesa de 1806.
En 1809, el general Francisco Ortiz de Ocampo lo asciende a teniente coronel efectivo y entre los argumentos de tal mención hace referencia a lo actuado por Bustos en la campaña de reconquista de Buenos Aires y rechazo de la segunda invasión de 1807. Como ejemplo de su valor, Ortiz de Ocampo describe un enfrentamiento producido el 5 de julio de 1807 en el cual Bustos, al mando de 30 hombres del cuerpo de arribeños, enfrenta una columna inglesa de 240 efectivos a la que con valor y pericia logra rendirla y tomar prisioneros a 214 soldados y 13 oficiales.
Bustos siempre estuvo al servicio de la patria y fue recogiendo ascensos y medallas en base a su actuación personal: se adhiere a la Revolución de Mayo ni bien producida. En 1811, Belgrano lo asciende a coronel y lo incorpora al regimiento 1 de Patricios. En 1815, partió de Buenos Aires al mando de mil hombres para integrarse al Ejército del Norte que venía de sufrir la derrota de Sipe-Sipe. Rondeau fue reemplazado por Belgrano, quien restableció la disciplina en Tucumán donde contó con el invalorable apoyo de Bustos, que mandaba el cuerpo de soldados del 2 de Infantería Patricios.
Bustos pacificó Santiago del Estero de la sublevación comandada por el teniente coronel Juan Francisco Borges. En 1817 vino a nuestra ciudad con 300 hombres para frenar la avanzada santafesina, acción que concluyó exitosamente derrotando a Estanislao López en Fraile Muerto el 8 de noviembre. Sublevación de la Posta de Arequito. En enero de 1820, el Ejército del Norte es enviado hacia Buenos Aires por Belgrano, a pedido de Rondeau y para que lo auxilie contra el avance de los caudillos del litoral (López y Ramírez). Pero al llegar a la Posta de Arequito (7 de enero), Bustos, Paz y Heredia se sublevan contra su jefe, dividiendo al ejército.
Posteriormente se pusieron todos al mando de Bustos. Marchó hacia Córdoba, donde el 21 de marzo de 1820 será elegido gobernador. Se reconcilia con López y culmina el enfrentamiento con los santafesinos y se alinean ambos con Buenos Aires. Gobernador de Córdoba. Sostuvo el cargo de gobernador de Córdoba por 9 años y se puede afirmar que su gobierno fue fecundo, sin exagerar, el mejor gobernador de Córdoba de todo el siglo XIX: organizó la política y la Justicia. Se ocupó del progreso de la educación; renovó los planes de estudios universitarios y de la instrucción pública en general, creó la Junta Protectora de Escuelas; desarrolló la imprenta y la libertad de prensa.
El 20 de febrero de 1821 promulgó la primera Constitución cordobesa, adelantándose al resto del país. Propendió, en lo económico, a la libertad de comercio interior, pero protegiendo las industrias nacionales. Estableció un plan de administración de correos; fijó impuestos y tasas de Aduana; construyó obras de defensa y desagüe sobre el río Primero; levantó un puente sobre la Cañada a la altura de la calle 9 de Julio. Durante su gobierno se organizó el servicio de fronteras y el 31 de diciembre de 1824 se suprimieron los Cabildos de Córdoba, Río Cuarto y La Carlota. En la lucha independentista. En el ámbito nacional en destacada participación cultivó la amistad y el afecto de San Martín y de Güemes, a los que apoyó con hombres, armas, caballada y dinero.
Incluso, trató de interceder ante Buenos Aires para que le procuren al Libertador apoyo económico para su magna empresa. Pero su empeño naufragó ante el pérfido Rivadavia, dueño de la situación porteña. Bustos fue un acendrado defensor del federalismo y de la religión católica: su reconciliación con Estanislao López fue muy productiva, cuando éste pacifica la relación con Buenos Aires mediante el Pacto de Benegas, Bustos ofreció la garantía política del acuerdo proponiendo llamar a Congreso General Constituyente en nuestra provincia, cosa que se suscribe. Este plan naufraga por imperio de la mano negra de Rivadavia quien posteriormente citará en Buenos Aires a firmar el Tratado del Cuadrilátero con las provincias del Litoral, acción que devendrá en la frustrada Constitución unitaria de 1826 que fue rechazada por todo el Interior.
Para colmo, el sector rivadaviano aprovechó la contingencia y sancionó la ley presidencial, su "portaestandarte" volvía de Europa de recibir las instrucciones de sus mandantes y lo entronizaron en el sillón de Rivadavia, que desde ese momento será mal llamado "Primer presidente". El despropósito incoado por Rivadavia de firmar la paz a cualquier costo con Brasil (para proteger el comercio de ultramar con Gran Bretaña) luego que hubimos derrotado a los ejércitos imperiales en las gloriosas batallas de Ituzaingó y Juncal, provocaron el motín unitario del 1º de diciembre de 1828, cuyas funestas consecuencias fueron el inexplicable fusilamiento de Dorrego y el avance de Paz sobre Córdoba, que el 22 de abril de 1829 bate a Bustos en la batalla de San Roque, derrocando el gobierno federal y entronizándose de facto en dicho cargo. Facundo Quiroga acude a apoyar al gobernador depuesto, pero ambos son derrotados por el eximio estratega militar que fue José María Paz, en las batallas de La Tablada y en Oncativo.
El salto a la gloria. Luego de las derrotas sufridas, y con varias heridas, trata de alejarse camino a Santa Fe en busca de refugio. Lo sorprendió la noche cerca del río Primero. Próximo al Molino de las Huérfanas, lo avista y persigue una patrulla enemiga que le intima la rendición, trató de resistirse pero su brazo herido no pudo blandir su espada. Para colmo, era una zona en que la barranca del río se alza a bastante altura, cortándose casi verticalmente. Pero ese valeroso criollo no se entrega, vuelve grupas, le cubre a su caballo los ojos con un poncho, clavó espuelas, lanzando el animal a la carrera, y saltó desde el abrupto barranco hasta el lecho del río. El animal terminó horriblemente fracturado por el golpe y Bustos también sufrió graves consecuencias ante el impacto de su pecho contra la cabeza del equino. A pesar de sus heridas, Bustos gana la orilla y se refugia en una de las quintas de la costa donde atenuaron sus dolores.
Luego marchó a pie y hasta en carretilla hacia su destino final, Santa Fe, adonde arribó el 10 de julio siendo recibido por López, su otrora adversario, con el rango que Bustos merecía y dándole asilo como a toda su familia, que llegó después, desterrada por el insensible Paz que los persiguió y sumió en la pobreza confiscándoles todos sus bienes. Poco después, el 18 de setiembre de 1830, muere a los 51 años de edad a consecuencia de las considerables heridas sufridas. Sus restos fueron inhumados en predios del convento de Santo Domingo. Este gran adalid fue olvidado por la historia perversa que pregonaron los timadores de nuestra memoria, que abrevaron en la ideología unitaria y extranjerizante.
© La Voz del Interior
Carlos Pachá Licenciado en Historia. Fundación Historia y Patria (fundhispa@arnet.com.ar)
Juan Bautista Bustos nació en Punilla, provincia de Córdoba, el 29 de agosto de 1779, hijo de Don Pedro León Bustos de Lara y de Tomasa Puebla y Vélez, oriundos de Castilla La Vieja. Llegó a Buenos Aires en clase de capitán de milicias, del contingente tercio de Arribeños, con el que contribuyó su provincia natal para rechazar la invasión inglesa de 1806.
En 1809, el general Francisco Ortiz de Ocampo lo asciende a teniente coronel efectivo y entre los argumentos de tal mención hace referencia a lo actuado por Bustos en la campaña de reconquista de Buenos Aires y rechazo de la segunda invasión de 1807. Como ejemplo de su valor, Ortiz de Ocampo describe un enfrentamiento producido el 5 de julio de 1807 en el cual Bustos, al mando de 30 hombres del cuerpo de arribeños, enfrenta una columna inglesa de 240 efectivos a la que con valor y pericia logra rendirla y tomar prisioneros a 214 soldados y 13 oficiales.
Bustos siempre estuvo al servicio de la patria y fue recogiendo ascensos y medallas en base a su actuación personal: se adhiere a la Revolución de Mayo ni bien producida. En 1811, Belgrano lo asciende a coronel y lo incorpora al regimiento 1 de Patricios. En 1815, partió de Buenos Aires al mando de mil hombres para integrarse al Ejército del Norte que venía de sufrir la derrota de Sipe-Sipe. Rondeau fue reemplazado por Belgrano, quien restableció la disciplina en Tucumán donde contó con el invalorable apoyo de Bustos, que mandaba el cuerpo de soldados del 2 de Infantería Patricios.
Bustos pacificó Santiago del Estero de la sublevación comandada por el teniente coronel Juan Francisco Borges. En 1817 vino a nuestra ciudad con 300 hombres para frenar la avanzada santafesina, acción que concluyó exitosamente derrotando a Estanislao López en Fraile Muerto el 8 de noviembre. Sublevación de la Posta de Arequito. En enero de 1820, el Ejército del Norte es enviado hacia Buenos Aires por Belgrano, a pedido de Rondeau y para que lo auxilie contra el avance de los caudillos del litoral (López y Ramírez). Pero al llegar a la Posta de Arequito (7 de enero), Bustos, Paz y Heredia se sublevan contra su jefe, dividiendo al ejército.
Posteriormente se pusieron todos al mando de Bustos. Marchó hacia Córdoba, donde el 21 de marzo de 1820 será elegido gobernador. Se reconcilia con López y culmina el enfrentamiento con los santafesinos y se alinean ambos con Buenos Aires. Gobernador de Córdoba. Sostuvo el cargo de gobernador de Córdoba por 9 años y se puede afirmar que su gobierno fue fecundo, sin exagerar, el mejor gobernador de Córdoba de todo el siglo XIX: organizó la política y la Justicia. Se ocupó del progreso de la educación; renovó los planes de estudios universitarios y de la instrucción pública en general, creó la Junta Protectora de Escuelas; desarrolló la imprenta y la libertad de prensa.
El 20 de febrero de 1821 promulgó la primera Constitución cordobesa, adelantándose al resto del país. Propendió, en lo económico, a la libertad de comercio interior, pero protegiendo las industrias nacionales. Estableció un plan de administración de correos; fijó impuestos y tasas de Aduana; construyó obras de defensa y desagüe sobre el río Primero; levantó un puente sobre la Cañada a la altura de la calle 9 de Julio. Durante su gobierno se organizó el servicio de fronteras y el 31 de diciembre de 1824 se suprimieron los Cabildos de Córdoba, Río Cuarto y La Carlota. En la lucha independentista. En el ámbito nacional en destacada participación cultivó la amistad y el afecto de San Martín y de Güemes, a los que apoyó con hombres, armas, caballada y dinero.
Incluso, trató de interceder ante Buenos Aires para que le procuren al Libertador apoyo económico para su magna empresa. Pero su empeño naufragó ante el pérfido Rivadavia, dueño de la situación porteña. Bustos fue un acendrado defensor del federalismo y de la religión católica: su reconciliación con Estanislao López fue muy productiva, cuando éste pacifica la relación con Buenos Aires mediante el Pacto de Benegas, Bustos ofreció la garantía política del acuerdo proponiendo llamar a Congreso General Constituyente en nuestra provincia, cosa que se suscribe. Este plan naufraga por imperio de la mano negra de Rivadavia quien posteriormente citará en Buenos Aires a firmar el Tratado del Cuadrilátero con las provincias del Litoral, acción que devendrá en la frustrada Constitución unitaria de 1826 que fue rechazada por todo el Interior.
Para colmo, el sector rivadaviano aprovechó la contingencia y sancionó la ley presidencial, su "portaestandarte" volvía de Europa de recibir las instrucciones de sus mandantes y lo entronizaron en el sillón de Rivadavia, que desde ese momento será mal llamado "Primer presidente". El despropósito incoado por Rivadavia de firmar la paz a cualquier costo con Brasil (para proteger el comercio de ultramar con Gran Bretaña) luego que hubimos derrotado a los ejércitos imperiales en las gloriosas batallas de Ituzaingó y Juncal, provocaron el motín unitario del 1º de diciembre de 1828, cuyas funestas consecuencias fueron el inexplicable fusilamiento de Dorrego y el avance de Paz sobre Córdoba, que el 22 de abril de 1829 bate a Bustos en la batalla de San Roque, derrocando el gobierno federal y entronizándose de facto en dicho cargo. Facundo Quiroga acude a apoyar al gobernador depuesto, pero ambos son derrotados por el eximio estratega militar que fue José María Paz, en las batallas de La Tablada y en Oncativo.
El salto a la gloria. Luego de las derrotas sufridas, y con varias heridas, trata de alejarse camino a Santa Fe en busca de refugio. Lo sorprendió la noche cerca del río Primero. Próximo al Molino de las Huérfanas, lo avista y persigue una patrulla enemiga que le intima la rendición, trató de resistirse pero su brazo herido no pudo blandir su espada. Para colmo, era una zona en que la barranca del río se alza a bastante altura, cortándose casi verticalmente. Pero ese valeroso criollo no se entrega, vuelve grupas, le cubre a su caballo los ojos con un poncho, clavó espuelas, lanzando el animal a la carrera, y saltó desde el abrupto barranco hasta el lecho del río. El animal terminó horriblemente fracturado por el golpe y Bustos también sufrió graves consecuencias ante el impacto de su pecho contra la cabeza del equino. A pesar de sus heridas, Bustos gana la orilla y se refugia en una de las quintas de la costa donde atenuaron sus dolores.
Luego marchó a pie y hasta en carretilla hacia su destino final, Santa Fe, adonde arribó el 10 de julio siendo recibido por López, su otrora adversario, con el rango que Bustos merecía y dándole asilo como a toda su familia, que llegó después, desterrada por el insensible Paz que los persiguió y sumió en la pobreza confiscándoles todos sus bienes. Poco después, el 18 de setiembre de 1830, muere a los 51 años de edad a consecuencia de las considerables heridas sufridas. Sus restos fueron inhumados en predios del convento de Santo Domingo. Este gran adalid fue olvidado por la historia perversa que pregonaron los timadores de nuestra memoria, que abrevaron en la ideología unitaria y extranjerizante.
© La Voz del Interior
ITUZAINGO - EL TRIUNFO QUE LOS POLITICOS DILAPIDARON
Carlos Pachá Licenciado en Historia. Presidente de la Fundación Historia y Patria
En 1816, las fuerzas luso-brasileñas ocuparon la Banda Oriental con la excusa de combatir los ataques de Artigas. En 1821, en un Congreso fraguado declaran la anexión de ese territorio como provincia Cisplatina.
La reacción uruguaya de rechazo a esa anexión es inmediata. Al comando de Lavalleja y de Oribe y con la financiación de Rosas, una treintena de hombres ejecutan la expedición de los 33 orientales, que invaden la campiña y comienzan a sublevar a los pueblos del interior de Uruguay, llegando a reunir una fuerza de mil hombres armados.
En el litoral argentino cunde el entusiasmo por esta empresa y constantemente, partidas de gauchos cruzan a la Banda Oriental, burlando la vigilancia de las fuerzas imperiales. El 25 de agosto de 1825 se reúne un Congreso en La Florida que nombra a Lavalleja generalísimo. El 12 de octubre de ese año logra la victoria de Sarandí y decide reincorporarse como provincia argentina. Ante estos acontecimientos, el imperio del Brasil declara formalmente la guerra, el 1º de enero de 1826. Comienzo de la guerra. Las Heras da instrucciones a Martín Rodríguez para que con el Ejército de Observación cruce el río Uruguay y se una a Lavalleja. Simultáneamente, Guillermo Brown fue nombrado almirante de la escuadra con el grado de coronel mayor y toma la iniciativa naval para impedir que la poderosa flota brasileña bloquee Buenos Aires.
Luego de diversas escaramuzas y treguas, en 1827 se produjeron las batallas decisivas de toda la guerra. El marqués de Barbacena reúne un ejército de casi 15 mil hombres integrado por riograndenses, brasileños y mercenarios alemanes. Argentina opondrá unos ocho mil.La relación es similar en la lucha naval. Pero nuestro ejército estaba comandado por una pléyade de jefes, veteranos de la guerra de la Independencia que habían revistado y formado en los ejércitos sanmartinianos: Carlos Alvear como comandante general; Lavalle, Olazábal, Brandsen (que muere en combate), Olavarría, Iriarte, Mansilla (el mismo de Obligado), Soler, Paz (con mil cordobeses), Nazar y hasta el mismísimo Luis Beltrán que tenía a su cargo el parque (arsenales).
Antes de Ituzaingó, en Bacacay, Lavalle derrota a Bentos Manuel el 13 de febrero y tres días después, Mansilla consigue otra victoria en Paso del Ombú. El 20 de febrero de 1827 chocan el grueso de los ejércitos en Ituzaingó o Paso del Rosario, como la llamaban los brasileños. El triunfo argentino será absoluto y dejará el saldo de 1.200 brasileños muertos (entre ellos el general Abreu), incontables heridos y muchos prisioneros; se capturó todo el parque; 10 piezas de artillería y la imprenta volante (en ella se encontró la partitura de una marcha militar que debía ejecutarse cuando los brasileños obtuvieran una gran victoria. A Alvear que, conocía de música, le agradó y la incorporó dándole el nombre de Ituzaingó. Fue interpretada por primera vez el 25 de mayo de ese año). Los argentinos sufrieron unas 500 bajas. Simultáneamente, en el río Uruguay, Brown encerró a las naves brasileñas y les infligió una grave derrota en la batalla de Juncal. Capturó 10 buques y echó el resto a pique.
Posteriormente hubo otros enfrentamientos menores como Camacuá en abril; Yerbal en mayo y un ataque a Carmen de Patagones que fue repelido por la guarnición y los pobladores. Argentina había prevalecido en el campo de batalla (de esto los brasileños tomarán desquite en Caseros, ya que demoraron el desfile de la victoria 17 días para hacerlo coincidir con la fecha de Ituzaingó). Políticos y diplomáticos. Rivadavia quería la paz a cualquier costo, ya que su interés coincidía con el de los comerciantes ingleses del puerto.
La guerra obstaculizaba el libre comercio. Además, necesitaba los ejércitos para reprimir al interior que se había sublevado contra la Constitución Unitaria de 1826. Por ello envió a Manuel García a lograrla de la mano de Canning y Ponsonby, que establecieron la falaz teoría del "colchón entre dos cristales", sofisma con el que segregaron a la Banda Oriental de Argentina, otorgándole la independencia total.
Fuimos a la guerra porque nos habían sustraído parte de nuestro territorio, triunfamos y el premio fue legalizar el despojo. Poco después, ante el airado reclamo de los pueblos del interior, Rivadavia "puso pies en polvorosa" y Manuel Dorrego debió, injustamente, "pagar los platos rotos".
© La Voz del Interior
En 1816, las fuerzas luso-brasileñas ocuparon la Banda Oriental con la excusa de combatir los ataques de Artigas. En 1821, en un Congreso fraguado declaran la anexión de ese territorio como provincia Cisplatina.
La reacción uruguaya de rechazo a esa anexión es inmediata. Al comando de Lavalleja y de Oribe y con la financiación de Rosas, una treintena de hombres ejecutan la expedición de los 33 orientales, que invaden la campiña y comienzan a sublevar a los pueblos del interior de Uruguay, llegando a reunir una fuerza de mil hombres armados.
En el litoral argentino cunde el entusiasmo por esta empresa y constantemente, partidas de gauchos cruzan a la Banda Oriental, burlando la vigilancia de las fuerzas imperiales. El 25 de agosto de 1825 se reúne un Congreso en La Florida que nombra a Lavalleja generalísimo. El 12 de octubre de ese año logra la victoria de Sarandí y decide reincorporarse como provincia argentina. Ante estos acontecimientos, el imperio del Brasil declara formalmente la guerra, el 1º de enero de 1826. Comienzo de la guerra. Las Heras da instrucciones a Martín Rodríguez para que con el Ejército de Observación cruce el río Uruguay y se una a Lavalleja. Simultáneamente, Guillermo Brown fue nombrado almirante de la escuadra con el grado de coronel mayor y toma la iniciativa naval para impedir que la poderosa flota brasileña bloquee Buenos Aires.
Luego de diversas escaramuzas y treguas, en 1827 se produjeron las batallas decisivas de toda la guerra. El marqués de Barbacena reúne un ejército de casi 15 mil hombres integrado por riograndenses, brasileños y mercenarios alemanes. Argentina opondrá unos ocho mil.La relación es similar en la lucha naval. Pero nuestro ejército estaba comandado por una pléyade de jefes, veteranos de la guerra de la Independencia que habían revistado y formado en los ejércitos sanmartinianos: Carlos Alvear como comandante general; Lavalle, Olazábal, Brandsen (que muere en combate), Olavarría, Iriarte, Mansilla (el mismo de Obligado), Soler, Paz (con mil cordobeses), Nazar y hasta el mismísimo Luis Beltrán que tenía a su cargo el parque (arsenales).
Antes de Ituzaingó, en Bacacay, Lavalle derrota a Bentos Manuel el 13 de febrero y tres días después, Mansilla consigue otra victoria en Paso del Ombú. El 20 de febrero de 1827 chocan el grueso de los ejércitos en Ituzaingó o Paso del Rosario, como la llamaban los brasileños. El triunfo argentino será absoluto y dejará el saldo de 1.200 brasileños muertos (entre ellos el general Abreu), incontables heridos y muchos prisioneros; se capturó todo el parque; 10 piezas de artillería y la imprenta volante (en ella se encontró la partitura de una marcha militar que debía ejecutarse cuando los brasileños obtuvieran una gran victoria. A Alvear que, conocía de música, le agradó y la incorporó dándole el nombre de Ituzaingó. Fue interpretada por primera vez el 25 de mayo de ese año). Los argentinos sufrieron unas 500 bajas. Simultáneamente, en el río Uruguay, Brown encerró a las naves brasileñas y les infligió una grave derrota en la batalla de Juncal. Capturó 10 buques y echó el resto a pique.
Posteriormente hubo otros enfrentamientos menores como Camacuá en abril; Yerbal en mayo y un ataque a Carmen de Patagones que fue repelido por la guarnición y los pobladores. Argentina había prevalecido en el campo de batalla (de esto los brasileños tomarán desquite en Caseros, ya que demoraron el desfile de la victoria 17 días para hacerlo coincidir con la fecha de Ituzaingó). Políticos y diplomáticos. Rivadavia quería la paz a cualquier costo, ya que su interés coincidía con el de los comerciantes ingleses del puerto.
La guerra obstaculizaba el libre comercio. Además, necesitaba los ejércitos para reprimir al interior que se había sublevado contra la Constitución Unitaria de 1826. Por ello envió a Manuel García a lograrla de la mano de Canning y Ponsonby, que establecieron la falaz teoría del "colchón entre dos cristales", sofisma con el que segregaron a la Banda Oriental de Argentina, otorgándole la independencia total.
Fuimos a la guerra porque nos habían sustraído parte de nuestro territorio, triunfamos y el premio fue legalizar el despojo. Poco después, ante el airado reclamo de los pueblos del interior, Rivadavia "puso pies en polvorosa" y Manuel Dorrego debió, injustamente, "pagar los platos rotos".
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