Carlos Pachá Licenciado en Historia. Presidente de la Fundación Historia y Patria
En 1816, las fuerzas luso-brasileñas ocuparon la Banda Oriental con la excusa de combatir los ataques de Artigas. En 1821, en un Congreso fraguado declaran la anexión de ese territorio como provincia Cisplatina.
La reacción uruguaya de rechazo a esa anexión es inmediata. Al comando de Lavalleja y de Oribe y con la financiación de Rosas, una treintena de hombres ejecutan la expedición de los 33 orientales, que invaden la campiña y comienzan a sublevar a los pueblos del interior de Uruguay, llegando a reunir una fuerza de mil hombres armados.
En el litoral argentino cunde el entusiasmo por esta empresa y constantemente, partidas de gauchos cruzan a la Banda Oriental, burlando la vigilancia de las fuerzas imperiales. El 25 de agosto de 1825 se reúne un Congreso en La Florida que nombra a Lavalleja generalísimo. El 12 de octubre de ese año logra la victoria de Sarandí y decide reincorporarse como provincia argentina. Ante estos acontecimientos, el imperio del Brasil declara formalmente la guerra, el 1º de enero de 1826. Comienzo de la guerra. Las Heras da instrucciones a Martín Rodríguez para que con el Ejército de Observación cruce el río Uruguay y se una a Lavalleja. Simultáneamente, Guillermo Brown fue nombrado almirante de la escuadra con el grado de coronel mayor y toma la iniciativa naval para impedir que la poderosa flota brasileña bloquee Buenos Aires.
Luego de diversas escaramuzas y treguas, en 1827 se produjeron las batallas decisivas de toda la guerra. El marqués de Barbacena reúne un ejército de casi 15 mil hombres integrado por riograndenses, brasileños y mercenarios alemanes. Argentina opondrá unos ocho mil.La relación es similar en la lucha naval. Pero nuestro ejército estaba comandado por una pléyade de jefes, veteranos de la guerra de la Independencia que habían revistado y formado en los ejércitos sanmartinianos: Carlos Alvear como comandante general; Lavalle, Olazábal, Brandsen (que muere en combate), Olavarría, Iriarte, Mansilla (el mismo de Obligado), Soler, Paz (con mil cordobeses), Nazar y hasta el mismísimo Luis Beltrán que tenía a su cargo el parque (arsenales).
Antes de Ituzaingó, en Bacacay, Lavalle derrota a Bentos Manuel el 13 de febrero y tres días después, Mansilla consigue otra victoria en Paso del Ombú. El 20 de febrero de 1827 chocan el grueso de los ejércitos en Ituzaingó o Paso del Rosario, como la llamaban los brasileños. El triunfo argentino será absoluto y dejará el saldo de 1.200 brasileños muertos (entre ellos el general Abreu), incontables heridos y muchos prisioneros; se capturó todo el parque; 10 piezas de artillería y la imprenta volante (en ella se encontró la partitura de una marcha militar que debía ejecutarse cuando los brasileños obtuvieran una gran victoria. A Alvear que, conocía de música, le agradó y la incorporó dándole el nombre de Ituzaingó. Fue interpretada por primera vez el 25 de mayo de ese año). Los argentinos sufrieron unas 500 bajas. Simultáneamente, en el río Uruguay, Brown encerró a las naves brasileñas y les infligió una grave derrota en la batalla de Juncal. Capturó 10 buques y echó el resto a pique.
Posteriormente hubo otros enfrentamientos menores como Camacuá en abril; Yerbal en mayo y un ataque a Carmen de Patagones que fue repelido por la guarnición y los pobladores. Argentina había prevalecido en el campo de batalla (de esto los brasileños tomarán desquite en Caseros, ya que demoraron el desfile de la victoria 17 días para hacerlo coincidir con la fecha de Ituzaingó). Políticos y diplomáticos. Rivadavia quería la paz a cualquier costo, ya que su interés coincidía con el de los comerciantes ingleses del puerto.
La guerra obstaculizaba el libre comercio. Además, necesitaba los ejércitos para reprimir al interior que se había sublevado contra la Constitución Unitaria de 1826. Por ello envió a Manuel García a lograrla de la mano de Canning y Ponsonby, que establecieron la falaz teoría del "colchón entre dos cristales", sofisma con el que segregaron a la Banda Oriental de Argentina, otorgándole la independencia total.
Fuimos a la guerra porque nos habían sustraído parte de nuestro territorio, triunfamos y el premio fue legalizar el despojo. Poco después, ante el airado reclamo de los pueblos del interior, Rivadavia "puso pies en polvorosa" y Manuel Dorrego debió, injustamente, "pagar los platos rotos".
© La Voz del Interior
jueves, 27 de noviembre de 2008
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